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31.10.2017

El Obispo presidirá mañana la eucaristía de Todos los Santos, en Derio

Mañana miércoles, 1 de noviembre, los cementerios vivirán su jornada más concurrida del año. Miles de personas se acercan estos días a los camposantos para acompañar y orar a sus seres queridos. La capilla del cementerio de Derio acogerá, a las 12:00 del mediodía, una Eucaristía, presidida por el obispo Diocesano.

Mons. Iceta, en su carta mensual a la Diócesis, destaca la celebración de la festividad de Todos los Santos de mañana, “La vida ajetreada y estresada en que nos movemos –dice el obispo- quizás nos hace olvidar el fin último de nuestra existencia y la plenitud de vida a la que estamos destinados. Esta plenitud de vida es lo que llamamos santidad. Ya el Concilio Vaticano II nos habló de ella”. El capítulo V de la constitución Lumen Gentium está dedicado a la llamada universal a la santidad. En él podemos leer: “Es completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo” (LG, 40)”.
En la fiesta de todos los Santos –prosigue Mons. Iceta- “celebramos a esta multitud de fieles cristianos de toda condición que siguieron de cerca las huellas de Cristo viviendo la caridad. Ser santo no es realizar hechos extraordinarios. Consiste más bien y ante todo recibir el don de Cristo y hacer que este don fructifique en todas las facetas de nuestra vida. Me habéis oído muchas veces decir que el primer movimiento y esencial de la vida cristiana es ante todo recibir el don. Nuestro discipulado no es un voluntarismo, no es una decisión ética, no proviene primariamente de nuestras fuerzas. Es dejarse transformar por la gracia de Dios y colaborar para que esta gracia transforme nuestra vida en el amor a Dios y a los hermanos, en la vida cotidiana, en el servicio y entrega diarios, muchas veces transido por el misterio de la cruz”.