Queridos diocesanos:
Al comienzo del Año Nuevo queremos transmitiros nuestros mejores deseos de paz y esperanza. Que el Niño Dios, que ha renacido un año más en nuestro corazón, en nuestro hogar y en nuestras comunidades, nos impulse a ser mensajeros y constructores de su paz. Una paz que brota, en último término, del corazón convertido por la gracia de Dios, capaz de amar a los demás sin límites ni fronteras, como el Señor lo ha hecho, nos ha enseñado y nos ha mandado: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 13, 34).
El mensaje del Santo Padre para esta Jornada Mundial de la paz nos invita a reflexionar sobre el tema “Combatir la pobreza es construir la paz”. Nosotros queremos acoger con gratitud su mensaje y hacernos eco de él. Es un asunto que resuena de modo particular durante este año, debido no sólo a la pobreza que asola dramáticamente la mayor parte de la población mundial, sino que afecta también a muchas personas y familias que conviven en nuestra proximidad, debido a la grave crisis económica que padecemos. Este tema ya fue abordado en nuestro Mensaje de Navidad.
Nos recuerda el Santo Padre que la pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan los conflictos, incluidas las contiendas armadas. A su vez, los conflictos armados agravan las situaciones de pobreza de muchos pueblos, entrando de este modo en una cruel espiral que produce gravísimas consecuencias en las personas y comunidades que los padecen, dejando profundas y dolorosas secuelas que necesitarán de varias generaciones para ser superadas.
Combatir eficazmente la pobreza constituye, por tanto, uno de los principales retos actuales de la humanidad. Es una tarea que nos incumbe y compromete a todos. Esta lucha decidida contra la pobreza se inserta en el fenómeno complejo de la globalización, con sus luces y sus sombras. Como afirma Benedicto XVI, “solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable. Por sí sola, la globalización es incapaz de construir la paz, más aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables”.
En esta perspectiva, es necesario tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Ésta no sólo hace referencia a aspectos materiales, sino también a otros aspectos, más propios de las sociedades desarrolladas, como son la pobreza relacional, moral o espiritual. Así, en nuestra sociedad del llamado “primer mundo”, encontramos personas desorientadas interiormente, carentes del sentido profundo de la vida, con una visión meramente material o interesada de la relación social, incapaces de encontrar el sentido verdadero del amor, la entrega, la solidaridad, la amistad, la fidelidad, el sacrificio, la compasión, el perdón.
La pobreza conlleva profundas implicaciones morales. En el campo de la demografía, muchos habían considerado el crecimiento de la población como causa de pobreza. Ello ha conducido a muchos países e instituciones internacionales a limitar la natalidad incluso con métodos que atentan contra la dignidad de la mujer, el derecho de los cónyuges a decidir responsablemente el número de hijos, e incluso la eliminación de la vida humana naciente. Hoy en día, a la luz de los datos socioeconómicos de países emergentes, es posible reafirmar que la población, lejos de ser considerada como una amenaza para el desarrollo, se confirma verdaderamente como una riqueza indispensable para el progreso de los pueblos. Otros aspectos que debemos poner de relieve es la necesaria lucha con las enfermedades pandémicas con métodos acordes a la dignidad de la persona, la atención a la actual crisis alimentaria que pone en peligro las necesidades básicas de alimentación de la población, y la atención a la preocupante magnitud global del gasto militar, que se sustrae a los proyectos de desarrollo de los pueblos, principalmente los más pobres. En este sentido, el Santo Padre afirma que “los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica”. También es preciso señalar que uno de los aspectos más hirientes de la pobreza es que afecta principalmente a las víctimas más vulnerables como son los niños. Así, casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Esta escandalosa realidad no puede dejarnos impasibles sino implicarnos en buscar los medios adecuados y eficaces para su erradicación.
Todos estos aspectos deben conducirnos a un auténtico compromiso por luchar contra la pobreza y edificar una verdadera solidaridad global. Cada uno de nosotros es invitado a contribuir al bien común y a la paz social. Es preciso reflexionar y adoptar las medidas correctoras adecuadas acerca del modo en que se realiza el comercio internacional, que tiende a dejar al margen a los países de renta baja, impidiendo de este modo el establecimiento de una relación justa y solidaria entre los pueblos que permita su desarrollo. Así mismo, los instrumentos financieros no deben olvidar su referencia fundamental al bien común y al sostenimiento de la creación de nuevas oportunidades de producción y trabajo a largo plazo. Todo ello requiere una cooperación tanto en el plano económico como jurídico que promueva una cultura de la responsabilidad, de la solidaridad creativa, de la promoción de la justicia y de la búsqueda del bien común.
Al comienzo de Nuevo Año, todos somos convocados a la construcción de la paz que se base en la justicia, la solidaridad y la caridad. Como afirma Benedicto XVI, “la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano. La comunidad cristiana no dejará de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad”. Pedimos al Señor que este deseo se haga realidad en todos nosotros. De este modo seremos portadores de una vida nueva, según el Espíritu de Dios, que de respuesta al anhelo profundo de paz, esperanza y fraternidad que palpita en el corazón de toda la humanidad.
Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao
Mons. Mario Iceta
Obispo Auxiliar