Una «lectura creyente de la realidad» del mundo rural nos permite descubrirlo como un auténtico signo de los tiempos para la Iglesia, quien durante demasiado tiempo no le ha prestado la atención y acompañamiento que requería, por lo que debe pedirle perdón y acercarse al mundo rural con la mirada de Dios, que mira siempre a lo más débil, lo escucha e interviene. Es verdad que los agentes de pastoral rural somos pocos, viejos y cansados, pero desde ahí debemos ser Buena Noticia, porque Dios ha elegido la precariedad y la debilidad como camino de salvación. Tenemos que ser una Iglesia en salida que «primerea», se involucra, acompaña, fructifica y festeja en el mundo rural.
Para esta misión, se han de tener en cuenta, sobre todo, los siguientes aspectos: el contacto directo, personal, familiar y comunitario; la propia cultura rural; la religiosidad popular, como don y tarea al mismo tiempo; comunidades con entusiasmo apostólico y, finalmente, agentes de pastoral misioneros, abiertos la Espíritu.
La espiritualidad que acompañe la tarea apostólica en el medio rural ha de ser: de la fidelidad, no del éxito; de la confianza, no del optimismo; del servicio oscuro, no «del candelero»; del hacer sosegado, no de las prisas; de la sensibilidad hacia los pobres y no del paternalismo.
El mundo rural ha de ser visto desde la fe como una realidad rica y no carencial, es una aportación imprescindible para la Iglesia que quiere vivir desde la Ecología Integral. Ésta necesita de la espiritualidad del mundo rural, de una «espiritualidad ecológica integral», que ofrece: una contemplación agradecida de la creación y conciencia de la propia condición creatural; un reconocimiento del Misterio de Dios, de quien venimos y a quien nos dirigimos; un buen vivir para todo el mundo, un auténtico camino de liberación.
Una vez más, hay que ser conscientes de que no es posible responder al reto de la Ecología Integral sin el protagonismo del mundo rural y sin la espiritualidad que le acompaña e identifica.