La catedral de Santiago se ha quedado pequeña para acoger a toda la gente que ha querido compartir la toma de posesión de Mons. Mario Iceta como obispo de Bilbao. Ante más de 30 obispos y arzobispos del estado, entre los que se encontraban los de San Sebastián, Vitoria e Iruñea; personalidades políticas de diversa condición, familiares, fieles y una nutrida presencia de medios de comunicación, el obispo de Bilbao ha agradecido en primer lugar a Dios “porque una vez más vuelve a fiarse de mí, y me confía este ministerio”.
Mons. Iceta ha recordado en su homilía el drama actual de la soledad apelando a que “seamos también nosotros, para nuestros hermanos, esta acogida de amor, que devuelve la vida, la ilusión y la esperanza”.
El obispo de Bilbao ha destacado la importancia de recobrar la capacidad contemplativa y espiritual. Del mismo modo, ha pedido “que seamos capaces de derribar cualquier muro de separación, de odio o violencia”.
Refiriéndose a los fieles de la Diócesis ha tendido la mano a la Iglesia “que peregrina en Bizkaia” reiterando su “voluntad de ponerme a vuestro servicio[…]Ayudadme a ser el servidor bueno y fiel del que habla el Evangelio y que esta Diócesis espera encontrar en su obispo”
El nuevo obispo de Bilbao ha recibido el saludo y la felicitación de numerosas personas al finalizar el acto litúrgico.
Hoy a las 20:00 celebrará su primera misa como obispo de Bilbao en la basílica de Begoña para celebrar el día de la Amatxo.
Reproducimos íntegramente el texto de la homilia:
HOMILIA TOMA DE POSESIÓN OBISPO DE BILBAO
S.I. Catedral del Señor Santiago. Bilbao.
11 de octubre. Solemnidad de Ntra. Sra. De Begoña
Querido Sr. Nuncio, queridos hermanos en el episcopado, hermanos sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada y seminaristas, Señor Diputado General y diputados de la Excelentísima Diputación de Bizkaia, Señor Alcalde y corporación municipal de Bilbao, Señor Alcalde y corporación municipal de Gernika, dignísimas autoridades que nos acompañáis, queridos hermanos y hermanas. Sed bienvenidos.
1. “Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio” (1 Tim 1, 12). Con estas palabras, el apóstol Pablo expresaba su agradecimiento a Dios por el oficio apostólico que había recibido. También hoy, con humildad, quisiera hacer mías estas palabras. Quiero dar gracias a Dios porque una vez más vuelve a fiarse de mí, a pesar de mis limitaciones, insuficiencias y pecados, y me confía este ministerio. Ante su llamada, percibo la desproporción entre esta misión y mis limitaciones. Pero también renuevo mi confianza en Él: “Sé bien de quién me he fiado” (2 Tim 1, 12), y renuevo ante vosotros y ante la Iglesia mi total entrega a Él, con palabras de San Ignacio: “Acepta, Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Tú me lo diste, a ti lo torno. Dispón de mí totalmente según tu voluntad. Sólo te pido tu amor y tu gracia”. Al recorrer con memoria agradecida la historia de mi vida, puedo ciertamente afirmar que los caminos de Dios no son nuestros caminos, que sus planes superan cualquier expectativa (cfr. Is 55, 8-9) y que Él nos lleva de la mano haciendo que nuestra vida sea siempre cálida y luminosa a pesar de las dificultades del camino.
2. Quisiera también hoy agradecer al Santo Padre su testimonio de afecto y confianza encomendándome el cuidado pastoral de esta Diócesis de Bilbao. Querido Señor Nuncio, le ruego que transmita al Santo Padre mi afecto filial y mi comunión plena con Él, agradeciéndole su entrega valiente e incondicional en el servicio de amor a la verdad y al bien, y de confirmarnos a todos en la fe. Transmítale el cariño de esta Iglesia que peregrina en Bizkaia. Que siempre se sienta acompañado por nuestro afecto, sacrificio y oración.
3. San Pablo describe, con admiración, en qué consiste el amor de Dios: El Señor Jesús, Hijo de Dios, se despojó de su rango y adquirió la forma de siervo. Él se hace siervo por amor. También San Juan comenta con asombro: “tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 14). Y el mismo Jesús nos ha asegurado que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Y mirándonos con cariño nos dice: “Vosotros sois mis amigos” (Jn 15. 14). Hoy, una vez más y hasta la eternidad, Cristo se presenta ante nosotros como servidor, entregándonos amorosamente su vida que, de una vez para siempre, brota del misterio de la Cruz y nos alcanza en el misterio de la Iglesia y de los sacramentos. Es este amor el que renueva radicalmente la humanidad y nuestra propia existencia haciéndonos no sólo sus amigos, sino sus hermanos, en una indisoluble unidad de vida y destino.
4. Este amor de Dios tiene la capacidad de despertar y levantar a la humanidad de las sombras del desamor y la desesperanza. San Pablo recoge esta verdad en un hermoso himno que probablemente se utilizaba en la oración de las primeras comunidades cristianas: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz” (Ef 5, 14). El hombre está necesitado, como el viejo Adán, de un Amor infinito, que engendra vida eterna, capaz de despertarle del sopor que conduce a la muerte. Así mismo, el hombre de todos los tiempos está necesitado de levantarse de la postración, de vivir la vida en plenitud, no encorvado y sometido bajo el peso de tantas esclavitudes que empañan en Él la dignidad de hijo de Dios. La humanidad está necesitada de Cristo luz, capaz de iluminar todos los recovecos del corazón y de la existencia humana y de acoger el Reino de Dios entre nosotros edificando la civilización del amor. Así hemos querido reflejarlo en nuestro cuarto plan de Evangelización. Acojámoslo con esperanza e ilusión. Cristo es la luz. Alumbre también en nosotros esta luz para ser testigos del amor de Dios a la humanidad.
5. Esta condición de siervo por amor constituye la identidad profunda de todo cristiano. Es también la identidad propia de la Iglesia, cuya misión es hacer presente al Señor y con Él, configurarse como servidora de la humanidad. Es el lema que quise elegir para mi ministerio episcopal: omnium servus, servidor de todos. Él nos dice: “Ved que los jefes de los pueblos los someten y los oprimen, no sea así entre vosotros. Quien quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor” (Mc 10, 42-43).
6. Un aspecto fundamental de este servicio consiste en propiciar el encuentro personal Dios, que abre nuestra existencia a un nuevo horizonte y la dota de una orientación decisiva. El hombre, tantas veces sin saberlo, tiene sed y anhelo profundo de Dios, y lo busca. Hemos escuchado en el Evangelio de hoy la exclamación de José: “Te buscábamos angustiados”. Y lo encontraron en el Templo. Es decir, encontramos a Dios manifestado en la carne, ya que, como afirma San Juan, “Él hablaba del Templo de su Cuerpo” (Jn 2, 21).
7. Él también se manifiesta de modo particular en la carne de los pobres, de las antiguas y nuevas pobrezas. Como Jesús mismo nos recuerda, “cada vez que lo hicisteis con estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Cfr. Mt 11, 26). Hoy, entre tantas pobrezas, agravadas por la crisis que se ensaña especialmente con los jóvenes, los emigrantes y las personas sumidas dolorosamente en diversos mundos de exclusión, quisiera detenerme en una, que quizás nos puede pasar desapercibida. Es el drama de la soledad. Cuántas personas mayores, y a veces no tan mayores, viven solas. La soledad va eclipsando y, en cierto modo, destruyendo a la persona, pues su vocación fundamental es el amor y la comunión. Cristo Jesús nos espera hoy con urgencia en las soledades, tristezas, enfermedades y pobrezas de nuestros hermanos. La Escritura nos dice que en Belén no había sitio en la posada para María, que llevaba a Jesús en su seno. Y el Hijo de Dios nace en la soledad del pesebre, ante la indiferencia de los habitantes de Belén, pero acogido con extremo amor por María y José que lo reciben y lo envuelven con el abrigo de sus corazones. Seamos también nosotros, para nuestros hermanos, esta acogida de amor, que devuelve la vida, la ilusión y la esperanza y nos resucita de entre los muertos.
