¿Cuáles son los retos fundamentales para este momento?
Son dos. Al principio del confinamiento la situación era diferente y se intentaba por todos los medios acompañar a los seres queridos. Hoy necesitamos no olvidar, porque no estamos hablando de cifras. Cada difunto es un drama. El hacerse presente es muy importante y acompañar. Y otro reto es la tentación, que tenemos todos a flor de piel: enfadarnos por lo que está pasando. Pero esto no hace más que añadir cabreo al contexto y no es esto lo que necesitan las personas doloridas, sino una palabra de esperanza y evitar los extremos.
El miedo a perder el empleo, a no poder estar con familiares… ¿Cómo apagar tantos miedos?
No se puede apagar sin más. La valentía es ser capaz de caminar, aunque tengas miedo. Hay temores razonables, como el temor al contagio. El temor a contagiar a los seres queridos. El temor a perder el empleo… Pero, no podemos dejar que el miedo condicione nuestra vida. Hay un aprendizaje. Pensábamos que la vida era eterna, pero de golpe ha llegado una realidad que nos enseña que no tenemos garantizadas algunas cosas que hasta ayer eran seguras. En ese sentido, compensar el miedo con agradecimiento, aprecio, con cuidado… envuelven el miedo de una manera diferente.
Hemos sentido cierto desamparo. Estamos a la espera de una vacuna….
En mi comunidad tuvimos ocho positivos en el momento de la pandemia y tuvimos pavor. Es entonces cuando piensas en tanta gente que le toca vivir esto sola… Tenemos un reto en la sociedad civil y es que tomemos conciencia de nuestra responsabilidad recíproca. Y como Iglesia, tenemos una responsabilidad para decir a las personas que no están solas y apoyarnos unos con otros. Hay muchas iniciativas, pero nos tenemos que dedicar tiempo unos a otros.