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03.11.2009

El obispo Ricardo Blázquez hace un recordatorio del IV Plan de Evangelización

Ante la Jornada de la Iglesia Diocesana, que tendrá lugar el día 15 de este mes, ponemos a disposición de todos, los siguientes párrafos que forman parte de la presentación escrita por el señor Obispo del IV Plan de Evangelización “Revitalizar nuestras comunidades para la misión a la luz de la palabra de Dios”.

“La Iglesia desea acercarse a cada persona para mostrarle el rostro de Dios que es Amor. Está convencida de que a través del cuidado amable, respetuoso y eficaz de los necesitados Dios mismo les dirige su Palabra y los envuelve en su Amor, incluso aunque sean personas que, al parecer, o no lo han encontrado o se han distanciado de Él. “El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Encíclica Deus caritas est, 16); este texto comenta aquel otro de la primera carta de San Juan: “Quien no ama a su hermano a quien ve no puede amar a Dios a quien no ve” (4,20). Si oímos el clamor de los pobres, también terminaremos escuchando el susurro de Dios; y si nos acercamos a los pobres, también estamos aproximándonos a Dios. Porque Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza, se puede recorrer el camino de Dios al hombre y del hombre a Dios. Es bueno que nos preguntemos nosotros: ¿La fe en Dios nos impulsa a acercarnos y tratar compasivamente a las personas? Y es también oportuno que preguntemos a quienes son religiosamente indiferentes y dicen no creer en Dios: ¿Te abres al hermano que padece injusticias, enfermedades, desamparo, exclusión?
La Iglesia testigo del amor de Dios a la humanidad en algunas situaciones de nuestra sociedad: Crisis actual económica y laboral, rupturas matrimoniales y amenazas a la vida humana desde el seno materno.
La Iglesia quiere ser testigo de la bondad de Dios a la humanidad; cada gesto compasivo procede del amor de Dios y tiende a mostrar el amor de Dios. Como buenos samaritanos queremos verter en las heridas de los hombres “el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio de la Misa). El Evangelio es Buena Noticia, que habla bien de Dios con palabras y obras a los hombres y mujeres también de nuestro tiempo. La siguiente oración, tomada de una plegaria eucarística, expresa nuestra actitud y aspiración al iniciar su andadura el IV Plan Diocesano de Evangelización: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” (Vb). Deseamos que la Iglesia resplandezca en medio del mundo, dividido por las guerras y discordias, como instrumento de unidad, de concordia y de paz; que sea testimonio fehaciente y bondadoso del amor de Dios junto a los heridos del camino; que a través de la misericordia ejercida en las situaciones que afligen a los hombres y mujeres sea como una puerta abierta a la esperanza.
 Existen actualmente una serie de desafíos de gran envergadura que solicitan de la Iglesia el anuncio de la verdad y la realización del amor. Son retos cuya respuesta debe converger en el desarrollo de toda la persona y de todas las personas, como ha enseñado Benedicto XVI en su reciente encíclica Caritas in veritate, 1 (29.6.2009), ya que la caridad en la verdad es “la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de la humanidad”. El Papa nos enseña a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad cómo avanzar, en el marco de la globalización, para que la humanidad sea una familia, en la que actúen la solidaridad y la fraternidad. En nuestra Diócesis se han desarrollado mucho las actividades caritativo-sociales, cuya eficacia es manifiesta en la actual crisis económica que golpea a tantas personas y familias; igualmente le ha hecho sufrir la violencia terrorista y le han ocupado intensamente los trabajos por la paz.
 Otras tareas mayores nos apremian también. “El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne al ambiente como a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral” (Caritas in veritate, 51).
 Es preocupante el altísimo número de rupturas matrimoniales con todo lo que implica para los esposos, los hijos y las familias; ante la quiebra de la estabilidad matrimonial, que es un problema social con graves consecuencias, la Iglesia, siguiendo los pasos de Jesús, debe anunciar el amor de Dios que crea un corazón nuevo capaz de ser fiel a la unidad en el amor conyugal (cf. Mt 19,1-8); si el corazón endurecido fragua la división, el corazón compasivo genera concordia. Con los llamados modelos de familia se ha oscurecido probablemente en su comprensión y debilitado en la práctica el referente primordial de familia, a saber, la fundada en el matrimonio, que es la unión estable por amor de un varón y de una mujer, para la mutua complementariedad y para la transmisión de la vida y educación de los hijos. Matrimonio y familia requieren de nosotros una atención pastoral intensa.
 El cuidado y la defensa de la vida del ser humano desde la concepción hasta la muerte natural, a la vista de las amenazas actuales, es tarea primordial de la Iglesia y debería serlo de toda persona y de la sociedad entera. Nadie tiene derecho a arrogarse la capacidad de disponer de un ser humano indefenso e inocente privándole del derecho fundamental a la vida. Es un salto gravísimo pasar de considerar el aborto como delito despenalizado en algunos supuestos a pretender que sea un derecho. La calidad ética de una sociedad debe manifestarse acompañando a la mujer gestante en todo el recorrido del embarazo y, si no puede hacerse cargo del hijo, entregarlo a quienes quieren y pueden cuidarlo. El aborto es una cuestión no sólo de moral católica y religiosa, sino también y ante todo de humanidad y de ética general, ya que afecta al ser humano que tiene inscrita en sí mismo la ley natural, que por una parte defiende su vida y por otra le prohíbe matar.
 La persona reclama nuestra solicitud en todas las situaciones y circunstancias; siempre debe ser cuidada, protegida y ayudada. Es buen síntoma de Iglesia samaritana el que se haya preocupado de que nadie duerma debajo de un puente, de que a nadie falte diariamente la comida, de que los enfermos, por ejemplo del sida puedan ser atendidos en las últimas estaciones de la vida con cariño y esmero. Debemos ser testigos del amor de Dios a la humanidad siempre y en todo lugar. En las situaciones más oscuras y apuradas brilla el Evangelio como cercanía compasiva de Dios a sus hijos e hijas. Un Dios que trata así a los hombres y mujeres es digno de confianza y de fe; el amor es por ello vía segura para ir al encuentro de quienes no han hallado aún el rostro de Dios, que es Jesucristo”.

Cartel del Día de la Iglesia Diocesana