8. La fuerza para ser don para los demás y afrontar el cansancio de la entrega constante, la encontramos en la Eucaristía, que es el don mismo de Jesucristo, que nos muestra de este modo su inmenso amor por cada uno de nosotros. Este don se prolonga en la adoración eucarística. El hombre contemporáneo, tan sumido en la prisa y el estrés, que termina por desorientarle y sumirle en angustia, necesita recobrar su capacidad contemplativa, dedicar amplios espacios de su vida a la meditación, a la contemplación y a la adoración de un Dios que se hace siervo humilde en la Eucaristía. Debemos ser capaces de ofrecer espacios, modos y pedagogía adecuada para fortalecer en el hombre de hoy su irrenunciable dimensión contemplativa y espiritual.
9. La Eucaristía, siendo sacramento de caridad por excelencia, es elemento indispensable que, junto con el don del Espíritu Santo, posibilitan que la Iglesia sea un verdadero misterio de comunión. Pidamos al Señor que fortalezca la comunión en nuestra Iglesia. Que seamos capaces de vivir en unidad, que es un don del Espíritu, con la riqueza y diversidad de carismas, ministerios y sensibilidades que edifican la comunión. Así mismo, este sacramento de caridad posibilita una nueva relación entre los hombres fundada en una fraternidad nueva, capaz de derribar todos los muros que nos separan. “Cristo es nuestra paz. Él ha derribado con su carne el muro que nos separaba, el odio.” (cfr. Ef 2, 14-15). Pidamos al Señor que nos haga capaces de derribar cualquier muro de separación, de odio o violencia, para ser con Él edificadores de la paz, constructores de la civilización del amor.
10. Quisiera también hoy agradecer al Señor, tantas personas que ha puesto en mi camino y que, como Juan el Bautista, me han mostrado a lo largo de mi vida dónde encontrar al Cordero de Dios. Comenzando por mi familia, donde he recibido el don de la vida, del amor y de la fe. Tantos amigos, sacerdotes, consagrados y laicos, que me han acompañado, ayudado y confortado en la fatiga. Muchos hoy estáis aquí, también venidos de lejos. Gracias porque en vosotros siempre he encontrado un corazón abierto, una mano amiga y el descanso en la fatiga del camino. También agradezco la compañía y ayuda fraterna de mis hermanos obispos, que me recibieron en el colegio episcopal. Permitidme que haga mención particular de Don Ricardo, que con total dedicación y entrega presidió durante más de quince años esta Iglesia particular que le recuerda con cariño y agradecimiento, y de quien recibí la ordenación episcopal. Gracias por tu testimonio de fidelidad y amor. Cuando vuelves a Bizkaia vuelves a tu casa.
11. En esta celebración el Señor nos vuelve a enviar como obreros de la mies de la Iglesia que peregrina en Bizkaia. Una Iglesia llena de dones, tantas veces no suficientemente conocidos, compuesta por tantos hermanos y hermanas, sacerdotes y diáconos, miembros de la vida consagrada, misioneros, laicos, embarcados con ilusión y entrega en la tarea de la Evangelización desde la comunión y la corresponsabilidad. Hoy reitero mi voluntad de ponerme a vuestro servicio y animaros a que, juntos, nos sintamos enviados a trabajar en la viña del Señor. La expresión canónica “toma de posesión”, me gustaría entenderla más bien en el sentido de que es esta Iglesia particular de Bilbao la que toma posesión de mi persona para servirla con total entrega. Y en Ella quiero hacer realidad el propósito de ser servidor de todos. Ayudadme a ser el servidor bueno y fiel del que habla el Evangelio y que esta Diócesis espera encontrar en su Obispo.
12. Termino acudiendo a la intercesión poderosa de la Virgen María, cuya fiesta hoy celebramos en Bizkaia. De Ella tomó carne el Hijo de Dios y así se unió para siempre a nuestra condición humana. María es, de modo excelente, esclava y sierva por amor y así se ha convertido no sólo en Madre sino también en Maestra e Icono de la Iglesia. Necesitamos su presencia maternal, pues sin la Madre faltaría el calor y la acogida que hacen posible que nuestra casa sea un verdadero hogar, lugar de amor y comunión. A Ella me encomiendo y encomiendo a toda la Diócesis. “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). Hoy te pedimos, Madre nuestra, que también a nosotros, tus hijos e hijas de Bizkaia, nos guardes y conserves siempre en lo más profundo de tu corazón. Que San Ignacio de Loyola y San Valentín de Berriotxoa, patronos de la Diócesis, nos acompañen.
Que la paz esté con vosotros. AMEN.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao