El miércoles día 17 comienza la Cuaresma, con el rito siempre impresionante de la imposición de la ceniza, acompañado de la fórmula “convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15) o “acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás” (Gén 3,19). Esta fórmula nos recuerda la fugacidad de la vida; seremos polvo en el sepulcro como la ceniza que recibimos; nuestra vida temporal es breve, única y personal; es decir, no es ilimitada, ni tenemos otra de repuesto ni podemos cambiar nuestra vida por la vida de otro. La primera fórmula nos introduce en el corazón de la respuesta que de nosotros aguarda el anuncio del Reino de Dios; al Dios que viene respondemos con la fe y la conversión. Estas actitudes deben ser reavivadas en el tiempo de Cuaresma, una duración de cuarenta días, que se extiende desde el miércoles de ceniza hasta la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Es un tiempo otorgado por Dios como oportunidad para hacer examen de nuestra vida, y no tanto de la vida del otro. Vemos con mayor facilidad los fallos de los demás que los propios. Como dijo sabiamente la fábula clásica, llevamos colgadas del hombro como unas alforjas, en la bolsa delantera llevamos los defectos del prójimo y en la de atrás, a la espalda que no vemos, los nuestros. En Cuaresma revisamos nuestra vida ante Dios, con sinceridad y humildad, sin justificarnos ni defendernos, sin echar nuestras culpas sobre los demás, sin ideologizaciones psicológicas o sociológicas. Verdaderamente somos pecadores y el sentimiento de culpa tiene fundamento; es verdad que hemos pecado y nuestro mal no procede sólo de la sociedad. Como el hijo pródigo de la parábola evangélica, en la soledad y el silencio, de que tan fácilmente huimos saturándonos de entretenimientos y ruidos, preparamos el retorno a Dios para decirle: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15,18). Cuaresma es tiempo de gracia para examinar nuestra conciencia sobre los mandamientos de Dios, reconocer humildemente los pecados, convertirnos de corazón a Dios, pedirle perdón en el sacramento de la penitencia, reconciliarnos con los hermanos y reparar los males que hemos hecho. Si no llegamos al nivel de estas realidades fundamentales cristianas, no hemos entrado adecuadamente en la Cuaresma y nos mantendríamos como en la superficie o en la periferia de la vida. La purificación del corazón y la reorientación de la conducta desviada nos prepara para que “celebremos la pascua, no con la levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad” (1 Cor 5,8). Caminan unidos el reconocimiento de los pecados y la vida nueva en Jesucristo. La confesión del pecado nos sitúa en la verdad y nos abre la puerta a una existencia pascual. Os invitamos a llevar a cabo algunas acciones en Cuaresma.
a) Oración. Es un tiempo de oración más intensa. Vayamos al encuentro de Dios, de quien estamos a veces inapetentes y al mismo tiempo famélicos; padecemos un tipo especial de “anorexia”. Necesitamos abrir las puertas al Señor (Cf. Apoc 3,20). Pongamos confiadamente nuestra vida en la presencia de Dios y las penas se derretirán como nieve cuando templa el tiempo, y seremos iluminados como cuando entra la luz en un lugar oscuro y cerrado.
b) La cruz. Es tiempo de caminar detrás de Jesús llevando la cruz, asumiendo los trabajos, deberes y sufrimientos de la vida. De la cruz de nuestro Señor ha surgido la vida nueva; y en nuestra cruz recibiremos la vida gozosa, serena y esperanzada. Amor servicial y cruz van unidos. Huir de la cruz es huir del Crucificado que ha vencido el pecado y la muerte.
c) Celebraciones comunitarias de la penitencia. Las celebraciones penitenciales son muy convenientes para profundizar en el sentido de la conversión. Y pueden ser también sacramentales, si ha tenido lugar la acusación personal de los pecados y la absolución también personal. Los sacerdotes somos pecadores y también ministros del perdón, en nombre de Jesucristo y mostrando la bondad del Padre celestial a los que se acercan al sacramento y a los que invitamos a venir. En la confesión descargamos el peso de la conciencia y recibimos el descanso y la paz del corazón (Mt 11,29).
d) “Gesto Diocesano de Solidaridad”. Cada año, en el marco de nuestro Plan de Evangelización, se propone una acción, que, con perspectiva propia de la comunidad cristiana, trata de expresar y fomentar el compromiso de la diócesis en una problemática social determinada. Este año y los próximos, queremos abordar algún aspecto de la crisis y realizar un gesto de solidaridad con personas y grupos que sufren más duramente sus consecuencias. En nuestro Mensaje de Navidad de 2008, afirmábamos que frente a una cultura basada en el éxito inmediato y en la satisfacción consumista, “hemos de impulsar un estilo de vida responsable marcado por la austeridad y la sobriedad personal y social”. En este sentido, en la fecha prevista desde el inicio del curso pastoral, es decir, el viernes 7 de mayo, queremos convocar a la comunidad diocesana a un ayuno solidario y a un acto de oración a favor de quienes son atendidos en los comedores sociales. En ellos se acogen personas necesitadas de alimento y cobijo. En esta ocasión nos fijamos en ellas por ser uno de los colectivos más desvalidos y vulnerables entre nosotros. Igual que pedimos a Dios el pan de cada día, pedimos también la solidaridad para compartirlo, con los de lejos y los de cerca. Podemos, como cristianos, unir al “gesto diocesano” el sentido penitencial del ayuno, que en la tradición de Israel y de la Iglesia es tan significativo. Ayunamos para comprender mejor a los hermanos que pasan hambre, para estar vigilantes en el espíritu y para descubrir el hambre de Dios, que nos da el Pan de su Palabra (Mt 4,4). Recorramos este itinerario cuaresmal como cristianos y comunidades en medio del mundo.
Bilbao, 17 de febrero de 2010
Miércoles de Ceniza
+ Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao
+ Mario Iceta
Obispo Auxiliar