HOMILIA EN LA ACCION DE GRACIAS POR LA BEATIFICACION
DE LOS MARTIRES
Saludo con la paz del Señor a todos. En la celebración de esta tarde se prolonga la fiesta de la fe que vivimos el domingo día 28 con la beatificación de 498 mártires originarios de nuestras diócesis. La Eucaristía es por su misma naturaleza acción de gracias a Dios porque nos ha enviado a su Hijo como Salvador y Redentor; hoy unimos a esta bendición dirigida a Dios Padre por medio de Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo el agradecimiento por la beatificación de un grupo numeroso de hermanos y hermanas nuestros en la fe. Eucaristía y martirio son realidades afines, ya que al Martirio de Nuestro Señor Jesucristo y a su resurrección unimos la victoria de los mártires por amor al mismo Jesús; en la Iglesia antigua con frecuencia fue considerado el martirio como una verdadera celebración eucarística.
Permitidme que haga unas reflexiones sobre las lecturas que terminamos de escuchar, que nos han hablado del secreto de todo martirio y del triunfo de los mártires.
1.- “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). Con esta imagen expresa Jesús el significado salvífico de su muerte; no hay cosecha si la simiente sembrada no muere; la vida nueva brota de la muerte; en el fracaso aparente está escondida la victoria; la cruz es el camino de la glorificación. Y esta ley, que se cumplió en Jesús el Mesías, se aplica también a sus discípulos y de forma excelente en los mártires: “El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (v. 35; cf. Mt 16,25; Mc 8,34; Lc 9,24). El discípulo en su itinerario sigue los pasos del Maestro: “Donde esté yo, allí también estará mi servidor” (v. 26); los amigos de Jesús lo acompañaron por los caminos del mundo, en la pasión y en la cruz y también en la gloria del cielo. La metáfora de la semilla es muy frecuente y rica en el Evangelio y también en la significación cristiana del martirio.
Tertuliano con fórmula concisa y honda escribió: “La sangre de los cristianos es una semilla”. Se multiplican los cristianos cuando son segados por los perseguidores. La sangre de los mártires es semilla de cristianos . Por paradójico que sea, la persecución despierta a los cristianos, los fortalece y multiplica. Lo flácido e indolente no atrae; en cambio lo pletórico de vida ejerce un atractivo singular. La grandeza de los mártires, que entregaron su vida por el Señor, suscitó admiración también entre los no cristianos. La muerte de los mártires es una victoria sobre la muerte. Con la entrega de su vida temporal glorificaron el poder de Dios y recibieron el premio de la vida eterna. El martirio es un bautismo de sangre, que posee una plena eficacia perdonadora. Recibieron los mártires la corona de vida y de gloria que no se marchita (cf. 2 Tim 4,7-8; Apoc 2,10). Por esto, desde muy pronto a los mártires se les tributó culto, ya que aparecían ante los cristianos con una prestancia sublime.
San Ignacio de Antioquía en la Carta a los Romanos comprende su martirio, que presiente como inminente y ardientemente desea, a modo de sacrificio eucarístico: “Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo” . San Ignacio quiere no sólo comer y beber de la Eucaristía, sino también convertirse él en eucaristía para unirse a Jesucristo en un acto supremo de amor. Los cristianos estamos llamados a seguir las huellas de Jesús en la vida, en la muerte y en la glorificación. Pablo participa en su ministerio apostólico de las tribulaciones por el Evangelio, imitando y prolongando las de Jesús (cf. Col 1,24). Y todos debemos seguir el ejemplo del Señor que en su pasión no profería amenazas ni devolvía mal por mal, sino que se ponía en manos del que juzga justamente (cf. 1 Ped 2,19-24). Jesús fue el Mártir por excelencia, no un revolucionario cualificado. ¡Cómo deseaban los mártires recientemente beatificados recibir el Cuerpo eucarístico del Señor entregado por nosotros para ser fortalecidos y entregar ellos también su vida!
