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14.04.2022

Mons. Joseba Segura: «Nadie es tan pobre que no pueda ser generoso, porque no se trata de dar cosas, sino de ‘darse’

El obispo de Bilbao, Mons. Joseba Segura, ha presidido esta tarde en la catedral de Santiago la celebración de la Cena del Señor en la que ha dicho que la cena del Señor nos invita a ponernos de rodillas, como lo hizo Jesús. "Es el signo habitual de la adoración, caer a tierra, aceptar al Dios encarnado que tienes delante, el Cristo eucarístico que es el Cristo que recibe como suyo lo que hagamos con los pobres". También ha señalado que la tradición no se defiende adorando cenizas, "sino preservando y alimentando el fuego" Celebración completa: aquíA continuación, las palabras del obispo:

Eguen Santuz batu gara Kristoren presentzia bikoitzaz jabetzeko: betiko janari lez agertzen da Eukaristian, eta zerbitzari lez, oinak garbituz eta behartsuen alde eginez.

Jueves Santo: sacerdocio, eucaristía y lavatorio. El pueblo cristiano, pueblo sacerdotal que rememora de modo especial la presencia de Cristo entre nosotros: Cristo con presencia real en la forma eucarística, Cristo con presencia real en los pobres. Imposible elegir donde está más y donde menos porque si lo hacemos vamos contra lo que él mismo nos dice: estoy en la eucaristía y estoy en el lavatorio. Y ahí voy a seguir siempre, en los dos sitios, incluso si algunos insisten en verme solo en uno o prefieren visitarme más en un lugar que en el otro.

El problema no es dónde está Jesús sino dónde le quieren ver nuestros ojos, medio cegados por la fuerza de nuestros prejuicios e ideologías. En el fondo está la dificultad de la adoración, que no es sino ponerse de rodillas. Fijaos qué interesante: los pastores y los magos se arrodillan ante Jesús. Pero Jesús mismo se arrodilla ante los discípulos.

Jainkoak dana hankaz gora jarten dau, umetxo bat munduaren ardatz bihurtuz, hurkoa norbere buruaren aurretik jarriz, eskuzabaltasunaren indarra aldarrikatuz.

Dios trastoca el orden de las cosas. El niño pobre se torna el centro del mundo. El prójimo, contra todo instinto natural, resulta ser el centro del yo. Los mismos discípulos ante los que Jesús cae hoy de rodillas tuvieron que hacer una costosa travesía: la que lleva, de confiar en la fuerza y el aplauso humano, a descubrir el poder mucho mayor de la generosidad. Como ellos, nos hemos creído fuertes y hasta importantes, pero en realidad somos débiles, contradictorios e irrelevantes sin Cristo.

La cena del Señor nos invita a ponernos de rodillas, como lo hizo Jesús. Es el signo habitual de la adoración, caer a tierra, aceptar al Dios encarnado que tienes delante, el Cristo eucarístico que es el Cristo que recibe como suyo lo que hagamos con los pobres. No queremos convertirnos en defensores de tradiciones o ritos porque sí. La tradición no se defiende adorando cenizas, sino preservando y alimentando el fuego. Pero el rito y la tradición, cuando están vivos, fortalecen el alma y preservan la bondad del corazón.

Gurtu bai, baina ohikune biziakaz eta errealitateari lotuta, gure egoera, gure eleizbarruti, parrokia edo alkartearena, historia, aukerak… kontuan hartuta.

Adorar implica primero “plegarse a la realidad”, reconocerse uno como es, con sus dones y sus virtudes, pero también con sus límites y fragilidades, en todo caso pequeño ante Dios. Decía esta mañana que ese “plegarse a la realidad” es reconocer las cosas como son, a los demás como son, al Obispo como es, a la Iglesia, a mi diócesis, a mi parroquia como son, con su historia y posibilidades, no como me gustaría que fueran. Nadie salva lo que no ama. Nadie puede sanar lo que desdeña, y mucho menos si lo que a quien criticas sin caridad es a una persona.

La adoración empuja a la ofrenda, al sacrificio. Porque la adoración, expresión de amor, se expresa como don y sacrificio. Los magos abrieron sus cofres, los pastores sus zurrones. Todos tenemos algo, más o menos llamativo, pero algo que, si se ofrece, se convierte en un tesoro para Dios: son nuestras cualidades, nuestras relaciones, nuestros planes y proyectos de vida. Si son solo nuestros, ahí se quedan. Si los ofrecemos, su valor se multiplica y su significado y sentido se hacen más profundos.

Gurtzak eskaintzara eroan behar gaitu, izan be, beti dogu zerbait Jaunari eskaintzeko, geure izaera bera altxor handia da-eta.

A veces no adoramos porque no nos gusta la gente o las situaciones a nuestro alrededor; porque no nos gusta el sufrimiento, tocar esa carne de Jesús, herida en los pobres; con la excusa de que no tenemos nada que ofrecer, decidimos no hacer nada. La verdad es que todos, hasta el más pobre, está ante una decisión: puede guardarse para sí mismo u ofrecerse para Dios y para los demás. Ahí está Sta. Teresa de Lisieux ofreciendo sus manos vacías, pero en realidad entregándose toda ella, enterita. Aparentemente no tenía nada, pero conservaba, como cualquiera de nosotros, algo esencialmente valioso: su ser.

Nadie es tan pobre que no pueda ser generoso (cf. 2 Co 8-9), porque no se trata de dar cosas, sino de “darse”. Ese es el verdadero sacrificio agradable a Dios. Ni la Iglesia puede misionar ni tú puedes transmitir el evangelio sin esa adoración que lleva al sacrificio de nosotros mismos, a la ofrenda de nuestra pobreza, pero ofrenda de algo real, para que El Señor haga algo con nosotros y, a través de nosotros, llegue con su gracia a otras personas. Solo así podremos ser “sacramento de Cristo Pastor”. La capacidad de una persona creyente, de un sacerdote, de un Obispo, de representar a Cristo es mayor cuanto menores seamos nosotros; se trata de “menguarnos” –como el Bautista– para que Él crezca (cf. Jn 3,30).

Eskuzabaltasunez eta ardurakidetasunez jokatu behar dogu sinodo-sena hedatu eta bateatu guztioi dagokigun egitekoa, hau da, Kristo ezagutzen ez dabenei agertzera emon, burutu daigun.

Hemos participado en la reflexión sinodal, una palabra que habla, entre otras cosas, de corresponsabilidad en la vida de la Iglesia. Algunos subrayan la necesidad de que ese nuevo espíritu sinodal se traduzca en una mayor participación del laicado en los procesos de toma de decisiones. Esto es sin duda importante, pero no podemos olvidar que la corresponsabilidad es ante todo responsabilidad compartida en la misión común de todos los bautizados, o sea, en la tarea de comunicar a Cristo a quienes todavía no le han podido conocer.

Efectivamente, este tesoro lo llevamos en vasijas de barro; pero no os quepa duda de que se trata de un enorme tesoro, muy valioso y muy necesario para la vida del mundo. El que nos amó como nadie, es el que puede sanarnos como ningún otro médico puede hacerlo. Caigamos de rodillas ante el Cristo eucarístico, agradecidos de que nos haya dicho: estaré siempre con vosotros, como corazón entregado; me encontraréis recibiendo mi cuerpo y cuidando con amor las llagas en mis hermanos. Sabed que ahí estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

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