A través de la contemplación de la Sagrada Familia, quienes han participado en la experiencia «han podido crecer en humanidad y en fe, dejándose interpelar por un Dios que se hace cercano, sencillo y vulnerable».

«Vivir estos días juntas ha significado abrir espacios de silencio, oración y diálogo para conectar con el misterio del Dios que se encarna, que habita lo cotidiano y acompaña cada historia personal y comunitaria».


La convivencia -concluyen- ha estado impregnada de alegría, solidaridad y espíritu fraterno, fortaleciendo los lazos entre las hermanas y renovando el compromiso misionero desde una mirada más compasiva e inclusiva. «Han sido días para agradecer, compartir vida y reafirmar la llamada a ser hogar abierto para todos, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia, que sigue guiando y sosteniendo el caminar de la comunidad».












