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Jaunaren eguna ospatzeko-Agiriak

Jaunaren Eguna, eliz kizunak abaderik ez danean: ARGIBIDE ETA ARAU NAGUSIAK.

Jainko Gurtzarako Kongregazinoa. Erroma-Vatikano, 1988.

Directorio preparado por la Congregación para el Culto divino y aprobado y confirmado por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, de 2 de junio de 1988, para las celebraciones dominicales en ausencia del presbítero.

 

INTRODUCCIÓN

 

1. La Iglesia de Cristo, desde el día de Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, en el día llamado «domingo», en memoria de la resurrección del Señor. En la asamblea dominical la Iglesia lee cuanto se refiere a Cristo en toda la Escritura[1] y celebra la Eucaristía como memorial de la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva.

2. Sin embargo, no siempre se puede tener una celebración plena del domingo. En efecto, ha habido muchos fieles, y los hay actualmente, a los que, «cuando falta el ministro sagrado o por otra causa grave, se les hace imposible la participación en la celebración eucarística».[2]

3. En algunos países, después de la primera evangelización, los Obispos confiaron a los catequistas la misión de reunir a los fieles el domingo y de dirigir la plegaria a la manera de los ejercicios piadosos. Los cristianos, crecidos en número, se encontraban dispersos en muchos lugares, a veces lejanos, no pudiendo el sacerdote reunirlos cada domingo.

4. En otros lugares, a causa de las persecuciones contra los cristianos, o por otras severas limitaciones impuestas a la libertad religiosa, está prohibido a los fieles reunirse en domingo. Como en otro tiempo hubo cristianos, fieles hasta el martirio, en la participación de la asamblea dominical,[3] así ahora los hay que hacen lo imposible para reunirse el domingo para orar, en familia o en pequeños grupos, sin la presencia del ministro sagrado.

5. Por otra parte, en nuestros días, en bastantes zonas hay parroquias que no pueden contar con la celebración de la Eucaristía cada domingo, porque ha disminuido el número de los sacerdotes. Además, por circunstancias sociales y económicas no pocas parroquias se han despoblado. Por esto, a muchos presbíteros se les ha encargado celebrar varias veces la misa del domingo, en iglesias diversas y distantes entre sí. Pero esta práctica no siempre es considerada conveniente, ni para las parroquias privadas del propio pastor ni para los mismos sacerdotes.

6. Por este motivo, en algunas Iglesias particulares, en las que se dan las anteriores circunstancias, los Obispos han considerado necesario establecer otras celebraciones dominicales ante la falta del presbítero, para que se pudiese tener una asamblea cristiana del mejor modo posible, y se asegurase la tradición cristiana del domingo.

No raramente, sobre todo en tierras de misión, los mismos fieles, conscientes de la importancia del domingo, con la cooperación de los catequistas y también de los religiosos, se reúnen para escuchar la palabra de Dios, para orar y aun para recibir la santa comunión.

7. Teniendo en cuenta todas estas razones y a la vista de los documentos promulgados por la Santa Sede,[4] la Congregación para el Culto divino, secundando también los deseos de las Conferencias Episcopales, considera oportuno recordar algunos elementos doctrinales sobre el domingo, y establecer las condiciones que legitiman tales celebraciones en las diócesis, y hacer algunas indicaciones para su recto desarrollo.

Corresponderá a las Conferencias Episcopales, según la conveniencia, determinar posteriormente las mismas normas y adaptarlas a la índole y a la situación de los distintos pueblos, informando de ello a la Sede Apostólica.

 

CAPÍTULO I

EL DOMINGO Y SU SANTIFICACIÓN

8. «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo».[5]

9. Los testimonios de la asamblea de los fieles, en el día que ya en el Nuevo Testamento es señalado como «domingo»,[6] se encuentran explícitamente en los antiquísimos documentos del primero y segundo siglo,[7] y entre ellos se alza el de san Justino: «En el día llamado del Sol, todos los que habitan en las ciudades y en los campos se reúnen en un mismo lugar…».[8] Entonces, el día en que se reunían los cristianos, no coincidía con los días festivos del calendario griego y romano, y por esto constituía para los conciudadanos un cierto signo de identidad cristiana.

10. Desde los primeros siglos, los pastores no han cesado de inculcar a los fieles la necesidad de reunirse en domingo: «No os separéis de la Iglesia, pues sois miembros de Cristo, por el hecho de que no os reunís…; no seáis negligentes, ni privéis al Salvador de sus miembros, ni contribuyáis a desmembrar su cuerpo…».[9] Es lo que ha recordado modernamente el Concilio Vaticano II con estas palabras: «En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la gloria del Señor Jesús, y den gracias a Dios que, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, los ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva».[10]

11. La importancia de la celebración del domingo en la vida de los fieles es indicada así por san Ignacio de Antioquía: «(Los cristianos) no celebran ya el sábado, sino que viven según el domingo, en el que también nuestra vida ha resucitado por medio de él (Cristo) y de su muerte».[11]

El sentido cristiano de los fieles, también en el pasado como en el tiempo presente, ha tenido en tan gran estima el domingo, que en modo alguno quiere olvidarlo ni siquiera en los momentos de persecución y en medio de culturas que están lejos de la fe cristiana o se oponen a ella.

12. Los elementos que se requieren principalmente para la asamblea dominical son los siguientes:

 

reunión de los fieles para manifestar que la «Iglesia» no es una asamblea formada espontáneamente, sino convocada por Dios, es decir, pueblo de Dios orgánicamente estructurado y presidido por el sacerdote en la persona de Cristo Cabeza;
instrucción sobre el misterio pascual por medio de las Escrituras, que son leídas y explicadas por el sacerdote o el diácono;
celebración del sacrificio eucarístico, realizado por el sacerdote en la persona de Cristo y ofrecido en nombre de todo el pueblo cristiano, con el que se hace presente el misterio pascual.
13. El celo pastoral se ha de orientar principalmente a hacer que el sacrificio de la misa se celebre cada domingo, porque solamente por medio de él se perpetúa la Pascua del Señor[12] y la Iglesia se manifiesta enteramente. «El domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles… No se le antepongan otras celebraciones a no ser que sean, de veras, de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».[13]

14. Es necesario que estos principios sean inculcados desde el comienzo de la formación cristiana, a fin de que los fieles observen de corazón el precepto de la santificación del día festivo, y comprendan el motivo por el que se reúnen cada domingo, convocados por la iglesia, para celebrar la Eucaristía,[14] y no sólo para satisfacer la propia devoción privada. De este modo, los fieles podrán tener una experiencia del domingo como signo de la trascendencia de Dios sobre la obra del hombre y no como un simple día de descanso. Y podrán también comprender más profundamente el valor de la asamblea dominical y demostrar hacia fuera que son miembros de la Iglesia.

15. Los fieles deben poder encontrar en las asambleas dominicales, tanto la participación activa como una verdadera fraternidad, y la oportunidad de fortalecerse espiritualmente bajo la guía del Espíritu. Así podrán protegerse más fácilmente del atractivo de las sectas, que les prometen alivio en el sufrimiento de la soledad, y más completa satisfacción de sus aspiraciones religiosas.

