Ángel Echevarría nació en Bilbao el 24 de abril de 1927 y fue ordenado presbítero el 31 de mayo de 1952. Tras su ordenación, su primer destino estuvo en la parroquia de San Juan Bautista de Muskiz y desde ese mismo año, hasta 1967, fue Prefecto del Seminario, aunque en el periodo de 1954 a 1956 estuvo realizando estudios de música en Roma. De 1957 a 1967 también fue vocal de la comisión diocesana de música.
Desde 1967 a 1970 estuvo como misionero en Chile y, a su regreso, le nombraron ecónomo en la parroquia de El Salvador de Bilbao (1970-1979). En 1980 volvió a partir como misionero, en este caso, a Los Ríos (Ecuador) y allí permaneció 9 años (1980-1989).
Tras esa etapa en misiones, Ángel volvió a Bilbao, primero como miembro del equipo presbiteral de las parroquias Santos Justo y Pastor y Santísimo nombre de María, de Otxarkoaga y Txurdinaga y, después, como moderador del equipo presbiteral de San Antón de Bilbao.
Entre 1992 y 1997 dirigió el Hogar Sacerdotal de Begoña. De 1993 a 1996 fue miembro del equipo presbiteral de las parroquias de Begoña y La Cruz y, entre 1996 y 2002, vicario parroquial de Ntra. Sra. de Begoña. Además, en el periodo comprendido entre 1996 y 2001 formó parte del Consejo de Presbiterio.

Sonrisa amplia y capacidad de convocatoria
Eskolunbe Mesperuza, que le conoció en su etapa en la parroquia de El Salvador nos remite estas líneas:
“A los 97 años nos ha dejado don Ángel, Ángel Echevarría Franco, presbítero diocesano, tan querido como admirado.
Don Ángel, entre otras muchas tareas, fue el encargado de fundar la parroquia de El Salvador, al inicio de la década de los 70, en el bilbaíno barrio de Castaños.
Su sonrisa amplia y su capacidad para convocar a la gente, más allá de creencias e ideologías, lo fue todo en nuestro barrio.
«¡Pirata!» -nos decía, con su tono cálido y entrañable- y todas, todos quedábamos prendados de esa su habilidad para convocarnos al encuentro, a la fraternidad, a la vecindad compartida.
Don Ángel llegó a nuestras vidas con la tarea de crear parroquia, pero al de muy poco, comprendimos que él fue un regalo de Dios, un trocito de Cielo, que tuvimos el privilegio, el honor de compartir en nuestras calles y plazas, de manera cotidiana y sencilla, como era él.
Por eso, y por muchos otros motivos hoy queremos rendirle este sencillo y emotivo homenaje a quien, desde lo pequeño, fue capaz de construir lo más grande que cristianos y cristianas poseemos: el Reino de los Cielos aquí, en la Tierra.
¡Don Ángel… Goian bego! Te queremos y agradecemos… ¡tanto!
A la vuelta del último recodo… ¡volveremos a encontrarnos!
Eskolunbe Mesperuza Rotger
Buen compañero
Juanjo Elezkano coincidió con Ángel en Ecuador y le recuerda con mucho afecto:
«Angel Mari y yo coincidimos en Quevedo (Provincia de Los Rios, Ecuador), prácticamente los 5 años que estuve. Le recuerdo como un buen compañero en aquella macro-parroquia de San José, muy contento siempre en su tarea como sacerdote en su querido barrio de La Loma. Alegre y positivo en la convivencia, y a la vez claro, serio y sensato en los planes pastorales que hacíamos.
Cuando a los dos nos tocaba venir de vacaciones para Euskadi, él sacrificó su viaje por acompañar en su proceso vocacional a un grupo de jóvenes de Quevedo que entraron al Seminario ese mismo año, él se quedó para que yo pudiera viajar. Eskerrik asko, Angel Mari.
De las muchas anécdotas que podría contar sobre él, dos podrían servir para ilustrar su modo guasón de ser. La primera. Por no sé qué motivo, no era sencillo encontrar una señora que cocinara para el grupo de sacerdotes y laicos que vivíamos permanentemente en Quevedo, entre 8 y 10 personas. Pero es que, al encontrarse en el camino hacia Quito, Quevedo era una casa en la que con frecuencia había gente de paso, que venía de Quito o iba hacia la capital, se quedaban a dormir, comían, cenaban… Lo cierto es que trajeron como cocinera a una señora bastante entrada en años: la señora Floresmila. Y no había día en que Angel Mari no le dijera delante de todos para tomarle el pelo: ‘Por fin, señora Floresmila, ¿Cuándo nos casamos usted y yo?’ Y ella:… pero padre Angel Mari…
La segunda. Yo tenía por costumbre salir un día a la semana a hacer una caminata por el campo y luego bañarme en las templadas aguas del Río Quevedo. Angel Mari no entendía cómo podía disfrutar yo de esa manera, de modo que un día me acompañó a hacer la caminata y ya de vuelta, antes de coger el autobús, que allí se le llama “el colectivo“, Angel Mari venía “derrengao” y como en cualquier casita la gente te vende un refresco, llamamos en una puerta y salió un señor mayor que nos sirvió un refresco a cada uno. El señor tenía un cigarro en la boca y le miraba a Angel Mari que se apoyaba como podía en la puerta…. El señor se volvió mirándome a mí y me dice en su lenguaje montuvio: “sabe ute lo que le digo compadre? quete zeño etá bien etropeado“.
Una vez de descubrir lo absurdo de mis caminatas, por supuesto que nunca más me acompañó.
Descansa en paz Angel Mari junto al Dios bueno en el que siempre confiaste y sé feliz para siempre con todos tus seres queridos hasta que nos volvamos a encontrar».
Juanjo Elezkano
La música, pasión y vocación
La música siempre formó parte importante de su vida.
El Coro LAGUNDI Abesbatza se fundó en 1973 bajo la batuta de Ángel Echevarria. Hasta 1977 actuó como coro de voces graves con unos 20 coralistas, pero en marzo de ese mismo se reestructuró y se convirtió en un coro mixto, con unos 35 coralistas.