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17.08.2015

Begoña Clares vuelve a la R.D del Congo a “echarle una mano a Dios”

Trabajó en el país centro africano durante 27 años en la Pastoral Escolar, primero en Kinsasa y luego, en Kikwit.  Ahora, tras una estancia de cinco años en Bizkaia, para cuidar de su padre, la misionera vuelve a la ciudad ubicada al suroeste de la República Democrática del Congo “para meterme en la dinámica que ellos tengan” y acompañarles “discretamente”. Está deseando volver a un lugar donde miles de personas mueren diariamente a consecuencia de la malaria o la diarrea, aunque aquí se hable más del ébola.

¿Por qué quiere volver a un lugar donde miles de personas viven sin agua, ni luz ni saneamiento?
Porque Dios no quiere que haya estas situaciones y si le podemos echar una mano, ¡adelante!.  Una de las razones que me motivó a ir fue mi trabajo en la pastoral de educación en Carabanchel. Allí estuve dando un curso sobre el nuevo orden económico internacional. Hablamos y hablamos sobre el tema pero entonces pensé:  ¿por qué no ir?. Fui a meterme como la muñeca de sal del cuento. Observó desde la orilla, luego metió los pies en el río y al final se mojó entera y así se hizo el mar. Esa es mi imagen, la de ir metiéndome poco a poco en los sitios.
Durante casi 30 años trabajando por la educación en el Congo. ¿Cómo se hace cuando, ni siquiera están cubiertas las necesidades básicas?
El contexto ciertamente es muy distinto al de aquí. Ni de lejos, están cubiertas las necesidades básicas, sin embargo sorprende el empeño que ponen los padres para que sus hijos e hijas estudien. Las escuelas son concertadas y los padres tienen que pagar algo. Normalmente, si no pagan en tres meses les echan. Están unos 20 días sin clase, pagan otro poquito y se les vuelve a recoger.  La mayoría de las escuelas están hechas con palito, adobe y paja. No disponen de ningún material, ni libros.
¿Cómo es la población del Congo?
Pobres pero acogedores. Allí me han pasado cosas bonitas. Una vez que había llovido mucho en Kinsasa y las calles se pusieron llenas de barro, en una plaza céntrica salieron dos niñas de un portalón. Me llamaron y me dijeron que no estaba bien que tuviera las piernas sucias. Con una palangana y un trapo, me limpiaron las piernas. Allí los misioneros somos muy bien catalogados.
¿Cuál será su misión cuando vuelva?
No sé muy bien a que voy. Tenemos un proyecto en Kikwuit . Se trata de un centro cultural con una residencia de chicas y una biblioteca para los estudiantes universitarios. Es un sitio al que acuden muchas personas de 70 kilómetros a la redonda. Disponemos de una sala para 100 personas y a partir de la seis de la tarde, se puede estudiar con la luz que produce el generador de los jesuitas de la escuela técnica. Ahora, tengo que llegar discretamente y meterme en la dinámica que ellos tengan y procurar no decir muchas cosas. Todo lo que sea formación les hará salir adelante por sus propios medios.