16. Finalmente, la acción pastoral debe favorecer las iniciativas para hacer del domingo «día de alegría y de liberación del trabajo»,[15] de manera que aparezca en la sociedad moderna como signo de libertad y, en consecuencia, como día instituido para el bien de la misma persona humana, que es sin duda de más valor que los negocios y los procesos productivos.[16]

17. La palabra de Dios, la Eucaristía y el ministerio sacerdotal son dones que el Señor ofrece a la Iglesia, su esposa. Por esto, deben ser acogidos y solicitados como una gracia de Dios. La Iglesia, que goza de estos dones sobre todo en la asamblea dominical, da gracias a Dios en ella, en la espera del perfecto disfrute del día del Señor «delante del trono de Dios y del Cordero».[17]

 

CAPÍTULO II

CONDICIONES PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA DEL SACERDOTE

 

18. Cuando en algunos lugares no es posible celebrar la misa del domingo, se ha de considerar ante todo si los fieles no pueden acercarse a la iglesia del lugar más cercano para participar en la celebración del misterio eucarístico. La solución se ha de recomendar también en nuestros días e incluso, en cuanto sea posible, conservarla. Esto requiere, no obstante, que los fieles estén rectamente instruidos sobre el sentido pleno de la asamblea dominical y se adapten de buen ánimo a las nuevas situaciones.

19. Se ha de procurar también que, aun sin la misa en el domingo, se ofrezca ampliamente a los fieles, reunidos en diversas formas de celebración, las riquezas de la Sagrada Escritura y de la plegaria de la Iglesia, para que no se ven privados de las lecturas que se leen en el curso del año durante la misa, ni de las oraciones de los tiempos litúrgicos.

20. Entre las varias formas conocidas en la tradición litúrgica, cuando no es posible la celebración de la misa, la más recomendable es la celebración de la palabra de Dios,[18] que oportunamente puede ir seguida de la comunión eucarística. De este modo, los fieles pueden nutrirse al mismo tiempo de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. «Oyendo la palabra de Dios conocen que las maravillas divinas que se proclaman culminan en el misterio pascual, cuyo memorial se celebra sacramentalmente en la misa, y en el cual participan por la comunión».[19]

Además, en algunas circunstancias, se pueden unir oportunamente la celebración del domingo y las celebraciones de algunos sacramentos, y especialmente de los sacramentales, según las necesidades de cada comunidad.

21. Es necesario que los fieles perciban con claridad que estas celebraciones tienen carácter de suplencia, y no pueden considerarse como la mejor solución de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad.[20] Las reuniones o asambleas de este tipo no pueden celebrarse nunca en aquellos lugares en los que se ha celebrado la misa en la tarde del día precedente, aunque haya sido en otra lengua; no es conveniente que tal asamblea se repita.

22. Evítese con cuidado la confusión entre las reuniones de este género y la celebración eucarística. Estas reuniones no deben suprimir sino aumentar en los fieles el deseo de participar en la celebración eucarística y prepararlos mejor para frecuentarla.

23. Los fieles han de comprender que no es posible la celebración del sacrificio eucarístico sin el sacerdote y que la comunión eucarística, que pueden recibir en estas reuniones, está íntimamente unida al sacrificio de la misa. Por este motivo, se puede mostrar a los fieles lo necesario que es rogar para «que los dispensadores de los misterios (de Dios) sean cada vez más numerosos y perseveren siempre en su amor».[21]

24. Compete al Obispo diocesano, oído el parecer del consejo presbiteral, establecer si en la propia diócesis debe haber regularmente reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, y dar normas generales y particulares para ello, teniendo en cuenta las circunstancias de las personas y de los lugares.

Por consiguiente, no se organicen asambleas de este tipo, si no es mediante la convocatoria del Obispo y bajo el ministerio pastoral del párroco.

«No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía».[22] Por esto, antes de que el Obispo establezca que se hagan reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, además del estudio sobre la situación de las parroquias (cf. n. 5), deben ser examinadas la posibilidad de recurrir a presbíteros, incluso religiosos, no directamente vinculados a la cura de almas, y la frecuencia de las misas celebradas en las diversas iglesias y parroquias.[23] Se ha de mantener la primacía de la celebración eucarística sobre cualquier otra acción pastoral, especialmente en domingo.

26. El Obispo, personalmente o mediante otras personas, instruirá a la comunidad diocesana con la oportuna catequesis sobre las causas que motivan esta decisión, destacando su importancia y exhortando a la corresponsabilidad y a la cooperación. Él designará un delegado o una comisión especial que cuide de que las celebraciones se desarrollen correctamente; escogerá a quienes han de promoverlas y hará que estén debidamente instruidos. Además procurará que los fieles afectados puedan participar en tal celebración eucarística el mayor número posible de veces al año.

27. Es misión del párroco informar al Obispo sobre la conveniencia de hacer estas celebraciones en su jurisdicción; preparar a los fieles para ellas; visitarlos alguna vez durante la semana; celebrar para ellos los sacramentos en el momento oportuno, especialmente la penitencia. De este modo, la comunidad podrá experimentar cómo se reúne el domingo no «faltando el presbítero», sino solamente «en su ausencia» o, mejor aún, «en su espera».

28. Cuando no sea posible la celebración de la misa, el párroco procurará distribuir la sagrada comunión. Cuidará también de que en, cada comunidad se tenga la celebración eucarística en el tiempo establecido. Las hostias consagradas deben renovarse frecuentemente y han de conservarse en lugar seguro.

29. Para dirigir estas reuniones dominicales deben ser llamados los diáconos, como primeros colaboradores de los sacerdotes. Al diácono, ordenado para apacentar al pueblo de Dios y para hacerlo crecer, corresponde dirigir la plegaria, proclamar el Evangelio, pronunciar la homilía y distribuir la Eucaristía.[24]

30. Cuando estén ausentes tanto el presbítero como el diácono, el párroco designará a laicos, a los que encomendará el cuidado de las celebraciones, es decir, la guía de la plegaria, el servicio de la palabra y la distribución de la santa comunión.

Deberá elegir en primer lugar a los acólitos y lectores, instituidos para el servicio del altar y de la palabra de Dios. Faltando también éstos, pueden ser designados otros laicos, hombres y mujeres, los cuales pueden ejercer esta función en base a su bautismo y a su confirmación.[25] Éstos sean elegidos atendiendo a su conducta de vida, en consonancia con el Evangelio; y se tenga en cuenta el que puedan ser bien aceptados por los fieles. La designación se hará habitualmente por un período determinado y se manifestará públicamente a la comunidad. Es conveniente que se haga una plegaria especial por ellos en alguna celebración.[26]

El párroco se responsabilizará de dar a estos laicos una oportuna y continua formación y de preparar con ellos unas celebraciones dignas (cf. capítulo III).

31. Los laicos designados considerarán el encargo recibido no como un honor, sino como una misión y un servicio para con los hermanos, bajo la autoridad del párroco. La función no es propia de ellos, sino supletoria, porque la ejercen «donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros».[27] «Hagan todo y sólo aquello que les corresponde» por la misión que han recibido.[28] Ejerzan su propia función con sincera piedad y con orden, como conviene a esta misión y como les exige justamente el pueblo de Dios.[29]

32. Si en el domingo no se puede hacer la celebración de la palabra de Dios con la distribución de la sagrada comunión, se recomienda vivamente a los fieles que «permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares».[30] En estos casos, pueden aprovechar las retransmisiones por radio o televisión de las celebraciones sagradas.

33. Téngase en cuenta sobre todo la posibilidad de celebrar alguna parte de la Liturgia de las Horas, por ejemplo, las Laudes matutinas o las Vísperas, en las que se pueden insertar las lecturas del domingo correspondiente. En efecto, «cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo».[31] Al final de esta celebración puede ser distribuida la comunión eucarística (cf. n. 46).

