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21.07.2020

Hoy visitamos el columbario de San Bartolomé de Leioa

El templo de San Bartolomé de Leioa, inaugurado en mayo del 2013 alberga desde 2015, en su cripta, un columbario que cuenta con unos 100 nichos. Se trata de un amplio espacio con columbarios de diferentes tamaños. Los pequeños, donde entran dos urnas y los más grandes, de cuatro. El párroco de san Bartolomé y vicario episcopal de la vicaría VI, Inaxio Fernández explica que se preparó y diseñó ese local en dicha parroquia “para depositar las cenizas y así poder hacer memoria y oración por nuestros seres queridos”. Quien desee más información sobre este servicio puede contactar con él a través de este correo electrónico: p.sanbartolome.leioa@bizkeliza.org

A la pregunta de ¿Qué es un columbario? Inaxio Fernández explica que la palabra columbarium significa propiamente palomar y de su similitud con los palomares proviene el término columbario “Estos sepulcros colectivos fueron ordinariamente de forma cuadrangular. En el interior de las paredes se encontraban una multitud de pequeños nichos de forma semicircular, y redondeados a manera de bóveda en la parte superior, exactamente como los nichos de un palomar, da ahí su nombre. En resumen, un columbario cristiano es un espacio sagrado para depositar la urna de cenizas de nuestros seres queridos, y también es un lugar para la memoria y la oración”. En este enlace reproducimos las declaraciones de Inaxio en 2015 cuando se inauguraron las instalaciones.

El por qué de un columbario

En todas las religiones y culturas, el respeto a los muertos es signo de sentimientos de humanidad, de sacralidad y de trascendencia. El pueblo de Israel respetaba a sus muertos como una muestra de piedad y un signo de bendición divina. Por ello, consideraba como deber sagrado darles sepultura y tenía por desgracia el que los restos mortales quedaran sin inhumación. (Is 34,3-4a; Sal 79,2; Ecl 6,3). El Antiguo Testamento muestra, comenzando con Abraham, innumerables ejemplos de la práctica de enterrar a los muertos.

La tradición cristiana, desde los apóstoles, ha continuado dicha práctica bíblica hasta tiempos muy recientes, purificando y profundizando el respeto a los cuerpos de los difuntos, al considerarlos santificados por la presencia del Espíritu Santo y destinados a la resurrección, auténtico núcleo de la fe cristiana (1Cor 15,14). En este marco, el recuerdo y la veneración de los cuerpos de los difuntos es ocasión para orar por ellos y ofrecer a Dios sacrificios de alabanza.

Durante muchos años, la cremación de los cadáveres no entraba dentro de las costumbres cristianas. Con frecuencia, quienes recurrían a ella lo hacían como una manera de expresar su convicción de que la muerte era el fin total y definitivo del ser humano.

En las últimas décadas ha aumentado de manera progresiva la práctica de la incineración de cadáveres. En nuestra Diócesis, esta progresión hace que, en la actualidad, dicha práctica sea mayor que la del enterramiento y lleve camino de generalizarse. Esta nueva realidad crea un vacío pastoral importante, toda vez que no existe una costumbre asentada de depositar las cenizas de las personas difuntas en lugar sagrado, ni tampoco las parroquias de la Diócesis han habilitado espacios para acoger las cenizas de las personas incineradas en concordancia con la dignidad que la Iglesia otorga a los restos mortales de toda persona bautizada.

“Por estas razones, -concluye Fernándezresulta pastoralmente necesario ofrecer en las parroquias lugares donde las familias, que decidan incinerar a sus seres queridos, puedan depositar sus cenizas de manera acorde al tratamiento que la Iglesia establece para los restos mortales de los fieles difuntos”.

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