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30.06.2015

Homenaje a aita Periko Nuñez, en Areatza

El pasado domingo, la parroquia de Areatza fue el marco de un cálido homenaje tributado al religioso sacramentino aita Periko Nuñez, quien tras más de 50 años en Villaro reside  actualmente en Tolosa. Aita Periko, ha sido durante muchísimos años profesor de Sagrada Escrtura,  nació en 1934, tiene 80 años y este fin de semana el pueblo en el que ha residido tantísimos años ha querido rendirle un homenaje.

Félix Mari Iturriaga, colaborador de la parroquia de Areatza fue una de las personas que participó en el acto dedicándole unas cariñosas palabras en las que recordaba que el lugar en que creció, está íntimamente unido a la vecindad de los sacramentinos, o de los `sacras´, como familiarmente os llamábamos”.  Iturriaga rememoró que “cuando cantaban en las procesiones de Semana Santa o en la del Corpus, creo que el pueblo entero enmudecía, entre sobrecogido y asombrado por la fuerza y reciedumbre de las voces. Erais vecinos, pero, a la vez, erais distintos, porque teníais vuestra propia vocación y disciplina, la que correspondía a un centro de formación de jóvenes veinteañeros, en camino a la ordenación, para ser ‘sacerdotes del santísimo sacramento’, algo así como testigos de la eucaristía y de Jesús sacramentado en medio del mundo”.
Iturriaga fue desgranando recuerdos y se refirió a la presencia de aquella potente y extraordinaria comunidad que “fue corta, pero muy intensa, especialmente para quienes crecimos en los años cincuenta y sesenta” y como esta presencia cambió drásticamente después del Concilio “Los estudiantes –dijo- se fueron a pequeñas comunidades y los sacerdotes comenzasteis a integraros en parroquias y en otros quehaceres que os permitieran responder a vuestra propia vocación en la nueva era de la Iglesia. Aquí, en Areatza y en Arratia, Otaegi, el tempranamente muerto Agustín, aita Juanjose (hermano de aita Periko) y tú, cada uno a vuestra manera, y acompañados por el hermano Martín, os convertisteis en nuevo fermento pastoral, con un estilo propio, marcado por la cercanía, el trato sencillo con la gente, la puesta en marcha de nuevas iniciativas y una espiritualidad a flor de piel, que imprimía un carácter especial a la liturgia. Aita Juanjose, cuya vocación estaba indisolublemente a la música ya comenzó a inicios de los sesenta a montar el coro parroquial de voces blancas, entre las que destacaba la de Pili Esparta, que luego se convertiría en la última abadesa del convento de Santa Isabel de Areatza. Más tarde, aita Juanjose fue fermento de muchas otras realidades musicales y corales. Muchos de los aquí presentes tenemos vivo en nuestro recuerdo su ser el alma mater del Coro de Arratia”.