34. «A cada fiel o a las comunidades que por motivo de persecución o por falta de sacerdotes se ven privados de la celebración de la sagrada Eucaristía por breve, o también por largo tiempo, no por eso les falta la gracia del Redentor. Si están animados íntimamente por el deseo del Sacramento y unidos en la oración con toda la Iglesia; si invocan al Señor y elevan a él sus corazones, viven por virtud del Espíritu Santo en comunión con la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, y con el mismo Señor… y reciben los frutos del Sacramento».[32]

 

CAPÍTULO III

LA CELEBRACIÓN

 

35. El orden a seguir en la reunión del domingo cuando no se celebra la misa consta de dos partes: la celebración de la Palabra de Dios y la distribución de la comunión. No se introduzca en esta reunión lo que es propio de la misa, especialmente la presentación de los dones y la plegaria eucarística. El rito se ordene de tal manera que favorezca totalmente la oración y ofrezca la imagen de una asamblea litúrgica y no de una simple reunión.

36. Los textos de las oraciones y de las lecturas de cada domingo o solemnidad han de tomarse habitualmente del Misal o del Leccionario. De este modo, los fieles, siguiendo el curso del año litúrgico, orarán y escucharán la palabra de Dios en comunión con las restantes comunidades de la Iglesia.

37. El párroco, al preparar la celebración con los laicos designados, puede hacer adaptaciones teniendo en cuenta el número de los participantes y la capacidad de los animadores, y atendiendo a los instrumentos que acompañan el canto y ejecutan la música.

38. Cuando preside la celebración el diácono, debe comportarse de acuerdo con su ministerio, en los saludos, oraciones, proclamación del Evangelio y homilía, distribución de la comunión y despedida de los participantes con la bendición. Debe vestir los ornamentos propios de su ministerio, esto es, el alba con la estola, y según la oportunidad la dalmática, y ha de usar la sede presidencial.

39. El laico que modera la reunión actúa como uno entre iguales, como ocurre en la Liturgia de las Horas, cuando no preside el ministro ordenado, y en las bendiciones, cuando el ministro es laico («El Señor nos bendiga…», «Bendigamos al Señor…»). No debe emplear las palabras reservadas al presbítero o al diácono, y debe omitir aquellos ritos que remiten de manera directa a la misa, por ejemplo: los saludos, especialmente «El Señor esté con vosotros» y la fórmula de despedida que haría aparecer al laico moderador como un ministro sagrado.[33]

40. Lleve un vestido que no desdiga de esta función, o la vestidura que oportunamente señale el Obispo.[34] No debe usar la sede presidencial, pero se ha de preparar otra sede fuera del presbiterio.[35] El altar, que es la mesa del sacrificio y del convite pascual, será usado solamente para deponer en él el pan consagrado antes de la distribución de la Eucaristía.

Al preparar la celebración se ha procurar una adecuada distribución de las funciones, por ejemplo, para las lecturas, para los cantos, etc., y para la disposición y ornato del lugar.

41. El esquema de la celebración consta de los siguientes elementos:

los ritos iniciales, cuya finalidad es hacer que los fieles que se reúnen constituyan la comunidad y se preparen dignamente para la celebración;
la liturgia de la palabra, en la cual Dios mismo habla a su pueblo para manifestarle el misterio de la redención y de la salvación; el pueblo responde mediante la profesión de fe y la plegaria universal;
la acción de gracias, con la que Dios es bendecido por su gloria inmensa (cf. n. 45);
los ritos de la comunión, mediante los cuales se expresa y se realiza la comunión con Cristo y con los hermanos, sobre todo con aquellos que en el mismo día participan en el sacrificio eucarístico;
los ritos de conclusión, con los que viene indicada la relación entre la liturgia y la vida cristiana.
La Conferencia Episcopal, o el mismo Obispo, teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y de las personas, pueden concretar más la celebración con subsidios preparados por la Comisión nacional o diocesana de Liturgia. No obstante, este esquema no se debe cambiar sin necesidad.

42. En la monición inicial, o en otro momento de la celebración, el moderador recuerda a la comunidad con la que, aquel domingo, el párroco celebra la Eucaristía, y exhorta a los fieles a unirse espiritualmente a ella.

43. Para que los participantes recuerden la palabra de Dios, hágase una explicación de las lecturas o el sagrado silencio para meditar lo que se ha escuchado. Puesto que la homilía está reservada al sacerdote o al diácono,[36] se puede optar porque el párroco transmita la homilía al moderador del grupo, para que la lea. No obstante, obsérvese lo que haya dispuesto la Conferencia Episcopal sobre este punto.

44. La oración universal se desarrollará según la serie establecida de las intenciones.[37] No se omitan las intenciones por toda la diócesis, que el Obispo proponga eventualmente. Asimismo, propóngase con frecuencia la intención por las vocaciones al orden sagrado, por el Obispo y por el párroco.

45. La acción de gracias tendrá lugar de acuerdo con uno de estos dos modelos:

después de la oración universal o después de la distribución de la comunión, el moderador invita a todos a la acción de gracias, con la cual los fieles exaltan la gloria de Dios y su misericordia. Esto puede hacerse con un salmo, por ejemplo, los salmos 99, 112, 117, 135, 147, 150, o con un himno o un cántico, como el «Gloria a Dios en el cielo», el Magníficat, etc., incluso con una plegaria litánica, que el moderador dice con los demás vuelto al altar, estando todos de pie;
antes del «Padre nuestro» el moderador se acerca al tabernáculo y, hecha la reverencia, deposita sobre el altar el copón con la santísima Eucaristía; a continuación, arrodillado delante del altar, juntamente con los fieles, ejecuta el himno, el salmo o la plegaria litánica, que en esta circunstancia debe ir dirigida a Cristo presente en la santa Eucaristía.
Por tanto, esta acción de gracias no debe tener de modo alguno la forma de una plegaria eucarística. Los textos del prefacio y de la plegaria eucarística contenidos en el Misal no se han de usar, a fin de evitar todo peligro de confusión.

46. Para el desarrollo del rito de la comunión, se observará cuanto viene dicho en el Ritual Romano acerca de la comunión fuera de la misa.[38] Recuérdese a los fieles alguna vez que, al recibir la comunión fuera de la misa, se unen también al sacrificio eucarístico.

47. Si es posible, para la comunión úsese el pan consagrado el mismo domingo, en la misa celebrada en otro lugar, y llevado por el diácono o por un laico en un recipiente apto (copón o portaviático) y colocado en el tabernáculo antes de la celebración. También se puede usar el pan consagrado en la última misa celebrada allí. Antes de la oración del «Padre nuestro», el moderador se acerca al tabernáculo o al lugar donde está depositada la Eucaristía, toma el recipiente con el Cuerpo del Señor, lo deja sobre la mesa del altar e inicia la plegaria del «Padre nuestro»,  a no ser que en este momento se haga la acción de gracias, de la que se habla en el n. 45, b.

48. La oración dominical se canta o recita siempre por todos, aunque no se distribuya la santa comunión. Puede hacerse el rito de la paz. Después de la distribución de la comunión, «si se juzga conveniente, se puede observar algún momento de silencio, o se puede entonar algún salmo o cántico de alabanza»[39] Se puede también hacer la acción de gracias descrita en el n. 45, a.

