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23.10.2006

La Hermana Margarita fue beatificada ayer en la catedral de Bilbao

Los aplausos resonaron ayer en la catedral de Bilbao, que se quedó pequeña para la beatificación de la fundadora de las Mercedarias Misioneras de Berriz, la hermana Margarita María López de Maturana. Fue la de ayer, la primera beatificación que se lleva a cabo en nuestra diócesis y una de las primeras que se hacen a nivel mundial, sin presencia del Papa y en las iglesias locales.

Eran las 17,23 de la tarde cuando la Hermana Margarita fue declarada beata después de que se descubriera, colgada sobre el altar, una gran fotografía suya. El acto comenzó a las cinco de la tarde con el saludo del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez y fue presidido por el cardenal portugués José Saraiva.

     Antes los alrededores de la catedral estaban rebosantes de de fieles que pretendían, sin éxito, entrar al interior del templo y las pantallas colocadas en el exterior apenas satisfacían la demanda existente para ser partícipes en este importante acto para la iglesia de Bizkaia y para la orden de las Mercedarias.

     Mientras Ricardo Blázquez daba las gracias y la bienvenida a todos los asistentes, cámaras digitales y teléfonos móviles trataban de inmortalizar y personalizar el acto. La beatificación se cerró con dos cantos, el Gloria y el Eskerrik asko Jauna, tras los que Monseñor Blázquez agradeció al Papa el inestimable regalo de esta beatificación.

     Fue el delegado papal, José Saraiva, quien en la homilía recordó que la de ayer era la jornada del Domund y por lo tanto de la universalidad de la misión cristiana; diciendo que asistía con alegría a la beatificación de una mujer que se dejó conducir por los caminos de Dios, y destacó el hecho extraordinario de la transformación de clausura a instituto misionero llevado a cabo por la Hermana Margarita en su congregación. Habló en un castellano con escaso acento portugués y pronunció una frase en euskera: “Jaunaren aintza zure gain ageri da”.

     Mientras tanto uno de los numerosos voluntarios que se ocupaban del orden dentro del templo, trajeado, con pose de guardaespaldas, de espaldas al altar y mascando chicle cruzaba muecas juguetonas con una niña vestida de rosa y con lazo en el pelo, que a buen seguro era la benjamina de la celebración, y completamente ajeno al énfasis que el cardenal portugués puso en el cuarto voto de la congregación de las misioneras de Berriz, el que les exige dar la vida si fuera necesario. Recordó también que se cumplen 80 años desde que salieron de Berriz las primeras misioneras, fueron seis, y su destino fue China.

     A la hora del rezo del “padrenuestro” que arrancó rezado en castellano, se impuso la versión cantada en euskera, de la misma manera que en el altar se imponía la envergadura del cardenal sevillano Amigo sobre el resto de los celebrantes (los obispos vascos, el nuncio Monteiro de Castro, el obispo de las islas Marianas, Monseñor Camacho…)

     La superiora de la orden, la bilbaína Amelia Kawaji, se encargó de cerrar el acto dando las gracias y despidiéndose en una decena de idiomas que venían a representar tanto a la realidad universal de la orden como a sus representantes en el templo, procedentes de los cinco continentes. El canto del “Begoñako Andra Mari” fue el himno de despedida justo cuando las campanas de la catedral anunciaban las siete en punto de una tarde festiva, gris y lluviosa en la que la Iglesia ha reconocido de manera especial a una mujer que dio sus primeros pasos entre esas mismas calles que conducen a la catedral y acabó transformándolos en pasos de misión por todo el mundo.