El obispo fue repasando la figura de Ubieta «sacerdote bueno y fiel, figura importante en nuestro caminar como Iglesia local por haber sido protagonista en momentos especialmente significativos: el encierro sacerdotal en el Seminario Diocesano y el arranque de los asesinatos de ETA, la crisis del ‘caso Añoveros’, la organización e impulso de la Asamblea Diocesana, y el delicado inicio y desarrollo del ministerio episcopal de D. Ricardo, a quien supo acompañar con sabiduría y lealtad. Más allá de estos acontecimientos destacados, su legado perdura en los innumerables encuentros, aportaciones y trabajos discretos de los que muchas personas aquí presentes podríais dar fe. Así con sencillez y empeño diario, José Ángel se fue ganando el respeto y afecto de toda la comunidad cristiana de Bizkaia».
Para Segura, la vida de este hombre de fe encarnó la de quien abrazando con convicción la enorme renovación del Vaticano II, supo mantenerse siempre arraigado en esa espiritualidad sacerdotal tradicional construida sobre el único cimiento que no cede: una profunda unión con Cristo, alimentada en la eucaristía y en la oración sostenida.
Abierto a cualquier conversación
«Si tuviera que destacar algo de lo que yo he aprendido de José Ángel, sería su voluntad de mantener siempre abierta cualquier conversación. Nunca le escuché calificar otra opinión como errónea o desacertada. Su aproximación invariable era: ‘eso sí, pero esto otro también’, y en ese ‘esto también’ expresaba su posición. A veces su ‘esto también’ parecía a todas luces incompatible con el primer ‘eso sí’. Tal vez para los demás, pero no para José Ángel. Él era la expresión más perfecta del ‘y’ católico: del esto y lo otro, de una cosa y su contraria. Más allá de la lógica dificultad de integrar opuestos, su modo de aproximarse a las tensiones en la búsqueda de la verdad reflejaba una voluntad inquebrantable por mantener la unidad, abierta la comunicación, por evitar enfrentamientos con ruptura, un deseo constante de superar dificultades, de construir a partir de las divergencias, a partir de las tensiones inevitables. José Ángel las reconocía, pero nunca quería conceder a esas tensiones el poder de dividirnos, de separarnos. Esta es la mejor versión de la comunión católica».