49. Antes de finalizar la reunión, se darán los avisos y las noticias que afecten a la vida parroquial o diocesana.

50. «Jamás se apreciará suficientemente la gran importancia de la asamblea dominical, como fuente de vida cristiana del individuo y de las comunidades, y como expresión de la voluntad de Dios: reunir a todos los hombres en el Hijo Jesucristo.

Todos los cristianos deben convencerse de que no es posible vivir la propia fe ni participar, del modo propio a cada uno, en la misión de la Iglesia, sin nutrirse del pan eucarístico. Igualmente, deben estar convencidos de que la asamblea dominical es para el mundo un signo del misterio de comunión que es la Eucaristía».[40]

 

Este Directorio, preparado por la Congregación para el Culto Divino, fue aprobado y confirmado por el Sumo Pontífice Juan Pablo II el 21 de mayo de 1988, ordenando su publicación.

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NOTAS

[1] Cf. Lc 24, 27.

[2] Código de Derecho Canónico, can. 1248, § 2.

[3] Cf. Actas de los mártires de Abitinia: en D. Ruiz Bueno, Actas de los mártires, BAC 75, Madrid 1951, p. 973.

[4] Cf. Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción Inter Oecumenici, de 26 de septiembre de 1964, n. 37: AAS 56 (1964), pp. 884-885; Código de Derecho Canónico, can. 1248, § 2.

[5] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, núm. 106; cf. ibid., Apéndice: Declaración del sacrosanto Concilio ecuménico Vaticano II sobre la revisión del calendario.

[6] Cf. Ap 1,10; cf., también, Jn 20,19.26; Hch 20,7-12; 1Co 16,2; Hb 10,24-25.

[7] Cf. Didaché 1.4,1: edic. F.X. Funk, Doctrina duodecim Apostolorum, Tubinga 1887, p. 42.

[8] S. JUSTINO, Apología I, 67: PG 6, 430.

[9] Didascalia Apostolorum, 2, 59,1-3: edic. F.X. Funk, 1, p. 170.

[10] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 106.

[11] S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Ad Magnesios, 9, 1: edic. Fx. Funk, 1, p. 199.

[12] Cf. PABLO VI, Alocución a un grupo de Obispos de Francia en visita ad limina, de 26 de marzo de 1977: AAS 69 (1977), p. 465: «El objetivo debe seguir siendo la celebración del sacrificio de la misa, única verdadera realización de la Pascua del Señor».

[13] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 106.

[14] Cf. Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, n. 25: AAS 59 (1967), p. 555.

[15] Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción Eucharisticum mysterium n. 25: AAS 59 (1967), p. 555; Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 106.

[16] Cf. «Le sens du dimanche dans une societé pluraliste. Réflexions pastorales de la Conférence des Évéques du Canadá»: en La Documentation Catholique, n. 1935 (1987), pp. 273-276.

[17] Ap 7,9.

[18] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 35, § 4.

[19] Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, n. 26.

[20] Cf. PABLO VI, Alocución a un grupo de Obispos de Francia en visita ad limina, de 26 de marzo de 1977: AAS 69 (1977), p. 465: «Avanzad con discernimiento, pero sin multiplicar este tipo de reuniones, como si fuesen la mejor solución y la última probabilidad».

[21] Missale Romanum, Oración sobre las ofrendas de la misa por las vocaciones a las sagradas órdenes.

[22] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, n. 6.

[23] Cf. Sagrada Congregación de Ritos y Consilium, Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de mayo de 1967, n. 26: AAS 59 (1967), p. 555.

[24] Cf. PABLO VI, ?Motu proprio? Ad pascendum, de 15 de agosto de 1972, n. 1: AAS 64 (1972), p. 534.

[25] Cf. Código de Derecho canónico, can. 230 § 3.

[26] Cf. Bendicional, Coeditares litúrgicos, 1986, cap. V, I: Bendición de lectores, nn. 392-408, pp. 177-182; II: Bendición de acólitos, nn. 409-426, pp. 183-188.

[27] Código de Derecho Canónico, can. 230, § 3.

[28] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, n. 2

[29] Cf. ibid., n. 29.

[30] Código de Derecho Canónico, can. 1248, § 2.

[31] Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 22.

[32] Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Sacerdotium ministeriale, sobre algunas cuestiones concernientes al ministro de la Eucaristía, de 6 de agosto de 1983: AAS 75 (1983), p. 1007.

[33] Cf. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 258; Bendicional, Coeditores litúrgicos, 1986, nn. 48, 120, 131, 183, etc.

[34] Cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, n. 20.

[35] Cf. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 258.

[36] Cf. Código de Derecho Canónico, cc. 766-767.

[37] Cf. Ordenación general del Misal Romano, nn. 45-47.

[38] Cf. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa, cap. I.

[39] Ibid., n. 37.

[40] JUAN PABLO II, Alocución a un grupo de Obispos de Francia en visita ad limina, de 27 de marzo de 1987.

Argibide Orokorrak. E.G.B. Liturgiarako Gotzainen batzarra. Madril, 1991

  • Secretariado Nacional de Liturgia. Subsidia Litúrgica n. 39 (1981)

 

PRESENTACIÓN

El Concilio Vaticano II, al tratar de los principios generales para le reforma y fomento de la sagrada liturgia, estableció la siguiente norma derivada del carácter didáctico y pastoral de la misma: «Foméntense las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos; sobre todo en los lugares donde no hay sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el obispo» (SC 35, 4).

Con esta indicación el Concilio oficializa en la práctica pastoral común un tipo de celebración eclesial caracterizada por su sentido de catequesis litúrgica centrada en la experiencia comunitaria de la palabra de Dios. Y lo oficializa especialmente para aquellas comunidades locales, cuyas asambleas dominicales y festivas no pueden celebrar la Eucaristía por falta o ausencia obligada de sus ministros.

Así, este nuevo tipo de celebración es presentado también como una respuesta concreta a una determinada situación pastoral de emergencia. Posteriormente, la Santa Sede ha ido enriqueciendo esta respuesta del Concilio con la reinstauración del diaconado permanente y de los ministerios ordenados laicales, con la instauración de los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión y la potenciación de la figura del catequista, sobre todo de adultos, para todas las comunidades locales (cf. las cartas apostólicas en forma de «motu proprio» de Pablo VI «Sacrum diaconatus ordinem», «Ad pascendum», «Ministeria quoedam», Instrucción de la Sagrada Congregación para la disciplina de los sacramentos «Inmensae caritatis», las exhortaciones apostólicas de Pablo VI «Evangelii nuntiandi» y de Juan Pablo II «Catechesi tradendae»).

Obispos de diversas naciones han aplicado esta respuesta del Concilio a aquellas comunidades locales de sus diócesis en las que, a su juicio, se daban realmente las condiciones para ello. Ellos siguen de cerca esta experiencia, y no pocos la han iluminado con la oportuna publicación de documentos pastorales individuales y colectivos.

El mismo Santo Padre Pablo VI dirigió estas palabras a un grupo de obispos franceses en cuyas diócesis se celebran estas asambleas:

«Vosotros afrontáis también el problema de las asambleas dominicales sin sacerdote en los medios rurales, donde el pueblo forma una cierta unidad natural para la vida y la oración, y que sería peligroso abandonarlo o dispersarlo. Nos hacemos perfectamente cargo de las razones y las ventajas que se pueden derivar de ello para la responsabilidad de los participantes y la vitalidad del pueblo. El mundo actual prefiere estas comunidades de talla humana, a condición, evidentemente, de que sean suficientemente nutridas, vivas y lejanas al espíritu de “ghetto”.

