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28.12.2009

La familia está en los fundamentos de la sociedad y en la base de cada persona

El pasado domingo, festividad de la Sagrada Familia, nuestro obispo mons. Ricardo Blázquez presidió, en la Catedral de Santiago la celebración de las doce del mediodía y en ella pronunció la siguiente homilía que, a continuación, reproducimos en su integridad:

HOMILIA EN LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
Jesús, el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, nació, creció, fue criado y educado en el seno de la familia constituida por Santa María la Virgen y San José. Desde el principio fue esperado con amor, fue cuidado y defendido de las amenazas que Herodes, sobresaltado por la pregunta de los Magos llegados de Oriente, tramó contra su vida. Por la relación íntima entre niño y hogar, celebramos en el marco de Navidad la fiesta de la Sagrada Familia, modelo de las familias cristianas. Felicito cordialmente a las innumerables familias de nuestra diócesis, que en medio de dificultades, superadas con la ayuda de Dios humildemente invocada y recibida, experimentan lo que significa la gracia de la familia tanto en la perseverancia de la unidad en el amor de los esposos como en la generosidad para transmitir la vida y acompañar su crecimiento desde el origen entre alegrías y desvelos. En la fiesta de la Sagrada Familia estamos todos los cristianos concernidos, esposos y padres, hijos y hermanos, abuelos y nietos. En el amor sacrificado germina la vida gozosa y en los hijos que nacen hay una esperanza que se alarga hacia el futuro. “No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer, la Vida, que nos infunde la alegría de la eternidad prometida” (San León Magno). En cambio, el egoísmo encoge raquíticamente a las personas y el miedo a transmitir la vida se nutre de la desconfianza que encierra a las personas en sí mismas.
No sabemos el día en que nació Jesús; desde tiempos antiguos fue celebrado su nacimiento en la coincidencia del solsticio de invierno, es decir, cuando el sol comienza su carrera ascendente en la lucha contra la oscuridad. El solsticio de invierno de los cristianos es el Niño nacido en Belén, “el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 78-79). Nuestro “Sol naciente” es Jesús, (antífona de vísperas del día 21), que irradia luz sobre los rostros de las personas y sobre el horizonte del mundo. Existe un invierno astronómico, de grados bajo cero y de noche cerrada; pero hay también témpanos en el corazón y oscuridades en la vida personal, familiar, eclesial y social. Jesús, que es el “Sol de justicia”, viene a calentar los corazones fríos con el fuego del amor y como Luz del mundo viene a iluminar nuestros pasos con el sentido gozoso de la vida. ¡Vayamos a Belén a adorar al Niño y a aprender de María y de José cómo contemplarlo y tratarlo; lo recibamos coon fe del regazo y de los brazos de María!
“El futuro de Europa pasa por la familia cristiana”. Con este lema han sido convocadas y se han reunido en Madrid miles y miles de familias, adonde han acudido también familias de nuestra Diócesis con D. Mario; desde nuestra catedral nos unimos a ellos. El futuro de Europa, el futuro de España, el futuro de nuestra sociedad, el futuro de cada hombre y mujer pasa por la familia. La familia está en los fundamentos de la sociedad y en la base de cada persona.
Estas convocatorias en la fiesta de la Sagrada Familia constituyen una llamada de atención como un aldabonazo a todos nosotros, porque siendo tan fundamental la familia y siendo tan altamente estimada en la sociedad, está sometida a enormes desafíos y asechanzas. A veces damos la impresión de que en lugar de cuidarla y atenderla como merece la descuidamos y maltratamos. Dilapidar la riqueza humana y humanizadora, que significa la familia, constituye una irresponsabilidad preocupante y quizá una inconsciencia seriamente perjudicial. ¿No advertimos que poniendo obstáculos a la familia nos dañamos a nosotros mismos y ponemos en peligro nuestro presente y futuro? Porque la familia es humanamente insustituible y porque atraviesa entre nosotros una situación muy delicada, convoca la Iglesia estas asambleas extraordinarias de familias cristianas. En medio del mundo quiere ser la Iglesia como vigía que alerta a la humanidad: La familia está en peligro; cuidemos la familia.
a) Las rupturas matrimoniales alcanzarán el año 2009 aproximadamente las 122.000. Este drama es desde hace varios años “el principal problema de las familias españolas” (Instituto de Política Familias). Causa estupor y al mismo tiempo pena y compasión cómo se trivializa el amor matrimonial hablando de los divorcios de personas más o menos famosas como si se tratara de hechos normales y previsibles. En realidad en cada ruptura se esconde mucha tristeza, mucho sufrimiento y mucha soledad. El amor entre los esposos tiene la vocación de ser mutua donación de la vida, de ser permanente, de abarcar la totalidad de la persona en el cuerpo y el alma, de ser fecundo por la complementariedad gratificante para los esposos y por los hijos que son el fruto más precioso del amor de los esposos. El amor que resiste a las pruebas, apoyados en Jesucristo resucitado que vence el pecado y la muerte, es acompañado con el gozo, que a medida que avanza la vida se convierte en bendición a Dios porque mantuvo unidos a los esposos a pesar de todo. La fidelidad es posible también en nuestro tiempo y en nuestro mundo. Quienes perseveran, -¡Dios sea bendito!- son multitud, saben que la fidelidad se debe no a la ausencia de dificultades sino al valor para aceptar la cruz que está en todos los caminos de la vida; con la fuerza del Señor podemos acogerla y vencer.
b) Jesucristo “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes 22). Pues bien, reconocer que el Hijo de Dios fue también niño en gestación nos ayuda a descubrir la dignidad de quienes están siendo gestados. Naciendo Jesús, ha nacido la Vida, y nos comunica el gusto por la vida, el aprecio de la vida humana, el respeto a la vida, el amor a la vida, el asombro por el don de la vida. Nadie tiene derecho a privar a un ser humano inocente del derecho fundamental a la vida.
c) La familia, formada por la unión estable del varón y de la mujer abiertos a la vida, es el ámbito adecuado para que el ser humano sea concebido, sea gestado, sea esperado, sea recibido al nacer, y vaya creciendo ante Dios y ante los hombres. La tasa de natalidad desde hace mucho tiempo está en números rojos en nuestra sociedad. ¿Hay miedo a transmitir la vida porque el hijo con su futuro personal y desconocido se une indisociablemente al futuro de los padres? ¿Se prefiere la comodidad de vivir solos a los posibles desvelos ocasionados por los hijos? ¿Cuando se oscurece la fe Dios Padre providente, que cuidará de los hijos como cuidó de los padres, no nos encerramos en nosotros mismos y no se limita la capacidad de mirar hacia delante con confianza? La fe en Dios otorga serenidad y valentía de cara al futuro. Fe en Dios y vida moral del hombre son realidades en comunicación estrecha.
La perseverancia en el amor es importantísima para cada cónyuge y para los hijos. Las experiencias del matrimonio, de la paternidad y maternidad, de la filiación y fraternidad son fundamentales para las personas y para la armonía de la sociedad. En las situaciones difíciles de enfermedad, discapacidad y dependencia aparece claro cómo en la familia sus miembros son queridos por lo que son, y no tanto por lo que hacen y rinden. La familia es un recurso de ayuda eficacísima en las crisis económicas y laborales. La seguridad de las personas de cara al futuro depende en gran medida de la solidaridad entre las diferentes generaciones. La transmisión generosa de la vida y la estima de las personas como tales son aportaciones decisivas de la familia para mirar con serenidad al futuro.
d) Los esposos, los padres, son los educadores primordiales de los hijos, con los derechos y deberes inherentes, ya que los hijos son prolongación de los padres, en el amor y la responsabilidad. La familia es la primera educadora en los valores humanos y cristianos. Las demás instituciones educativas colaboran con los padres, no para que éstos descarguen en aquéllas su misión ni para que las instituciones sustituyan a los padres en su responsabilidad y derechos. Lo que aprenden los hijos en el hogar lleva el sello de la vida, del amor, de la gratuidad, del calor familiar. Ni los poderes del Estado ni, por ejemplo, los medios de comunicación pueden suplantar la voluntad y las convicciones de los padres. Este punto es una piedra de toque de la calidad democrática de una sociedad. Porque la educación es tan determinante para las personas y la sociedad y como es una tarea muy complicada, debe existir un concierto entre todos los grupos sociales para que, excluidas las pretensiones ideológicas, se atienda respetuosamente al bien común.
No bastan las lamentaciones ante la situación de la familia en nuestra sociedad ni distribuir la responsabilidad acusando a una parte y a otra. Hemos venido a esta celebración para orar por las familias, por la fidelidad de los esposos, por la generosa transmisión de la vida, por la concordia en el hogar, por la educación de los hijos, por la apertura de las familias a los necesitados y al bien de la sociedad. Venimos a profundizar en el conocimiento del designio del Creador sobre el sentido y la misión de la familia cristiana. Hemos venido para hacernos más conscientes de los desafíos y amenazas que sufre la familia. Hemos venido para reivindicar las ayudas que necesita y los derechos que le corresponden. Aunque su situación sea delicada, estamos convencidos de que puede ser reorientada. ¡Unamos todos los esfuerzos a favor de toda familia y en especial de la familia cristiana!
Queridos hermanos y hermanas, Jesús, nacido en Belén, es la fuente del amor, del gozo y de la paz. Belén y Nazaret  son escuela de humanidad; allí aprendemos las virtudes de la vida doméstica. “Sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra el otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Col 3, 12-15).
Invocamos la protección de la Virgen María y de San José sobre nuestras familias.
Bilbao, 27 de diciembre de 2009
Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao