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31.03.2010

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Mañana, sábado, 10 de abril, a las doce del mediodía, se celebrará, en la catedral de Santiago de Bilbao, la despedida oficial de la Diócesis, de quien ha sido nuestro obispo durante los últimos 15 años. Monseñor Ricardo Blázquez ha escrito esta carta de despedida en la revista diocesana Comunicación/Alkarren Barri, de este mes de abril y a continuación la reproducimos en su integridad:

 “Queridos amigos y amigas:
 La primera reacción que tuve, después de comunicarme el Nuncio del Papa el día 24 de febrero el nombramiento como arzobispo de la Diócesis de Valladolid, una vez repuesto del desconcierto inicial, fue volverme a Dios para darle gracias por haber podido desarrollar el ministerio episcopal en la Diócesis de Bilbao. Han sido catorce años; los comienzos no fueron sencillos y en el transcurso de los cuales ha habido trabajos, satisfacciones y padecimientos, como comporta el servicio pastoral en todos los lugares, e incluso podemos decir como es la vida cristiana. En este tiempo he tenido la experiencia concreta de que el Señor cuida diariamente de nosotros, de que nos avisa ante los peligros, nos acompaña con su presencia y nos fortalece con su protección. Realmente conduce Dios nuestra vida con su providencia.
 En estos momentos pienso también en tantas personas que me han prestado su colaboración; la lista es interminable y a nadie quiero olvidar. Por ello recuerdo a los vicarios generales, territoriales y judiciales; al secretario general del obispado y a los cancilleres de la curia; al colegio de consultores y a los consejos del presbiterio, diocesano pastoral y de asuntos económicos; a los delegados diocesanos, directores de secretariados y cabildo de la catedral; al seminario; al Instituto Diocesano de Teología y Pastoral; a Cáritas y Manos Unidas; a la Universidad de Deusto, a los Centros diocesanos de enseñanza, Medios de comunicación, etc. Me permito manifestar personalmente mi gratitud a D. Carmelo Obispo Auxiliar, cuya ayuda, lealtad y confianza nunca agradeceré bastante; a Inma, la secretaria laboriosa, fiel y eficaz, a quien siempre me alaban en la Conferencia Episcopal y en la Universidad Pontificia de Salamanca; y a las queridas carmelitas misioneras teresianas del Centro Diocesano de Espiritualidad, cuya paciencia y discreción han facilitado inmensamente mi dedicación al trabajo pastoral de la Diócesis. A todos y todas mi agradecimiento sincero.
 Hace unos días un sacerdote de nuestro presbiterio me recordó unas palabras de san Alberto Magno pronunciadas al despedirse de la diócesis de Ratisbona (Alemania), donde fue profesor de teología el Papa Benedicto XVI: “No se deja sin dolor lo que se ha querido con amor” (“non reliquitur sine dolore quod cum amore diligitur”); pasar de Bilbao a Valladolid no es un simple traslado sino un trasplante con doloroso desarraigo y un enraizamiento nuevo todavía pendiente, que confío poco a poco iré realizando con la ayuda de todos. No puedo dejar personas a quienes amo y con las cuales se han tejido relaciones hondas y cordiales sin sufrimiento; el desprendimiento de tareas, instituciones, lugares y paisajes familiares hace saltar lágrimas (“sunt lacrimae rerum”).
 Al tiempo que se cierra una etapa de mi vida, una de las más largas e intensas del servicio pastoral que me ha pedido la Iglesia, se abre otra. De cara al futuro me siento sereno y esperanzado. Estoy convencido como cristiano y como enviado por Jesucristo que la esperanza en Dios no defrauda; aunque haya pruebas, renace incesantemente de nuevo. Para mí la celebración de la Semana Santa tiene este año un peculiar sentido pascual: Salir de Bilbao e ir a Valladolid con tolo lo que implica. Pero el Señor abre todos los días sus caminos delante de nosotros; también en este tiempo en que soplan vientos recios y hacen difícil la travesía de la barca de la Iglesia. Todos debemos otear vigilantemente para descubrir por dónde despunta la luz, con la seguridad de que el Señor no se ha bajado de la barca y que debemos invocarlo para que se haga bonanza en el mar y nos dé la calma del espíritu. En este sentido la carta pastoral humilde, clara y valiente dirigida hace pocos días por el Papa a los católicos de Irlanda nos marca el norte de nuestra forma de actuar. Sin miedos y pidiendo perdón cuando haya sido nuestro servicio deficiente o insuficiente, sigamos adelante. Con estas intervenciones Benedicto XVI está confirmando en la fe a sus hermanos y nos cuida como buen pastor (cf. Lc 22,32; Jn 21,17). En la presente situación se percibe con mayor nitidez cómo la fe, el testimonio del Evangelio, las diversas vocaciones en la Iglesia y los diferentes servicios son dones de Dios que debemos agradecer. En medio de la oscuridad hay muchas luces encendidas; y a pesar de todas las acusaciones hay mucha fidelidad.
 Queridos amigos y amigas, quiero deciros un adiós cordial. Agur! En estas palabras de despedida se concentra mi gratitud por vuestra vida cristiana y tareas pastorales; mi sentimiento de dejaros; mi promesa de que ocuparéis un espacio en mi corazón; mi petición de disculpa por lo que ante Dios y vosotros haya faltado y ofendido; y a la palabra agur añado “gero arte”; los cristianos nos despedimos con esperanza ante el futuro”.

Mons. Ricardo Blázquez
  
Bilbao, 26 de marzo de 2010.