Nos os decimos, pues: proceded con discernimiento, ¡pero sin multiplicar este tipo de reuniones, como si se tratasen de la mejor solución y de la última posibilidad!

Ante todo, vosotros estáis convencidos de la necesidad de elegir juiciosamente y de preparar a los animadores, seglares o religiosos, y así, a ese nivel, el cometido del sacerdote aparece de capital importancia; por otra parte, el objetivo debe seguir siendo la celebración del sacrificio de la misa, única verdadera realización de la Pascua del Señor.

Y sobre todo pensemos bien que estas asambleas del domingo no podrán ser suficientes para reconstruir comunidades vivas e irradiantes, en un contexto de población poco cristiana o en proceso de abandonar la práctica dominical. Habría que crear al mismo tiempo otros encuentros de amistad y reflexión, grupos de formación cristiana con la participación de sacerdotes y de seglares más formados que ayuden al entorno inmediato a trabar relaciones de caridad y a mejor tomar conciencia de las propias responsabilidades familiares, educativas, profesionales y espirituales» («La Documentaron Catholique», 17 de abril de 1977). El

Secretariado Nacional de Liturgia, respondiendo a las peticiones que se le han dirigido en orden a ofrecer material para estas celebraciones, presenta, con la aprobación de la Comisión Episcopal Española de Liturgia, el siguiente ritual para ellas. Su introducción en las comunidades de algunos pueblos corresponde, pues, al discernimiento del ordinario diocesano y hay que tener presente que su puesta en práctica supone la planificación y revisión de otras facetas no estrictamente litúrgicas. Estas celebraciones dominicales en ausencia de sacerdote suponen toda una labor pastoral de conjunto en las zonas o vicarías episcopales y aun en las diócesis.

A este propósito merece destacar la catequesis de adultos, la pastoral vocacional para el presbiterado y una mejor redistribución de los sacerdotes en las diócesis (cf. el documento de la Sagrada Congregación para el Clero «Normas para una mejor distribución del clero en el mundo», 25 de marzo de 1980).

Confiamos, finalmente, que estos esquemas de celebración ayuden a nuestras comunidades cristianas, especialmente las rurales y al amplio mundo del Apostolado del mar, a revalorizar la asamblea festiva y sus diversos ministerios.

 

Madrid, 30 de noviembre de 1980

Narciso, Card. JUBANY

Arzobispo de Barcelona

Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia

 

OBSERVACIONES GENERALES PREVIAS

1. En algunas circunstancias y lugares es difícil asegurar la celebración eucarística los domingos y fiestas de precepto. La falta de sacerdotes imposibilita que las parroquias más pequeñas y los centros de culto de población reducida puedan ser atendidas debidamente.

2. Dado que esta realidad pastoral puede acrecentarse en el futuro, ha parecido conveniente elaborar y publicar «ad experimentum» el presente Ritual, teniendo en cuenta el modelo y experiencias de otras Comisiones Episcopales Nacionales.

 

I.- EL DIRECTOR DE LA CELEBRACIÓN

3. El que dirige una celebración en ausencia de sacerdote, en ningún momento debe dar la impresión de que suplanta al sacerdote.

4. Si no es diácono, prescindirá del uso de vestiduras sagradas; no ocupará la sede ni saludará a los fieles con las palabras rituales: «El Señor esté con vosotros.»

5. El que dirige la celebración aparecerá ante los fieles como delegado del sacerdote responsable de la parroquia o comunidad. Deberá hacerlo constar, si es preciso, en las palabras de saludo.

6. El sacerdote responsable de la parroquia o comunidad deberá explicar a los fieles cuál es el cometido del director de la celebración, para evitar posibles confusiones.

7. El director de la celebración (o los posibles directores que pudieran turnarse) deberá estar convenientemente adiestrado sobre el ministerio que se le confía y dispondrá del presente Ritual y del leccionario correspondiente en su edición oficial o, en su defecto, en cualquiera de las ediciones de misales para fieles.

8. La celebración tendrá dos partes, precedidas del RITO DE ENTRADA y del RITO DE DESPEDIDA.

 

II.- LITURGIA DE LA PALABRA

9. Se desarrolla según las normas vigentes, con las posibles convenientes adaptaciones por razones pastorales previstas en el Ordo Missae.

10. Después de las lecturas se prevé que el director de la celebración puede leer:

  • La homilía escrita por el sacerdote responsable de la parroquia o comunidad.
  • Algún comentario homilético tomado de publicaciones especiales o de la prensa diaria.

11. Puede también subrayar de palabra algunas frases de las lecturas, proponiéndolas a la consideración de los fieles. También se pueden leer los comentarios que encabezan las lecturas en los leccionarios manuales.

12. En todo caso debe seguir un momento de silencio.

 

III.- LITURGIA DE LA DISTRIBUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

13. Se sigue el Ritual para la distribución de la Eucaristía fuera de la misa.

14. Se ha previsto -inmediatamente antes de la oración del «Padre nuestro»- una plegaria de acción de gracias (diversos formularios a elegir), semejante en su estructura a las plegarias contenidas en algunos rituales, v. gr.: plegarias de bendición del agua en el ritual del bautismo, plegaria de bendición del óleo en el ritual de la unción de los enfermos. Se evita toda posible confusión con las plegarias eucarísticas.

 

LAS ASAMBLEAS DOMINICALES, SIN MISA

Nota pastoral de Mons. Pedro M. Puech., Obispo de Carcasona

(«B.O de la Diócesis», 13 diciembre 1979)

1. Ya antes los sacerdotes, al ser pocos para celebrar la misa en todas las iglesias cada domingo, habían señalado ciertos «centros» donde invitaban a los fieles a concentrarse. Y ahora la escasez, cada vez más grande, de sacerdotes, que aún será más notable en los próximos decenios, obliga a los fieles a tener estas asambleas dominicales sin su pastor. ¿Esto es legítimo, es deseable?

Hace ya cuatro años Pablo VI había respondido a los obispos de Francia, que le habían hecho la pregunta:

«Proceded con discernimiento, pero sin multiplicar este tipo de reuniones como si se tratase de la solución mejor y de la última posibilidad»

¿Cómo hacer este discernimiento? En su respuesta, el Papa pide salvar todas las razones, unidas al mismo tiempo las unas a las otras, de manera que no quede ninguna sacrificada:

  • importancia de la asamblea dominical,
  • pero también importancia esencial de la misa;
  • importancia de la responsabilidad de los seglares,
  • pero también importancia de la misión específica del sacerdote.

No hay Iglesia sin asamblea dominical

2. La Iglesia: un pueblo que se reúne cada domingo.

Sin duda, los cristianos están llamados a vivir en el mundo. No llevan otra vida que la de sus semejantes; la llevan de manera distinta, es decir, en la fe, en la esperanza y en la caridad. Pero es difícil estar presente en el mundo sin ser «del mundo». Los cristianos no están ausentes de él, están presentes de otra manera; ellos están comprometidos, pero sin componendas; ellos no pueden continuar siendo tales sin reunirse. La Iglesia: la palabra indica a cuantos están «llamados, convocados» por la Palabra de Dios, «reunidos» en el nombre del Señor. Y no por el gusto de estar juntos, sino para alabar al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu y para recibir una misión que los envía a los hermanos.

De este modo, la reunión ayuda a los cristianos a permanecer fieles a su vocación en el mundo. Más aún, «la asamblea es constitutiva de la Iglesia.

Ella es la Iglesia que acoge a su Señor y que se manifiesta como la Iglesia de Cristo. La asamblea forma parte de la definición de la Iglesia como sacramento de salvación en Jesucristo para todos los hombres. La Iglesia anuncia esta salvación realizándola, o sea, reuniendo a los hombres, haciéndoles vivir, por lo menos de vez en cuando, la asamblea» (Mons. Coffy).

3. He aquí por qué el precepto dominical, antes de ser obligación de ir a misa, ha sido siempre considerado por la Iglesia como la necesidad de participar en la asamblea. Necesidad vital, mayor que la de una simple obligación disciplinar. Necesidad imperiosa de que cada cristiano se alimente y de que la Iglesia sea «signo». «Ninguno disminuya la Iglesia dejando de participar en la asamblea, ninguno prive de un miembro al Cuerpo de Cristo» (Didascalia Apostolorum). Por eso los cristianos no deben privar a sus hermanos de su presencia en la asamblea dominical. El domingo es el día del Señor, por eso ellos consagran juntos este día al Señor. Convocados por Cristo, revelan al mundo que la Iglesia es una asamblea fraterna. Tengan o no ganas, les suponga o no dificultad, el domingo se encuentran con sus hermanos para alimentarse juntos y profesar unidos la propia fe. Donde falte el sacerdote, los cristianos no quedan por eso dispensados de reunirse el domingo. No pueden participar en la misa, pero permanece el compromiso de reunirse en asamblea.

La misa del domingo

4. Que se celebre la misa en la asamblea dominical es lo normal. La misa da a la asamblea su significado pleno, su total eficacia. El día del Señor, la asamblea del Señor, el sacrificio del Señor: todo forma una unidad. Para vivir según el espíritu del Señor, el cristiano tiene necesidad de celebrar con los hermanos el día del Señor, participando unidos en la cena del Señor. Sería, pues, un error valorizar la asamblea dominical sin el sacerdote, oscureciendo la importancia de la misa. La participación en el sacrificio eucarístico, que supone normalmente la comunión, es mucho más fructuosa que una comunión fuera de la misa.

5. Esta convicción puede llevar a verdaderos casos de conciencia: por ejemplo: «A mí me es fácil ir en coche a una iglesia donde se celebra la misa; pero en la de mi barrio la comunidad se reúne sin el sacerdote. ¿Dónde debo ir?…» Cada uno tiene que responder según su conciencia y según sus posibilidades, teniendo en cuenta tanto la importancia y el valor de la misa como la importancia de la asamblea para una comunidad local.

6. En cualquier caso, donde no se celebre la misa, hay que evitar toda ambigüedad: la celebración no debe ser una deformación de la misa. En ella deben darse los elementos habituales en una asamblea eclesial: acogida, escucha de la  Palabra de Dios, respuesta a Dios a través del silencio contemplativo, la alabanza y el canto, la acción de gracias, la oración de petición, el cuidado de los signos; el envío misionero. Pero no se debe imitar servilmente la liturgia de la misa, de modo particular, no se deben usarlas plegarias Eucarísticas, que corresponden propia y exclusivamente al sacerdote.

 

Ninguna iglesia, sin sacerdote

7. El papel del sacerdote no se puede usurpar. Cuando él está presente, la asamblea está verdaderamente orientada a Jesucristo, puesto que él está en el puesto de Cristo. Estando ausente es más difícil manifestar que Cristo está presente en la asamblea, y que, mediante el poder de su espíritu, actúa en ella.

8. La comunidad no podrá nunca sustituir al sacerdote, el cual ha recibido de Cristo su misma misión y poder. El representa a Cristo en el anuncio de la Palabra, en la celebración del sacrificio, en la administración de los Sacramentos, en el gobierno pastoral de la comunidad. Por eso, aun sin el sacerdote, la asamblea dominical no puede estar separada de él. No existe Iglesia sin el sacerdote. Un grupo informal, por sí mismo, no es la Iglesia. Y no puede darse él al sacerdote, del que tiene necesidad: el sacerdote es un don de Dios a los hombres, y no el delegado de una comunidad.

9. De aquí se sigue, aunque el sacerdote no pueda estar presente el domingo con los cristianos de su barrio, que ellos no se reúnan sin ponerse de acuerdo con él, y sin preparar con él la celebración dominical.

Para que no deje de ser asamblea de la Iglesia, esta celebración debe estar en relación con el sacerdote, que es el que tiene la misión de «convocar» al pueblo que le ha sido confiado; ella debe resaltar también su relación con una misa celebrada anteriormente en aquel lugar o con una misa celebrada el mismo día en otra iglesia de la zona.

10. Todo ello quiere decir que estas asambleas dominicales, como solución, serán siempre un mal menor a la hora de hacer frente a la escasez de sacerdotes. Que es lo mismo que decir que no debemos desinteresarnos de la promoción de las vocaciones sacerdotales…

 

«Todos, responsables»

11. El hecho de que los sacerdotes, indispensables siempre, no sean hoy tan numerosos, ¿quién sabe no sea para que, permitiendo el Señor esta prueba, pueda y quiera hacer que los seglares tomen conciencia y asuman todo su cometido en la Iglesia?

Demasiado tiempo los seglares han estado pasivos dejando al sacerdote todos «los ministerios», incluso aquéllos que en virtud del bautismo y de la confirmación están llamados a ejercer.

12. De este modo, la asamblea dominical sin sacerdote puede ser una posibilidad para la Iglesia en las zonas rurales: servir a la conservación e incluso reconstrucción del cuerpo eclesial. Hay que descubrir el valor de esta posibilidad.

13. Ante todo, se necesita que un equipo de animadores -y no solamente una religiosa, una persona muy vista, un experto- prepare estas celebraciones con el sacerdote responsable. Cuanto más se consiga confiar estas asambleas a un grupo y no a una persona, tanto más se ayudará a este equipo en su cometido, y con mayor seguridad la asamblea tomará el aspecto que le corresponde.

14. Y es mejor no empezar con aquellos cristianos que no vayan a aportar ningún testimonio especial en sus vidas cotidianas. O sea, que es necesario contar con «militantes» de un movimiento apostólico, y no sólo con técnicos más o menos competentes en el campo de la lectura en público, del canto coral, de la liturgia, de la animación de grupos.

En otras palabras, el futuro de la experiencia de estas asambleas está unido al resurgir de un laicado apostólico. De hecho ha sido con personas sostenidas por movimientos, como la ACGF o el CMR, donde se ha perseverado con algún fruto.

15. La dirección de estas asambleas requiere también que su equipo responsable reciba una formación adecuada. En ello trabaja activamente la Comisión Diocesana de Pastoral Sacramental, bajo la responsabilidad de su presidente y del vicario episcopal de pastoral rural.

16. Por último, y hay que insistir en ello, estas asambleas no serán quizá necesarias en todos los sitios, pero en todos es necesario confiar a los seglares responsabilidades sin esperar a que falte el sacerdote.

Todo sacerdote debe preguntarse: «¿Mientras estoy yo presente tengo interés en dejar a los seglares preparados y ejerciendo todos los servicios que, como sacerdote, no son específicamente míos (acogida, equipo de lectores, intervenciones en la oración de los fieles, elección y animación del canto?).»

