1. En esta festividad de la Asunción de María al Cielo y, con ocasión de la jornada mundial de la juventud, me gustaría que centráramos nuestra meditación en la realidad de los jóvenes de hoy. Una realidad ciertamente ilusionante y esperanzadora, sobre la que, a su vez, se ciernen algunas sombras e incertidumbres. La primera pregunta que debemos hacernos es: qué podemos ofrecemos hoy, la Iglesia y la sociedad, a la juventud. Ello nos conduce a una segunda cuestión: qué espera la juventud de nosotros.
2. A la luz del Evangelio, debemos reflexionar acerca de algunos aspectos de la actualidad que nos inquietan profundamente y que requieren de nosotros una serena reflexión y unas conclusiones que nos muevan al compromiso firme. Son asuntos que se proyectan en el futuro que queremos legar a los jóvenes de hoy y que, en cierta manera, los condicionan. Cómo interpretar las terribles hambrunas de Somalia (donde la sequía comenzó ya hace seis años ante la pasividad de la comunidad internacional) o Etiopía; la violencia cruel que está sufriendo el pueblo sirio y otros pueblos de oriente; las hambrunas y guerras abiertas en el mundo que quizás interesan poco a los intereses mediáticos; cómo nos interpelan los recientes y graves disturbios en Inglaterra, la matanza de jóvenes en Noruega. Así mismo, qué reflexión hemos de hacer con respecto a las raíces antropológicas y éticas de la crisis económica (unas raíces sobre las que se ha prestado poca atención, dedicando nuestros esfuerzos únicamente a aspectos técnicos), la falta de trabajo y expectativa de futuro de nuestros jóvenes (se habla incluso de una generación perdida, con una gran preparación pero con dificultades de integrarse en el servicio de la sociedad), la resolución de la violencia y el terrorismo, la persistencia de la violencia contra las mujeres, los brotes de xenofobia y de intolerancia.
3. Así mismo, gracias a Dios, existen signos de esperanza, tales como la presencia de una juventud solidaria y comprometida, una juventud preparada que quiere participar en la gestación del futuro, unos jóvenes que quieren ofrecer lo mejor de sí mismos con ilusión y esfuerzo. Todas estas cuestiones nos llevan a una segunda pregunta clave: Dónde, cómo y con quién construir una vida libre, verdadera, plena, que responda a las expectativas del corazón y realice todas nuestras aspiraciones. Cómo construir una civilización verdadera donde las injusticias, el hambre y la violencia puedan ser erradicadas.
4. La Palabra de Dios nos muestra que Cristo es el arquetipo y la posibilidad de una humanidad plena. Él muestra a todo hombre y mujer de todos los tiempos el sentido de la vida y de la vocación a la que está llamado. Así mismo, existe un lugar donde vivir y dónde crecer hasta la altura de una humanidad plena, una familia universal que se llama Iglesia. “Quien quiera vivir –nos recuerda San Agustín–, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehúya la compañía de los miembros”. Es una familia y un pueblo nuevo que no conoce fronteras. En este lugar donde crecer en humanidad, es necesaria una educación en la verdad y el bien, a la medida de lo humano y lo divino, rechazando las ideologías que lo esclavizan. No sólo una educación en valores, sino una educación que, además, genere virtudes personales y sociales que nos permitan construir una sociedad y un mundo en amor y perdón, en libertad y paz, en solidaridad y fraternidad. Una educación abierta a la trascendencia, integradora de todas las dimensiones humanas, donde pueden encontrarse lo humano y lo divino, donde podamos recibir el abrazo de Dios que nos hace hermanos y nos envía a construir un mundo nuevo. Con Él sí es posible. Lejos de Él todo se vuelve oscuro y triste. En Palabras de San Ireneo, “la gloria de Dios consiste en que el hombre viva.”
5. El corazón humano encuentra su gozo y realización en la comunión y la entrega. El auténtico compromiso para construir un mundo nuevo nace del encuentro con Cristo y de un corazón renovado. A partir de Él es posible construir un futuro basado en la dignidad del hombre y en la fraternidad que procede de la paternidad de Dios, que nos abre a la verdad y al bien, y que nos abre los horizontes de la vida eterna. De este modo, es posible un futuro con esperanza, una esperanza cierta y fiable, donde todas las personas y los pueblos son respetados en su dignidad, donde la miseria y el hambre pueden ser vencidos, donde la injusticia es superada por el compartir, y la violencia vencida por el amor y el perdón.
6. Hoy volvemos los ojos a María. La fiesta de la Asunción constituye la culminación de su recorrido en la Tierra. Un recorrido no exento de dificultades y sufrimientos, pero ante todo, presidido por una entrega total en los brazos amorosos del Padre y en el cumplimiento de su voluntad, en la que reside nuestra plenitud y nuestra paz. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”. Ese fue el lema y el sentido profundo de la vida de María. Como afirmaba el Papa Pablo VI, “La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar «los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sencilla; la caridad solícita; la sabiduría reflexiva; la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos, agradecida por los bienes recibidos, que ofrecen en el templo, que ora en la comunidad apostólica; la fortaleza en el destierro, en el dolor; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz; la delicadeza provisoria (cf. Jn 2, 1-11); la pureza virginal; el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida” (Marialis cultus, 57). Tras su peregrinación en la Tierra, fue asunta al Cielo y allí brilla como signo de esperanza.
7. Una tradición multisecular de nuestro Pueblo, la constituyó en Patrona del Señorío de Bizkaia y en Patrona de nuestra diócesis. Los hijos e hijas de Bizkaia venimos hoy a felicitarla y a acogernos a su protección maternal. ¡Virgen Santa de Begoña! Tus hijos e hijas de este Pueblo venimos a mostrarte nuestro amor filial y a pedir tu protección de Madre. Tú que reinas como Señora con tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, ayúdanos en nuestras necesidades e intercede ante el Señor por nosotros. AMÉN
15.08.2011
El Obispo reflexiona en Begoña sobre la realidad de los jóvenes
Hoy, día de la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, el obispo mons. Iceta, se ha referido en su homilía a diversas situaciones que están viviendo los jóvenes de hoy. "Una realidad - ha matizado- ilusionante y esperanzadora, pero sobre la que se ciernen algunas sombras e incertidumbres". A continuación reproducimos la homilía del Obispo de Bilbao completa.