“Envía, Señor, tu Espíritu y renueva la faz de la Tierra” (Sal 103,30)
1. Celebramos el día de Pentecostés, la efusión del Espíritu Santo que recrea la unidad recomponiendo los fragmentos y propiciando que, de una humanidad dividida, como Babel, renazca una humanidad nueva, en la que, a pesar de los diferentes lenguajes, todos podamos entendernos, aceptarnos y querernos fraternalmente.
2. Contemplando la situación de nuestra sociedad actual, surge la percepción de que necesitamos también hoy, para nuestra Iglesia y nuestro mundo, un nuevo Pentecostés. Y en nuestro corazón resuena la petición confiada: “Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra”. Este Espíritu nos anima a trabajar incansablemente por la concordia y el entendimiento humano, en el que todos los muros que nos separan sean derribados; y en el que seamos capaces de componer, desde la diversidad, una sinfonía basada en la dignidad inalienable del ser humano y en la promoción y tutela de todos los derechos que de esta dignidad se desprenden.
3. En este sentido, y examinando los aspectos que en este momento preocupan a nuestra sociedad, en el corazón de todos anida el anhelo y la esperanza de paz. Y nosotros, los creyentes, debemos contribuir con nuestra oración y nuestra cooperación a que esta esperanza se haga realidad. Somos, así mismo, conscientes de que vivimos un momento delicado en el panorama político y social. Las últimas elecciones han configurado un mapa político que pone de manifiesto la pluralidad y complejidad de nuestra realidad social. Ello requiere de quienes han sido elegidos para el noble ejercicio de la política, el desempeño de su responsabilidad entendida, ante todo, como servicio al bien común y a todas y cada una de las personas. Dicho ejercicio debe partir de principios y valores irrenunciables que brotan de la dignidad humana y sus derechos inalienables, superando intereses particulares. La diversidad de opciones políticas hace necesario el diálogo paciente y decidido entre sus respectivas formaciones, las instituciones y demás instancias sociales, con el fin de alcanzar amplios acuerdos en cuestiones fundamentales.
4. Necesitamos curar heridas profundas hasta donde sea posible. Constituye un elemento delicado y decisivo la memoria y acompañamiento de quienes han sufrido el terrorismo y cualquier tipo de violencia injusta, cuya práctica ha sido y es siempre reprobable e injustificable. En este sentido, la desaparición definitiva de ETA constituye un clamor firme de la sociedad y una exigencia ética que debe hacerse realidad. También es necesaria la conversión del corazón que conduce al reconocimiento del daño causado, a la petición de perdón y al cambio radical de vida, para que ésta se oriente a la edificación del bien común. La generosidad que otorga el perdón constituye, así mismo, una gracia que debemos pedir como don de Dios. El camino a recorrer precisa diferenciar diversos planos que están profundamente relacionados entre sí: la dimensión moral tanto personal como social, la jurídico-legal y la político-social. Cada una de ellas conlleva sus propias dinámicas y exigencias. Los cristianos debemos abordarlas siempre desde una perspectiva evangélica.
5. La Iglesia es experta en humanidad y se hace solidaria con los problemas y esperanzas de nuestra sociedad. El anhelo de una sociedad en paz está inscrito en la profundidad de nuestros corazones. Y a este fin se dirige el mandato del Señor de hacer presente en medio de nosotros su Reino, que es Reino de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Nuestros corazones y nuestra sociedad necesitan urgentemente de Dios para poder curar las heridas y acompañar en el proceso de sanación personal y social. Esta tarea difícilmente podrá llevarse a cabo sin el don del Espíritu, que nos abre a la edificación de una humanidad nueva, infundiendo en nosotros la caridad. Y es aquí el lugar donde la Iglesia encuentra fundamentalmente su misión. Una paz verdadera, que requiere la búsqueda de la verdad y de la justicia, no se conseguirá plenamente sin recorrer el camino del perdón y de la reconciliación. Necesitamos recorrer juntos dicho camino, promoviendo igualmente una cultura de la paz. La Iglesia se ofrece como compañera infatigable de viaje para dicha labor. Son muchas las iniciativas tanto sociales como eclesiales en las que los cristianos participamos, y donde aprendemos a edificar la paz; y otras muchas que creativa y audazmente debemos emprender. Entre ellas destaca la necesidad de educar a nuestros jóvenes en la construcción de una sociedad reconciliada, justa, solidaria y en paz.
6. Por todo ello, nuestra Iglesia se postra en oración ante Dios, suplicando el don del Espíritu Santo. Que Él nos fortaleza interiormente para recorrer el camino de la reconciliación. Como reza la secuencia de Pentecostés, “Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo. Tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas, y reconforta en los duelos… Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma al Espíritu indómito, guía el que tuerce el sendero”. Como los apóstoles, que esperaban con María en oración la venida del Don de lo alto, así también nosotros queremos esperar con Ella en la comunión de la Iglesia.
7. Abrid de par en par vuestro corazón, vuestras familias, vuestras actividades, vuestras comunidades, vuestro mundo al don del Espíritu. Pido a Padre y al Hijo que os lo envíen con toda su plenitud y fuerza.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa.
Obispo de Bilbao
13.06.2011
Erigidas las primeras Unidades Pastorales
Las nueve Unidades Pastorales que se erigieron ayer, Solemnidad de Pentecostés, en la catedral, son: Karrantza-Lanestosa, Sestao, Arraizpe (Rekalde), Artxandape, Autonomía-Indautxu, Casco Viejo, Galdakao, Ugao-Orozko y Leioa.
Monseñor Iceta procedió a entregar los textos de creación de las UPs a los responsables correspondientes.
A continuación reproducimos íntegramente la homilía de mons. Iceta en la celebración de Pentecostés de ayer.