Uno de nuestros sacerdotes, que ya Dios ha llamado, previendo su larga ausencia por enfermedad, solía decir a sus catequistas que han aprendido la lección: «Preparaos mientras estoy yo; uno no aprende a nadar cuando se está ahogando».

 

Conclusión

17. He aquí, pues, los valores y límites de la asamblea dominical sin sacerdote. No hay que hacer de ella la panacea que excuse de la misa, donde la misa sea posible. No se trata siquiera de una suplencia de sacerdote, sustituido más o menos bien por seglares. Se debe simplemente considerar la importancia de la reunión, siempre necesaria de la comunidad cristiana, cuerpo visible del Señor, cuando la misa no es posible. Y hay que ver en ello una de las posibilidades de que los seglares ejerzan su responsabilidad con miras a que las ejerzan mejor en toda su vida.

Por otra parte, ¿no es esto lo que ya decía Pablo VI a los obispos franceses?

«Proceded con discernimiento, pero sin multiplicar este tipo de reuniones, como si se tratasen de la mejor solución y de la última posibilidad.

Ante todo, vosotros estáis convencidos de la necesidad de elegir juiciosamente y de preparar a los animadores, seglares o religiosos, y así a ese nivel el cometido del sacerdote aparece de capital importancia; por otra parte, el objetivo debe seguir siendo la celebración del sacrificio de la misa, única verdadera realización de la Pascua del Señor.

Y, sobre todo, pensemos bien que estas asambleas del domingo no podrán ser suficientes para reconstruir comunidades vivas e irradiantes, en un contexto de población poco cristiana o en proceso de abandonar la práctica dominical. Habría que crear al mismo tiempo otros encuentros de amistad y reflexión, grupos de formación cristiana con la participación de sacerdotes y de seglares más formados que ayuden al entorno inmediato a trabar relaciones de caridad y a mejor tomar conciencia de las propias responsabilidades familiares, educativas, profesionales y espirituales».

Elizbarrutiko biderapenak abaderik ez dagoenerako domeketako ospakizunetarako. Bilbao, 2001

Diócesis de Bilbao. Bilbao, 2001

I. INTRODUCCIÓN

La Iglesia local diocesana de Bilbao se encuentra inmersa en un proceso de recepción del Concilio Vaticano II, tratando de adaptar sus estructuras pastorales a las urgencias evangelizadoras de este momento. Diversos análisis le han llevado a iniciar un proceso de remodelación pastoral. Éste incide en todos los aspectos de la vida de la Iglesia, como son: la orientación misionera, la centralidad de la Eucaristía, la ministerialidad y el servicio de presidencia de las comunidades, la ordenación de las nuevas unidades pastorales y la promoción y el reajuste de los efectivos ministeriales.

 

II. HISTORIA

1. Época de búsqueda

Las asambleas dominicales en ausencia de presbítero (ADAP) tienen su principal punto de referencia en la Asamblea Diocesana (AD) celebrada entre los años 1984 y 1987. En ella se reconoce la necesidad e importancia de las celebraciones de la Palabra. Ello requiere «preparar seglares y religiosos capaces de dirigir las celebraciones» así como también promulgar unas «directrices episcopales» que ayuden a valorar y a potenciarlas (OGD n. 13; Tema 7, n. 7.3).

El I Plan Diocesano de Evangelización (1990-1995), en continuidad con la AD, recomendaba «realizar habitualmente celebraciones de la Palabra y catequesis litúrgicas, reconociendo el valor evangelizador de la Escritura» (ODG, 13). Sin embargo, no hacía una referencia explícita a las celebraciones dominicales, como tampoco lo hace el vigente II Plan.

La carta pastoral para la Cuaresma-Pascua de Resurrección de 1993, «Celebración cristiana del domingo», hace la siguiente mención:

«Merecen aquí una alusión especial las celebraciones dominicales que son presididas por un diácono, un religioso/a o un seglar, cuando no es posible la presencia de un presbítero en ellas. Ante todo, queremos valorar y agradecer en su justa medida el servicio que ellos prestan a unas comunidades que experimentan, también en otros aspectos de la vida, un empobrecimiento cultural y social poco equitativo y humano. Animamos a quienes han aceptado la responsabilidad de convocar a esas comunidades cristianas y presidirlas, a que sean ellos mismos conscientes del gran valor que tiene, ante el Dios amigo de los pobres y de los pequeños, la tarea que realizan, y a que se preparen adecuadamente para llevarla a cabo con competencia, con la colaboración del sacerdote y de un equipo de seglares.

La necesaria conexión que toda comunidad cristiana ha de tener con la Eucaristía y ésta con el presbítero, ha de urgir alguna forma de presencia habitual de éste. Así se harán más visibles la unidad y la comunión existentes entre todas las comunidades cristianas, a partir precisamente de la celebración eucarística». [1]

 

2. Experiencias

El capítulo de experiencias diocesanas en relación con las ADAP se concreta principalmente en dos realizaciones llevadas a cabo en los valles de Carranza y de Arratia.

2.1. En el valle de Carranza

El texto firmado por el Obispo D. Luis María de Larrea da cuenta de los motivos y de la extensión de dicha experiencia. Dice así:

«Ante la escasez de sacerdotes disponibles y el número de centros de culto que hay que atender, queremos iniciar oficialmente una experiencia nueva. No es admisible ni útil que un sacerdote celebre cuatro o más misas el mismo día. No puede celebrarlas debidamente y tiene que correr de una iglesia a otra sin poderos atender con la calma y el interés que merecéis. Tampoco es aconsejable que llegue los domingos un sacerdote de fuera que celebra la Misa, pero que no vuelva a relacionarse con vosotros en toda la semana. Creemos que ha llegado el momento de iniciar oficialmente una experiencia ya practicada con fruto en otros lugares. Se trata de salvar una celebración religiosa digna para los domingos y días festivos aunque no esté presente el sacerdote y asegurar, por otra parte, la atención del sacerdote a la feligresía mediante su presencia en otros momentos de la semana». [2]

En la primera etapa de puesta en práctica de las ADAP hubo algunas dificultades de realización por parte del equipo ministerial. Diversas circunstancias ajenas al proyecto aprobado por el Obispo hicieron que la experiencia no se consolidara.

Posteriormente, en el año 1998, el Obispo D. Ricardo Blázquez encomendó a un equipo de religiosas, acompañadas por un presbítero, la puesta en práctica de las ADAP. Al cabo de estos tres años comienza a consolidarse la experiencia. En determinados momentos del Año (Triduo pascual, Navidad…) se convoca a varios pequeños núcleos comunitarios a una única Asamblea con Eucaristía.

2.2. En el Valle de Arratia

En el año 1987, el Vicario Territorial aprueba con carácter experimental un «Proyecto Pastoral de Arratia» que incluye la puesta en práctica de celebraciones dominicales en ausencia de presbítero. Esta experiencia se ha extendido a cinco de los siete sectores que componen dicha Vicaría: Arratia, Ugao-Orozko, Oiz, Anboto y Galdakao.

A lo largo de estos trece años, puede decirse que la práctica de las ADAP ha encontrado un cauce satisfactorio de realización. Cuenta con varios equipos de agentes de pastoral debidamente preparados, goza de una buena acogida por parte de las comunidades y va configurando un calendario celebrativo.

 

3. Oportunidad de unas directrices diocesanas

El balance de las búsquedas y experiencias a lo largo de 20 años, la realidad actual y las perspectivas de futuro aconsejan consolidar la experiencia.

La reflexión sobre las ADAP ha generado una suma de esfuerzos entre el Servicio Diocesano de Formación de Laicos, los Consejos de Vicaría y de Sector, los equipos de liturgia y las distintas comunidades parroquiales. Este dinamismo debe continuar.

En este tiempo, la Sagrada Congregación para el Culto Divino ha promulgado con fecha de 2 de junio de 1988 el «Directorio para las Celebraciones Dominicales y Festivas en Ausencia de Presbítero».

 

III. LAS LÍNEAS DE FUERZA DEL DIRECTORIO

1. La importancia del Día del Señor para la vida de la Iglesia

El Directorio, citando el n. 106 de la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia, dice:

«La Iglesia de Cristo, desde el Día de Pentecostés, después de la venida del Espíritu Santo, nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, en el día llamado ?domingo?, en memoria de la resurrección del Señor. En la asamblea dominical la Iglesia lee cuanto se refiere a Cristo en toda la Escritura y celebra la Eucaristía como memorial de la muerte y resurrección del Señor, hasta que vuelva» (Dir. n. 1).

Y añade también:

«Sin embargo, no siempre se puede tener una celebración plena del domingo. En efecto, ha habido muchos fieles, y los hay actualmente, a los que ?cuando falta el ministro sagrado o por otra causa grave, se les hace imposible la participación en la celebración eucarística? (c. 1248 § 2 CIC)» (Dir. n. 2).

Queda claro que las ADAP no vienen a sustituir la Eucaristía como celebración plena del domingo. Sólo pretenden garantizar la Asamblea Dominical de aquellas comunidades que, en ausencia de presbítero, no pueden realizar una celebración plena del domingo, con Eucaristía.

 

2. Situaciones históricas que justifican las ADAP

A lo largo de la historia, diversas situaciones han justificado las ADAP. Por ejemplo, la primera implantación del cristianismo en tierras de misión, la persecución religiosa antigua y moderna, el despoblamiento y la dispersión en el mundo rural y la disminución del número de presbíteros.

En relación con esto último, se reconoce que la multiplicidad de celebraciones presididas por un mismo presbítero no resulta conveniente ni para las parroquias, por verse privadas de una presencia más pausada del pastor propio, ni para los mismos presbíteros que ven así mermada su capacidad para presidir dignamente cada una de las celebraciones.

Allí donde se han dado las anteriores circunstancias, «los Obispos han considerado necesario establecer celebraciones dominicales ante la falta de presbítero, para que se pudiese tener una asamblea cristiana del mejor modo posible, y se asegurase la tradición cristiana del domingo» (Dir. n. 6).

 

3. Condiciones principales

La primera condición para las ADAP es la imposibilidad de celebrar la Eucaristía en las debidas condiciones. Por tanto, no tiene sentido celebrar una ADAP allí donde se ha celebrado o se va a celebrar una Misa. Menos sentido tiene ofrecer la ADAP con el fin de facilitar horarios alternativos.[3]

Una segunda condición es que se deje bien claro que se trata de una celebración dominical, pero que no es una Eucaristía. Ésta constituye la forma plena de celebrar el domingo.

 

IV. ORIENTACIONES PRÁCTICAS

El Obispo diocesano, acogiendo el parecer del Consejo presbiteral (sesión del 12.02.01), ofrece estas orientaciones en consonancia con lo que propone el Directorio: «Compete al Obispo diocesano, oído el parecer del Consejo presbiteral, establecer si en la propia diócesis debe haber regularmente reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, y dar normas generales y particulares para ello, teniendo en cuenta las circunstancias de las personas y de los lugares» (Dir. n. 24).

 

1. El sujeto de la celebración

Los criterios de discernimiento para establecer la práctica de las ADAP en lugares determinados de la Iglesia local de Bilbao son los siguientes:

  1. Cuando se trata de comunidades pequeñas dentro de la misma circunscripción parroquial, conviene potenciar la celebración de la Asamblea dominical en la parroquia, no solamente en los días litúrgicos más señalados.
  2. Que exista la posibilidad de constituir una asamblea dominical con un número mínimo habitual de participantes (¿15 ó 20 personas?). Sería conveniente que miembros de la misma asamblea puedan ejercer los ministerios de la catequesis, la atención espiritual a las personas enfermas, la convocatoria a la celebración de la fe y el mantenimiento de los lugares de culto.
  3. Que existan dificultades importantes para celebrar la Eucaristía en las condiciones requeridas. Por parte de la comunidad, puede existir la causa de la distancia geográfica respecto de otras asambleas; por parte del presbítero, responsable pastoral de la comunidad, la multiplicidad de celebraciones dominicales pueden impedirle prestar un servicio digno y en las condiciones pastorales requeridas.
  4. Que exista la posibilidad de garantizar periódicamente celebraciones de la Eucaristía, muy especialmente en las grandes fiestas litúrgicas, ya sea en el mismo lugar, ya sea en comunidades cercanas.
  5. Que se ponga el debido cuidado en mantener y expresar el vínculo con el presbítero responsable y con los otros núcleos comunitarios que él preside.

 

2. La catequesis sobre el domingo

Es necesaria una catequesis que ayude al pueblo de Dios a descubrir tanto el significado de la ADAP como las razones por las que adquiere sentido este modelo de celebración dominical.

  1. La catequesis será impartida no sólo en aquellos núcleos en los que vayan a celebrarse las ADAP, sino en todas las comunidades de la diócesis.
  2. La catequesis incluirá aquellos contenidos fundamentales que se refieren al valor y sentido de la Asamblea Cristiana, su encuentro en domingo, el sentido y la importancia de la Eucaristía dominical y el significado de la ADAP.
  3. El Consejo Episcopal encomendará a los organismos correspondientes la elaboración y seguimiento de los materiales catequéticos.

 

3. Los Agentes pastorales de la celebración

  1. Los responsables de las comunidades suscitarán la vocación de aquellas personas que, con la debida capacitación, se hagan cargo de animar habitualmente las ADAP.
  2. El Consejo Episcopal encargará a las instituciones diocesanas correspondientes el diseño de un plan de formación específico para agentes pastorales capaces de garantizar convenientemente la celebración de las ADAP.
  3. El Secretariado de Liturgia velará porque los subsidios litúrgicos sean adecuados a este tipo de celebración y estén adaptados a sus destinatarios.

 

4. El discernimiento eclesial

  1. En el proceso de discernimiento por el cual se decide la celebración de la ADAP y por el que se realiza la encomienda ministerial intervienen el Consejo Pastoral y el Vicario Territorial correspondientes, contando corresponsablemente con las diversas mediaciones eclesiales.
  2. Hay que respetar el dinamismo propio del pueblo de Dios, teniendo en cuenta también a la asamblea dominical como instancia de discernimiento.

 

Bilbao, 20 de septiembre de 2001

Consejo Episcopal

 

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NOTAS

[1] Celebración cristiana del domingo. Carta Pastoral Conjunta de los Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1993 (n. 67).

[2] Cf. Boletín Oficial del Obispado de Bilbao, Diciembre 1981, 293-296: En el valle de Carranza existen 15 parroquias más dos centros de culto para una población de 3.150 habitantes.

[3] La afirmación se refiere a una comunidad pequeña. En el caso de comunidades grandes, el espíritu del Directorio parece no estar en contradicción con el ofrecimiento de una ADAP en el mismo día y lugar en que se ofrece, a otra hora, una celebración de Eucaristía.

Langaia: Jaunaren eguneko abade bako ospakizunak (ADAP).

Itxi