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Bizkeliza 5 Portada 5 “La vida de San Valentín nos enseña que merece la pena entregar la vida al Señor”
03.07.2010

“La vida de San Valentín nos enseña que merece la pena entregar la vida al Señor”

Esta frase es parte del texto de la homilía que ayer pronunció mons. Iceta, a las doce del mediodía, con motivo de la festividad de San Valentín de Berriotxoa, en la parroquia-basílica de la Purísima Concepción de Elorrio, su villa natal. San Valentín de Berriotxoa, es segundo patrono o copatrono de la diócesis de Bilbao, desde su proclamación en 1989. A continuación reproducimos íntegramente el texto de la homilía de monseñor Mario Iceta:

Queridos hermanos sacerdotes, autoridades, queridos hermanos y hermanas.

1. En el domingo, fiesta primordial de los cristianos, memoria de la resurrección del Señor, celebramos la fiesta de nuestro querido copatrono de la Diócesis, San Valentín de Berriotxoa.

2. Hemos escuchado en el Evangelio, como el Señor envía a los discípulos para predicar su Buena Noticia. “La mies es abundante”. Esta mies es el mundo, campo de Dios, necesitado de su amor, sediento de la paz y la felicidad que sólo Dios puede dar. Los cristianos tenemos el mundo como tarea. Una tierra que es necesario labrar, esparcir la semilla buena del Evangelio, regarla con la gracia y dedicarle nuestro esfuerzo. “Los trabajadores son pocos”. La mies siempre sobrepasa la disponibilidad de trabajadores que quieran acudir a trabajar a la viña del Señor. Pero es la lógica misma de la Salvación. Ésta se actúa siempre con medios modestos, pequeños, insuficientes. El Señor revela su salvación por medio de gestos y acciones humildes, pero que portan el inmenso poder de su gracia.

3. San Valentín escuchó muchas veces esta petición del Señor: “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Y ya desde su juventud, se entregó totalmente al servicio de Dios en el amor a los hermanos. “Poneos en camino, mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. Nuestro santo no tuvo reparo en partir a tierras lejanas, a culturas distintas, a territorios hostiles y reacios a la aceptación del Evangelio de Jesús. El Señor vuelve a repetir hoy esta llamada apremiante para nosotros “Poneos en camino”. No os distraigáis con otras cosas. La caridad de Cristo nos urge, las miserias y sufrimiento del mundo nos duelen. No hay tiempo que perder, no echemos la mirada atrás. “No os detengáis a saludar a nadie por el camino”. Confiado en la invitación del Señor, San Valentín se puso en camino y nada le detuvo, hasta el confín de la tierra, hasta derramar su sangre dando testimonio del amor de Dios al mundo y de su amor a Jesucristo, a quien se entregó sin condiciones.

4. Esta respuesta a la invitación del Señor a obrar en la mies del mundo va siempre asociada al misterio de la cruz, que es misterio de amor, de redención y fuente de vida. Así nos lo ha dicho San Pablo en la segunda lectura: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”. Nos lo repite tantas veces en el Evangelio: “Quien quiera seguirme, que se niegue a si mismo, cargue con su cruz y me siga”. Cada uno conoce cuál es su propia cruz. Pero Jesús, en el Gólgota, abrazó en su cruz todas las cruces de todos los tiempos y de toda la historia y las transformó en fuente de salvación. San Valentín no rechazó la cruz, sino que la abrazó con amor. Sus cansancios y fatigas, persecuciones y hambre, desfallecimientos y martirio son testimonio elocuente de su amor a Jesucristo y de su deseo de configurarse con la Cruz del Señor y gloriarse en ella. Este ejemplo nos estimula a cada uno de nosotros a no huir de nuestra propia cruz, sino a conformar nuestra vida a ella, a abrazarla y amarla. “Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”, dice San Pablo. También San Valentín reposa en esta basílica con las marcas Jesús, las marcas del martirio, de su entrega, con su cuerpo inmolado por amor. Ellas son las marcas de un amor que es más fuerte que la muerte.

5. En la cruz está la felicidad de los santos. El gozo que infunde el Espíritu Santo en el alma de los cristianos y que redunda en toda su vida y actividad no es incompatible con la cruz de cada día. El cristiano está alegre en la tribulación, paciente en la prueba, esperanzado en la dificultad. Los setenta y dos que nos relata el Evangelio volvieron muy contentos de haber predicado la Palabra de Dios a pesar de las dificultades. También los apóstoles, como relatan los hechos de los apóstoles, estaban contentos de sufrir por el Señor Jesús y de sufrir ultrajes a causa de su nombre. En la cruz, abrazada con amor, se esconde la esperanza y la paz. Algo que el mundo es incapaz de comprender si no acoge la experiencia y la sabiduría de la cruz. Para penetrar en ella es necesaria la humildad y sencillez de corazón, y la entrega confiada de la propia existencia a la invitación del Señor a seguirle.

6. En esta invitación del Señor a seguirle y a ser enviados al mundo, nunca faltan al cristiano la compañía y el sustento de Jesús. Él nos acompaña en cada momento de nuestra vida. Como hermosamente expresa el Salmo 22: “aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo”. “Me conduce hacia fuentes tranquilas, repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo”. “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en tu casa por toda la eternidad”. En nuestro caminar y en la fatiga de la Evangelización no estamos solos. Jesús nos sostiene y la Iglesia nos acompaña. Nos estamos solos en esta tarea en la viña del Señor. Vivimos en la comunión de los santos, unidos al Señor y entre nosotros por unos lazos que son más fuertes que la carne y la sangre, porque han nacido del amor de Dios.

7. El Evangelio de hoy concluye con una promesa que contiene la recompensa a la fatiga del trabajo: Estad alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo. También el Apocalipsis nos habla de nuestra inscripción en el libro de la vida. La recompensa de entregar la vida por la causa del Evangelio es recibir la vida con mayúsculas, la vida de Dios que es amor y eternidad. La vida de San Valentín nos enseña que merece la pena entregar la vida al Señor. No tengamos miedo a entregar la vida. Como a San Valentín, las cruces, las fatigas, las incomprensiones, no nos faltarán. Pero tampoco nos faltará la compañía, el consuelo que nos da Jesús, ni la fortaleza, la esperanza y el gozo que nos da el Espíritu Santo, ni la compañía de tantos hermanos que comparten las fatigas del Evangelio y nos sostienen y ayudan, con los cuales formamos esta maravillosa familia que se llama Iglesia. Y al final de nuestra peregrinación en este mundo, como a San Valentín, nos aguardará el abrazo del Padre. Como afirma el libro de la Sabiduría: “La vida de los justos está en manos de Dios, y no los tocará el tormento. Ellos están en paz. Esperaban de lleno la inmortalidad. Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los recibió como sacrificio del holocausto. A la hora de la cuenta resplandecerán como chispas que prenden por un cañaveral. El Señor reinará sobre ellos eternamente.” (cfr. Sab 3, 1-9).

8. Acudimos a la poderosa intercesión de la Virgen María, a quien San Valentín amó profundamente. Que Ella, como Madre nuestra y San Valentín, nos ayuden, con su intercesión, a embarcarnos en la aventura maravillosa de ser testigos valientes del amor de Dios al mundo y trabajemos con gozo en la mies del Señor, haciendo presente su Reino de salvación y de paz.
AMEN.

Basílica de la Purísima Concepción de Elorrio.