Roberto Casas es miembro de la comunidad eclesial de San Vicente, en la Unidad Pastoral (UP) de Barakaldo, y trabaja como profesor de religión en la Escuela Pública desde hace más de 20 años, donde, además, es representante sindical de dicho colectivo laboral.
Casas, además es colaborador del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral (IDTP) y con el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona (ISCREB) como profesor de teología. Está casado con Merche Mella y tienen una hija y un hijo, María y Abraham.
Hace unas semanas Casas concedía una entrevista a la revista diocesana “Comunicación/Alkarren Barri”. Se puede leer completa en este enlace: aquí. Además, le hicimos un cuestionario más extenso para publicar en esta web. A la pregunta de qué significa la figura del diácono permanente en la Iglesia y en nuestra diócesis en particular Roberto explica que durante siglos «todas las dimensiones del ministerio ordenado se han concentrado en el aspecto sacerdotal de los presbíteros y obispos, hasta el punto de que el mismo sacramento del orden llegó a denominarse ‘orden sacerdotal’». El Concilio Vaticano II –destaca Casas– posibilitó que se recuperara el grado del diaconado como estado permanente y eso “ha supuesto un gran enriquecimiento del ministerio ordenado, que ya no se entiende desde el sacerdocio, sino desde el hacer presente ante la comunidad cristiana a Cristo que la convoca. El diaconado realiza esta tarea haciendo presente a Cristo en cuanto servidor, poniéndose el diácono al servicio de la comunidad para que esta comunidad se ponga al servicio del mundo y haga de él un lugar más justo y fraterno, más parecido al reino de Dios”.
En nuestra diócesis
Roberto Casas dice que, en nuestra Diócesis, tardó en consolidarse esta figura del diácono permanente, “se puso el acento en algo muy necesario, una mayor participación del laicado en la vida de la comunidad cristiana. Sin embargo, no ha dejado de haber personas que viven su vinculación a la comunidad creyente como algo que estructura su vida de forma radical, lo cual se identifica con el ministerio ordenado. Gracias a su empeño, la Iglesia de Bizkaia entendió que debía recuperar la figura del diácono como grado permanente y esto ha supuesto un gran enriquecimiento para ella. Yo me sitúo humildemente en la senda abierta por estos hermanos diáconos. Creo que la Iglesia universal y la diócesis de Bilbao necesitan al diaconado permanente para ir haciendo una Iglesia que supere la fractura entre clérigos y laicos, y que sea toda ella comunidad ministerial de la que brotan ministerios diversos para ponerla más al servicio de la construcción del reino de Dios. El desarrollo del diaconado permanente colabora para una revisión a fondo del ministerio ordenado, que es una condición imprescindible si queremos una Iglesia que supere el clericalismo, es decir, la situación de sometimiento del laicado al clero que, por desgracia, todavía sigue tan presente en nuestra vida eclesial”.