Desde los grupos AmaLur y Andra Mari Eskaut Taldea, explican que la dinámica diaria durante su estancia en Ceuta comenzaba con las experiencias de servicio, por las mañanas: en la residencia Nuestra Señora de los Ángeles de los Franciscanos de la Cruz Blanca, acompañando a personas mayores y con discapacidad; la Escuela de Verano de la Fundación Cruz Blanca para niños y niñas, en el Barrio del Príncipe y con la organización Luna Blanca en la cocina y comedor social; y, por las tardes, la lectura creyente de la realidad vivida en la mañana y acercamiento a distintas realidades de Ceuta.
«Nos ha guiado en el campo de trabajo El Buen Samaritano. Cada una de sus acciones -señalan- marcaban el día, la lectura creyente y la oración. El Buen Samaritano cuando se encontró en su camino al que estaba caído le vio, sintió compasión, se acercó, curó sus heridas, le acompañó y buscó la colaboración de otros. Con él, Jesús nos ha invitado a recorrer ese camino y desplegar cada día esas mismas acciones y actitudes… a ver con una mirada nueva, a sentir compasión, a acercarnos nos ha dicho a cada una de nosotras: ‘Vete y haz tú lo mismo’”.
La valla
Una de las visitas que más impresionó al grupo fue la que realizaron a la valla que rodea toda la ciudad. «Nos ha hecho sentir impotencia, vergüenza, tristeza… ver lo que construido para impedir el camino hacia un futuro mejor para tantas personas que esperan pasar a este lado. Mucho más cuando a cada paso por la ciudad nos encontrábamos con un ‘Bienvenidos’, ‘gracias por venir a Ceuta‘».
Ceuta ahora tiene otro rostro y otros nombres grabados en el corazón para los y las jóvenes. Ahora en sus campamentos están transmitiendo lo que han vivido. Después toca recoger la experiencia para que puedan seguir dando pasos en sus realidades «para comprometerse en hacer de nuestros pueblos lugares más habitables y acogedores para todos y todas».
«Eso -concluyen- es lo genuino del servicio y del voluntariado: compartir lo que uno tiene y lo que es. Acompañarnos unos a otros. Ahí es donde brotan tantas cosas buenas: el cariño, la responsabilidad, el cuidado, la colaboración, la ternura, la entrega… Ahí es donde los cristianos nos encontramos con el Dios de Jesús que habita en nuestras periferias, ahí es donde trabajamos codo con codo con otras mujeres y hombres que están empeñados también en construir un mundo más justo y fraterno».