La plegaria de san Policarpo en la hoguera es bella expresión de su actitud eucarística: “Yo te bendigo, Padre de tu amado y bendito Hijo Jesucristo, porque me has juzgado digno de tomar parte en el cáliz de Cristo, para la resurrección en la vida eterna. Sea yo con los mártires recibido en sacrificio agradable en tu presencia” . Los mártires participan del amor de Jesucristo muerto y resucitado; por ello, pueden vencer los tormentos con la fuerza del amor de Dios (cf. Rom 8,31-39).
Llama la atención la correspondencia que existe entre las actitudes de los mártires de los primeros siglos que conocemos por las Actas de su martirio y las actitudes de los mártires de hace unos setenta años entre nosotros que conocemos por los relatos de su martirio y a veces por las manifestaciones de los mismos que estaban a punto de ser sacrificados. La fe valiente y humilde en Dios, la oración constante e intensa pidiendo la ayuda del Señor, el gozo desconcertante cuando la muerte atroz era inminente, el amor a Jesucristo al cual no anteponían nada ni la misma vida, la esperanza en las vida eterna prometida por el Dios fiel y amigo, forman una red de sentimientos en los mártires de las diferentes etapas de la historia de la Iglesia. La providencia singular del Padre los acompañaban, hacía fuertes y llenaba el corazón de paz (cf. Mt 10,16-20).
El Card. Carlos Amigo el sábado día 27, en la basílica de san Pablo construida en el lugar de su martirio, dijo a los peregrinos llegados para la beatificación: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, palabras que recuerdan la famosa expresión de Tertuliano, que a su vez evoca la comparación evangélica del grano de trigo. Amigo subrayó dos cosas: Nuevos cristianos, es decir, cristianos renovados; y nuevos cristianos, es decir, nuevos fieles y nuevos hijos de Dios. Estas beatificaciones son una llamada a cada uno de nosotros, para que nuestra fe sea más viva, nuestra esperanza más firme y nuestra caridad más solícita. La actuación de nuestro Plan de Evangelización, que nos invita a acentuar el acompañamiento a niños y adolescentes en el camino de Emaús, debe ser estimulada con los nuevos mártires, que nacieron, fueron bautizados e iniciados en la fe cristiana, en el amor a Dios y en la devoción a la Virgen María en nuestras parroquias. Que la sangre de nuestros mártires nos renueve y multiplique; que sea su martirio una llamada al corazón de los que se han alejado o están distanciándose de Dios y de la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI al terminar la celebración de beatificación expresó el siguiente deseo en favor de nuestras Iglesias: “Que la fecundidad de su martirio produzca abundantes frutos de vida cristiana en los fieles y en las familias; que su sangre derramada sea semilla de santas y numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras”.
2.- En la magnífica liturgia del Apocalipsis hemos escuchado unas preguntas: “Esos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?” Y la respuesta: “Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero” (7,13-14). ¿Quiénes son y de dónde vienen los mártires que fueron beatificados el día 28? Veinte proceden de nuestra diócesis de Bilbao. Sus nombres son: Antonio María, Santiago, Manuela, Pedro, Vicenta, José María, los hermanos Félix y Luis, Santiago, Luis, Prudencio, María Dolores, María Prima, Miguel, Cristóbal, Juan, Gabino, José Vicente, Juan y Miguel. Nacieron en Busturia, Rigotia, Odarroa, Erandio, Berriaitua, Durango, Zeanuri, Igorre, Amorebieta, Bilbao, Orozco, Markina, Abadiño, Nabarniz y Iurreta. Pertenecieron a las congregaciones de los agustinos, trinitarios, adoratrices, salesianos, carmelitas misioneras, franciscanos y dominicos. Con su nacimiento, bautismo y martirio han sido altamente dignificadas sus parroquias. Damos gracias a Dios por estos religiosos y religiosas, hijos de nuestra Iglesia local; las familias de los nuevos beatos han recibido un motivo precioso para gloriarse en el Señor.
“Vienen de la gran tribulación” (v. 14); cf. Mt 24,21). Han sufrido la persecución, la tentación escatológica y la prueba suprema, y han vencido. Estos hermanos nuestros, estos mártires tan próximos a nosotros, situados ante la alternativa, no deseada por ellos, de renegar de la fe cristiana y así salvar la vida o mantener la adhesión personal a Jesucristo y así perderla, prefirieron con una grandeza moral admirable entregar la vida temporal con la confianza de que Dios les otorgaría según su promesa la eterna (cf. Mc 8,35). El amor a Jesucristo fue en ellos más poderoso que el temor a la muerte. Invocando a Santa María la Virgen recibieron la gracia de decir a Dios: “Hágase en nosotros según tu palabra” (cf. Lc 1,38). La alternativa inaplazable y el dilema inevitable, en que fueron colocados eran radicales y cuestionaban lo más profundo; otras alternativas de carácter geográfico, cultural, social o político quedan en niveles muy distintos. La interrogación planteada a cada uno personalmente era ésta: ¿Quieres continuar siendo cristiano o te arrepientes de serlo? ¿Estás dispuesto a permanecer como religioso-religiosa o renuncias a tu vocación? Según el Apocalipsis la muchedumbre inmensa, a la que se han incorporado nuestros hermanos y hermanas mártires es “de toda nación, razas, pueblos y lenguas” (7,9). Están todos de pie con vestiduras blancas y con las palmas en sus manos, es decir, como vencedores, ante el trono de Dios y el Cordero. En el desafío a que fueron sometidos pusieron la carta de su vida en manos de Dios.
Vienen de una gran tribulación, es decir, de un caos de violencia, del fracaso gravísimo de nuestra convivencia como pueblo, de una inmensa tragedia, de una guerra fratricida que asoló nuestro país. Los que terminan de ser beatificados fueron ciertamente mártires cristianos; quizá otros muchos se vieron también forzados a elegir entre la fe en Jesucristo o continuar viviendo. Podemos decir que en la beatificación del día 28 son mártires cristianos todos los que están, pero probablemente no están todos los que son. Dios lo sabe. Un proceso instruido con seriedad y rigor puede mostrar si en otros se dan también las condiciones para ser beatificados como mártires. La puerta está abierta para ese discernimiento.
Esa tribulación de grandes dimensiones envolvió a tantísimas personas, muchas de las cuales viven todavía. ¡Cuántos sufrimientos y penalidades, cuántos heridos y muertos, cuántas represalias y represiones, cuántas humillaciones y expresiones de prepotencia, cuántos exilios interiores y exteriores! La Iglesia no puede ni debe olvidar a ninguno de sus hijos. La Iglesia quiere recordar a todos: obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, laicos y laicas, niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres.
La Iglesia es comunidad de la memoria, de la presencia y de la esperanza, ya que Jesús es el mismo ayer, hoy y para siempre (cf. Heb 13,8). En la Eucaristía hace memoria de la muerte y resurrección del Señor, que murió por todos nosotros y derramó su sangre por nuestros pecados. En Jesús, que es nuestra Paz (cf. Ef 2,14), debemos encontrar la reconciliación. Que el perdón que pidió al Padre para nosotros desde la cruz (cf. Lc 23,34) nos dé valor y humildad para perdonarnos mutuamente. La beatificación de unos mártires que murieron perdonando son un ejemplo excelente para todos nosotros. El que unos cristianos hayan sido beatificados no significa que otros sean desatendidos y olvidados. En la Eucaristía, en que celebramos el “memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos”; en que “veneramos la memoria de la glorioso siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos” y en la que suplicamos al Señor que “se acuerde de sus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz” (Canon Romano), se ejercita particularmente esa memoria de la Iglesia. Porque Dios se acuerda de nosotros con misericordia, nosotros no debemos relegar a nadie al olvido.
En las palabras pronunciadas por Benedicto XVI después de rezar la plegaria a la Virgen dijo: Los mártires “con sus palabras y gestos de perdón hacia sus perseguidores, nos impulsan a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica”.
Un mártir es un testigo eminente del Señor, es una palabra viva rubricada con su sangre, es un hermano que desde su unión con Jesucristo nos dirige una exhortación apremiante: Recuperad la importancia de la fe en Dios, trabajad por la paz, vivid como hermanos.
¡Que la sangre de los mártires riegue nuestras raíces humanas y cristianas! ¡Que su intercesión nos proteja! ¡Que su ejemplo nos anime y oriente!
Bilbao, 3 de noviembre de 2007
Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao