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14.04.2022

Mons. Joseba Segura: «Cristo nos envía a celebrar desde aquí la Semana Santa con todo el territorio de Bizkaia»

Mons. Joseba Segura ha presidido esta mañana de Jueves Santo la Misa Crismal en la catedral de Santiago. La celebración, ha estado concelebrada por el obispo emérito de San Sebastián Mons. Juan Maria Uriarte junto a los vicarios y miembros del cabildo catedral y con la presencia de gran parte de los presbíteros diocesanos. Homilía completa aquí. El prelado ha querido enviar un mensaje centrado en el júbilo en un tiempo en el que algunas personas "no se sienten precisamente alegres" personal o comunitariamente. Pero, ha matizado, el Señor "no está desanimado" y "rompe nuestros esquemas, moviendo las sillas en las que dormitamos abriendo nuestras ventanas y puertas para que corra el aire". Ha añadido que el júbilo es "la alegría de los pequeños"  y ha instando a preguntarse si "como presbítero y pueblo sacerdotal hay alegría en nuestros corazones". Se ha dirigido a los sacerdotes recordando que "el enemigo nunca está fuera, sino dentro". Esta tarde, el obispo presidirá, también en la catedral, la Misa de la Cena del Señor a las 18:00 h., que será emitida en directo a través de esta web y de la emisora diocesana Radio Popular-Herri Irratia. A continuación ofrecemos las palabras de Mons. Segura en su homilía en la Misa Crismal:

Agur bero bat krisma-meza ospatzera etorri zarien guztioi. Pozik nago eguen santua nire anai abadeakaz eta Bizkaiko kristau alkarte osoagaz ospatzeagaitik eta alkartean batuta egiteko aukera izateagaitik. Krisma-mezak hainbat alderdi dau, eta ezin doguz danak egun bakarrean garatu. Horregaitik, aurten be batzuetan jarriko dogu arreta, besteak hurrengo urteetan lantzeko itziz.

Hoy, en el marco de esta misa crismal quiero hablar de júbilo. ¿De júbilo? Dirá alguno. Pues no sé si está el ambiente justamente para tanto. Pues sí, quiero hablar de júbilo, primero porque ese es el anuncio que acabamos de escuchar por duplicado, con doblete de trompeta: promesa de júbilo que llega en el texto de Isaías, y palabras de Jesús que ratifican su cumplimiento. Ahí está de nuevo el Señor, que se atreve a calificar este tiempo, este momento de nuestra vida personal y eclesial como tiempo de gracia, como año jubilar, momento de salvación, un mensaje que dirige especialmente a todos quienes por una u otra razón no se sienten precisamente alegres. Pensamos en los tristes por tener que afrontar crisis personales o de trabajo, en los que hacen duelo por seres queridos que han fallecido, pero también en los que se sienten desanimados por la debilidad de su parroquia, de la comunidad cristiana, de la Iglesia. Una cosa es cierta: el Señor no está desanimado. Él nos llama siempre desde un lugar en el que no estamos nosotros. Una vez más llama el OTRO con mayúscula, rompiendo nuestros esquemas, moviendo las sillas en las que dormitamos, abriendo nuestras puertas y ventanas para que corra el aire, y así el virus del escepticismo o del desánimo no pueda contagiarnos.

Txikien poza da, lorpen txikiek eragiten deuskuena, iragarpen handiena, ondo egindako lanak eragiten dauana eta, harrigarria bada be, Kristogaitik sufritzeak dakarrena.

El júbilo es la alegría de los pequeños: de los labradores que «cosechan entre sonrisas lo que sembraron con lágrimas»; de los pastores que reciben el anuncio de los ángeles la noche de Navidad; el júbilo es la alegría de María y de Isabel, ese gozo que les llena el alma con un gozo contagioso; es el júbilo de Jesús que, tocado por el Espíritu Santo, alaba al Padre porque revela sus cosas a los pequeños y las oculta a los sabios. Ese júbilo es el resultado del trabajo hecho a conciencia, con dedicación, ternura y humildad. Alguien puede pensar que la alegría necesita el reconocimiento por el trabajo bien hecho. No sé de dónde pueda salir semejante idea porque en el Evangelio encontramos otra cosa: la alegría del Evangelio es paradójica porque surge, entre otras cosas, cuando se padece algo por Cristo. Ahí está el testimonio de los Apóstoles que, tras sufrir persecución y azotes, salen del juicio «dichosos de haber sido considerados dignos de sufrir por el nombre de Jesús» (Hch 5,41). Tras las angustias y trabajos por el evangelio el corazón contenido se expresa en un canto de paz y alegría. Un canto que une y que crea comunidad.

Hoy nos hará bien preguntarnos, como presbiterio y como pueblo sacerdotal, si hay júbilo en nuestro corazón, para agradecerlo si existe, o para pedirlo si nos falta. Preguntarnos sobre el júbilo es preguntarnos por lo que nos mueve, por lo que nos da satisfacción auténtica, por el lugar real que Cristo ocupa en nuestro esfuerzo evangelizador. Con júbilo, contagiaremos. Sin júbilo, aburriremos, decepcionaremos o, como mínimo, seremos irrelevantes.

Kristok pozaren iturri dan Krisma-mezan batu gaitu, eleiztarrengana jo, eta alkar hartuta, poztasun horren eraginez zailtasun eta oztopoak gainditu daiguzan.

La misa crismal es misa de júbilo para los presbíteros y para el pueblo de Dios. Cristo nos reúne esta mañana de Jueves Santo, en torno a la mesa eucarística, como una sola comunidad y nos envía desde aquí a celebrar la Santa Semana en todo el territorio de Bizkaia, partiéndonos y repartiéndonos entre el pueblo del que formamos parte. De esta experiencia brotan luego todas las actitudes jubilares de un corazón evangelizador: el júbilo de caminar junto al pueblo que se nos ha confiado; el júbilo de cruzar umbrales y atravesar puertas estrechas con Cristo; el júbilo de sentirnos minoría que quiere padecer con Él y por Él; el júbilo de la entrega que no busca reconocimiento; y el júbilo de saber que aunque nuestra fe sea débil, la de otros no lo es tanto y por eso sigue habiendo mártires en la Iglesia.

Y, junto con estos grandes júbilos, están otros aparentemente menores pero muy importantes para cada corazón sacerdotal. Por ejemplo, el que se siente cuando se observa el cariño y dedicación que pone una catequista en su trabajo, o el afecto con el que un voluntario de Cáritas escucha a una persona. Un corazón sacerdotal es fuerte si salta de alegría ante el hijo pródigo que vuelve, y se dispone a acogerlo con los brazos abiertos. Un corazón sacerdotal es fuerte si se deja acompañar y animar con la palabra de Jesús, a veces escondido, pero siempre compañero, como en el camino de Emaús. Recordémoslo: el júbilo no es un estado de ánimo, ni personal, ni comunitario. El júbilo es el resultado de la fe. Ahí está la promesa: el Señor vendará los corazones desgarrados y transformará su tristeza en gozo. Y la pregunta de Jesús: tú, ¿crees esto?

Pozik egon behar dogu, eta poza zabaldu, baina oinak lurrean doguzala eta geure mugak eta gure Eleizaren, gure alkartearen mugak zeintzuk diran jakinda, eta geure buruaren ona ez ezik alkarte osoarena bilatuz.

Para mantenerse contentos en el servicio diario, hay que saber andar por la tierra, aceptar la realidad, reconocer la debilidad en uno mismo y en lo que le rodea, con sus posibilidades, pero también con todos sus límites y fragilidades. Reconocer las cosas como son, a los demás como son, a la Iglesia, a mi diócesis, a mi parroquia en su historia y en su realidad, sabiendo lo que pueden dar de sí, pero siendo conscientes de que lo que yo sueño, tal vez no es lo mejor para el conjunto. Queremos poner el corazón no en nuestras ideas particulares, sino en lo que en conversación y oración junto a otros descubramos que puede y debe ser cambiado. Sin esta aceptación de la realidad, sin ese amor por lo que ya tenemos, no va a ser posible construir nada nuevo. Decía Bonhoeffer que aquel que ama más a la comunidad en la que sueña, que la comunidad que tiene, se convierte en un peligro para la propia comunidad. Esta humilde aceptación de la realidad es una clave para construir una Iglesia sinodal que cuida la comunión y nunca olvida la misión. No lo olvidemos: el enemigo nunca está fuera, sino dentro. El cambio es, sobre todo, cambio tuyo y mío. Si centras tus aspiraciones en revoluciones externas o en conversiones de otros, corres el riesgo de que tu alegría se acabe pinchando pronto y con ella, tu corazón evangelizador se desinfle completamente.

A nuestra Señora, maestra del júbilo y de la alabanza, le pedimos que nos enseñe cómo es posible ser la más grande y la más pequeña al mismo tiempo, cómo aprender también nosotros a no separar nunca, alegría y pequeñez en el servicio, cómo pedir, cada vez con más deseo que, «la alegría del Señor sea nuestra fortaleza» (Ne 8,10).

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En la misa crismal se consagra el Santo Crisma y se bendicen los Santos Óleos.