Eusebio Martija y Maite Arana han trabajado codo con codo durante muchos años recogiendo, archivando y difundiendo los fondos de las parroquias. Ahora que, como dice Maite, están ambos “jubilosamente jubilados” mantienen una estrecha relación, aunque todavía “esté pendiente una comida” que Eusebio promete pagar. Maite trata de VD. a su antiguo jefe, pero eso sí, quiere dejar claro que como tal “fue muy bueno”. Eusebio reconoce que “la que de verdad trabajó duro fue ella”. El le dejaba hacer, “incluso demasiado – explica Maite- porque nunca me puso ningún reparo a nada”.
Antes de entrar a trabajar en el obispado, Eusebio Martija, estuvo de cura, durante un año, en Belunza (Araba). “Entonces la diócesis pertenecía a Araba y me enviaron allí porque al tener problemas respiratorios, el clima me venía mejor”. En cuanto se formó la diócesis de Bilbao, le llamaron para ejercer labores de secretario del primer obispo, Don Casimiro Morcillo. “Estuvimos viviendo en la Casa de Espiritualidad durante seis años”, dice Eusebio.
Cuando nombraron vicario a Don Karmelo Etxenagusia, comenzó a ordenar los fondos “con mucho cariño”. Señala Eusebio que conocía el archivo de curia perfectamente. Luego llegó el traslado a Derio y allí comenzó a trabajar con Maite Arana.
Maite recuerda la época en la que iban juntos a buscar documentos a las parroquias. “A veces, solíamos quedar con el cura los domingos a la tarde, porque era cuando tenía libre”. Solían ir los tres: Eusebio, Maite, y su marido, al cual le tocaba hacer de chofer ocasional.
En las parroquias, además de las partidas sacramentales, se encontraban “con muchos papeles viejos y abandonados”. Los metían en sacos y les denominaban `papeles varios´ e incluían, lo mismo facturas que escrituras. “Dejamos muchos papeles sin clasificar porque no dábamos abasto”. Durante unos años estuvieron trabajando solos. Se arreglaban con las ayudas institucionales que recibían. “Pero de pronto, dejaron de subvencionar nuestro trabajo y, a partir de entonces, nos dedicamos, sobre todo, a atender a los investigadores”. Recogían los libros, los dejaban en el archivo, se catalogaban y la gente venía a revisarlos.
Con el tiempo, las nuevas tecnologías ayudaron. Así, comenzaron a microfilmar todos los documentos “con la intención de que los investigadores no tocasen los originales”. Compraron varias máquinas. Eusebio reconoce que ahora, las cosas han mejorado porque la tecnología ha avanzado aún más.
Relación con otros archivos
Eusebio y Maite tuvieron claro, desde un principio, la importancia de trabajar en conexión con otros archivos para “establecer unos criterios básicos comunes”. Durante estos años han realizado diversos viajes para conocer la labor que se realiza en otras diócesis y han participado en numerosos congresos. En el último, el de Bilbao, Maite recibió de manos de la directora actual del Archivo Diocesano, Anabella Barroso, una medalla en reconocimiento a su labor abnegada, durante tantos años. En esa ocasión Eusebio no pudo recoger su placa y por esa razón, ayer se la entregaron, en nombre de toda la diócesis.
Eusebio, modesto, cree no merecerse el detalle “aunque lo agradezco sinceramente”. Repite que pronto va a cumplir 90 años, “y ya son años”. Sonríe.
Maite le mira con respeto y cariño para decirle que ella tampoco recuerda muchas fechas que antes las tenía grabadas. Pero le viene a la memoria aquélla partida de bautismo que encontraron en Ipiñaburu, del año 1501. Eusebio también la recuerda y además explica que “hasta el Concilio de Trento no se obligaba a realizar partidas pero hubo algunos párrocos que las hicieron por su cuenta”.
Gracias a aquellos primeros archiveros de las parroquias y a gente como Maite y Eusebio podemos disfrutar de documentos con un valor muy importante hasta hoy en día.
11.10.2011
Homenaje a Eusebio Martija y Carmelo Ibarra
Ayer, festividad canónica de la Virgen de Begoña, el obispado homenajeó a dos personas vinculadas, hasta su jubilación, al servicio de curia. Eusebio Martija se encargó, durante años, de archivar los documentos de la Diócesis. Carmelo Ibarra, por su parte, impulsó la creación del servicio diocesano de archivos y ejerció de canciller.