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18.08.2014

“He aprendido a mirar lo sagrado de la persona”

El servicio que ofrece la Diócesis en los hospitales públicos de Bizkaia por medio de los equipos de Pastoral de la Salud, responde también en agosto. Porque las enfermedades aparecen cuando menos se las espera, incluso en la época estival. Las personas que se enfrentan a situaciones de dolor y sufrimiento siguen necesitando a alguien que las escuche y acompañe. Junkal Otaduy es una laica que desarrolla este ministerio con amor - no puede ser de otra manera- , en el hospital de Galdakao.

Estoy desde hace ocho años en el servicio. Formamos un equipo estable de cuatro personas pero además contamos con colaboraciones de guardias localizadas para poder responder todos los días y todas las horas del año a la gente que lo solicita.
¿Cómo es un día en la capellanía?
Ahora, en agosto, algunas plantas del hospital están cerradas pero sigue habiendo gente que acude a la capilla. Ambientamos el lugar con la música apropiada y si alguien se acerca le escuchamos, porque nuestra labor fundamental es la escucha. Antes, solíamos saludar a los enfermos puerta a puerta pero ahora, la situación ha cambiado y acudimos sólo cuando nos llaman. Por lo tanto, puedes encontrar a miembros del equipo en un pasillo, junto a un árbol o tomando algo con los familiares de los pacientes en la cafetería.
¿Es necesaria la presencia de la Iglesia en el mundo de la enfermedad?
Las situaciones de enfermedad y sobre todo si son de diagnósticos graves muestran la vulnerabilidad del ser humano al límite. Cuando se te quita el suelo de la normalidad y te haces las últimas preguntas buscas respuestas. Nuestro servicio no sólo ofrece la dimensión sacramental – que también- intentamos además, tal y como hizo Jesús, acompañar, estar, mirar, tocar, participar y lo ideal sería sanar pero…no siempre se consigue.
¿Qué se aprende en este servicio?
A escuchar y a ser humilde. Me ha enseñado a mirar la vida desde otro punto de vista. A saber percibir los detalles pequeños y a agradecer. Los pequeños gestos, lo que tiene de sagrado la persona, lo efímero de la vida… He aprendido mucho.
Y la exposición diaria al dolor ¿desgasta mucho?
No es fácil. Es una labor compleja porque te enfrentas diariamente a circunstancias a las que no podemos dar respuesta. Es una manera de sostener y de ofrecerte. Cada habitación es un mundo diferente. Cuando empatizas con el enfermo o con su familia, eso se siente. Pero, a veces no hay conexión y entonces no tienes que volver a visitarles. La formación que hemos recibido también nos ayuda a la hora de encarar las diferentes situaciones.
¿Sabemos despedirnos de los seres queridos?
Pienso que se debe trabajar más la dimensión religiosa al final de la vida. A veces se solicita nuestro servicio a última hora, cuando el enfermo no es consciente. Los familiares directos lo hacen, en muchas ocasiones, porque la persona que está en las últimas es creyente pero no se dan cuenta de la importancia que tiene que ellos también estén presentes en ese último momento terrenal. Hace poco me llamaron porque una persona que estaba en la UCI estaba a punto de fallecer. Eran cuatro hijos, la hija hacía de interlocutora y me dijo que aunque no eran creyentes, su ama lo era y querían que se le administrara la unción. No había tiempo para llamar al cura por lo que me ofrecí a orar por ella. No querían estar, salían de la habitación. No se daban cuenta de lo importante que era construir ese momento entre todos porque yo no conocía a su madre y ellos podían acompañarla en la despedida aún no siendo creyentes. Al fin y al cabo, la humanidad es lo que une y he vivido situaciones de despedida en las que se aúnan diferentes generaciones en las que se crean unas corrientes de amor importantes.
 

Junkal en la estancia donde acogen a la gente en el Hospital.