La sentencia produce tristeza y preocupación por varios motivos.
1) Hay un concepto de libertad religiosa que consiste en eliminar los símbolos de los lugares públicos, optando por la ausencia y el vacío. ¿No consiste la libertad religiosa, más bien, en la convivencia respetuosa de los diferentes? En efecto. ¿Es legítimo, por una igualdad definida como neutral, privar a cada pueblo de su especificidad? ¿Por qué no pueden convivir lo peculiar de un pueblo con lo plural de muchos pueblos y con lo universal de la humanidad? ¿Consiste la democracia en nivelar todo y en ocultar lo distinto? El adagio tradicional enseña que “natura abhorret vacuum”, a saber que la naturaleza siente aversión al vacío; a los símbolos excluidos otros los suplantarán; cuando el hombre no cree en Dios, dijo Chesterton, cree en cualquier cosa.
2) ¿No tiene derecho un pueblo, de manera sobria y respetuosa a mantener las señas de su identidad histórica? ¿Se puede “limpiar” la vida pública de los símbolos religiosos, en que se ha expresado un pueblo a lo largo de su historia y que no provocan ni dividen? ¿Se atrevería un tribunal semejante a dictar una sentencia de este estilo en otras latitudes sociales y religiosas? ¿Por qué dilapidamos nuestra herencia? ¿No es un empobrecimiento cultural suprimir todo lo característico de una tradición religiosa, que no daña a nadie, que es más bien símbolo de amor, de libertad y generosidad en beneficio de los demás, como es el crucifijo? ¡Se empieza por lo exterior y público y se atenta contra lo íntimo y personal! ¡Es mal paso y un desacierto en el camino del respeto a la libertad religiosa y a los derechos en general!
3) ¿No revela la sentencia desapego, distanciamiento y menosprecio de las raíces cristianas de Europa, de la propia historia, y de los grandes factores que la han formado y configurado, sin excluir para el presente y futuro otros ingredientes enriquecedores? ¿No hay un cierto complejo de inferioridad para sostener lo propio ante quienes se ufanan de su peculiar y propia historia? Por el camino del debilatimiento de la identidad y la opción por el vacío de signos en el ámbito público afrontamos de manera insegura y más vulnerable nuestro futuro. Si no hay convicciones que alimentan el espíritu cedemos ante quienes aguardan a la puerta para decidir cómo debemos ser y qué debemos hacer. La confianza que procede de los grandes valores capacitan para afrontar los obstáculos que tienden a oscurecer la luz y debilitarnos ante las decisiones en el presente y en el futuro.
Bilbao, 9 de noviembre de 2009
Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao