Juan XXIII y Juan Pablo II entre los grandes de la historia

El jesuita gipuzkoano, Ignacio Arregi, que  durante el pontificado de Juan Pablo II ocupó el cargo de director de los Servicios Informativos de Radio Vaticana, también estará allí, hoy, en la celebración. Arregui destaca que verlos juntos proclamados santos el mismo día y en la misma ceremonia, suscita inevitablemente alguna forma de comparación sobre sus características personales y sus responsabilidades al frente de la Iglesia.
“Tuve la suerte de visitar el caserío de la familia del Papa Roncalli, en Sotto il Monte (Bergamo, Italia) el año 1964 unos meses después de la muerte de Juan XXIII, -recuerda Arregui-, en el patio de la casa de labranza encontré a uno de los hermanos partiendo leña rodeado de animales domésticos. Pude comprobar con mis ojos que con la vida del gran Papa, uno de los líderes del mundo, no habían cambiado ni la situación económica ni el estilo de vida de sus familiares”.  Ignacio Arregui explica que repasando ahora, la biografía del Papa que elegido a sorpresa cuando contaba 77 años, gobernó la Iglesia durante solo cinco años, y parecía destinado a ser un Papa de pura transición, “observo que además de asombrar a todos en su momento con el Concilio Vaticano II se adelantó a algunas novedades del pontificado de Papa Francisco, 50 años más tarde. Efectivamente, Papa Juan, fue el hombre de la bondad,  del diálogo, el Papa  que quiso renovar la Iglesia abriendo puertas y ventanas ante un mundo al que se acercó siempre con sentimientos de bondad y aprecio, que puso en primer plano la pobreza evangélica y la paz, y dio una nueva esperanza a un mundo atemorizado por una posible guerra nuclear”.
Sobre Juan Pablo II
Del otro protagonista de este domingo, del Papa Juan Pablo II, Arregui rememora que en sus casi 27 años de pontificado, batió todo género de récords con sus 14 encíclicas, sus 104 viajes fuera de Italia, sus encuentros multitudinarios con jóvenes de todo el mundo, “dando a la Iglesia una expansión y una visibilidad como nunca antes había conocido. Tuvo su parte en el derrumbe del comunismo, estableció relaciones diplomáticas con casi todos los Estados, actuó con energía en los escenarios más calientes del mundo, logró reunir en Asís (Italia) a los líderes de todas las religiones principales. Sufrió un gravísimo atentado y tuvo el gesto de visitarle a quien atentó contra su vida. Personalmente, no olvidaré aquella mañana en el Cenáculo del Jueves Santo en Jerusalén en marzo del año santo 2000, cuando, terminada la misa, se quedó arrodillado en oración siendo yo el único testigo visible en ese momento. Verle a aquel líder mundial, a solas, de rodillas, rezando sin más testigos que yo mismo me permitió apreciar la autenticidad de su fe profunda”.
Ignacio Arregui, testigo de excepción y voz autorizada por su gran conocimiento de la vida vaticana concluye explicándonos que Juan XXIII y Juan Pablo II “cada uno en su contexto histórico, con sus dotes personales, con una inquebrantable fe en Dios y en el evangelio, murieron sin tener nada que legar en  testamento. Carecían de todo excepto de su inmenso servicio al hombre, y de un liderazgo reconocido más allá del ámbito católico.” El jesuita guipuzkoano termina con una pregunta “¿no será que entre quienes los eligieron en su momento como Papas se escondía la mano de Dios que prometió su asistencia a la Iglesia hasta el final de los tiempos?”.