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30.03.2010

El agradecimiento de la Diócesis de Bilbao a tu “amoris officium”

Hoy, sábado 10 de abril, se celebra en la catedral de Santiago, de Bilbao, a partir de las 12 del mediodía, la despedida oficial de mons. Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao durante los últimos quince años. Con ese motivo, su obispo auxiliar, mons. Mario Iceta Gabicagogeascoa, ha escrito el siguiente texto que, a continuación, reproducimos íntegramente.

En la medida en que vamos tomando conciencia del nuevo servicio pastoral que le ha sido encomendado a nuestro Obispo Don Ricardo, en todos los rincones de la Diócesis, como pequeñas lamparillas en el corazón de los fieles, brotan con sencillez y profundidad muchas expresiones de sentido agradecimiento: “Gracias Don Ricardo”. Esa misma sencillez y profundidad han sido dos notas características de tu ministerio. Esas lamparillas de los cristianos de nuestra Iglesia, ese agradecimiento personal que brota con emoción y ya con cierta nostalgia, configuran la acción de gracias de toda la Diócesis hacia quien ha sido su pastor durante quince años.
San Agustín describe el ministerio episcopal como un oficio de amor. Esta bella expresión toca el misterio profundo de la identidad y la misión del Obispo. Ha sido llamado a la sucesión apostólica por una elección amorosa del Señor para estar con Él y para ser enviado. Como afirma San Marcos: “subiendo al monte llamó a los que Él quiso, y fueron donde Él estaba. Y constituyó a doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con potestad de expulsar demonios” (Mc 3, 13-15).
Quienes hemos sido colaboradores cercanos de Don Ricardo, hemos percibido su amor profundo al Señor y a la Iglesia, y el amor entrañable a todos y cada uno que se manifiesta en el trato exquisito con toda persona, sin ningún tipo de distinción, y en el desempeño de todas las dimensiones del ministerio episcopal. Ha sido, además, un hombre de fe profunda fe y esperanza en la vida cotidiana. La meditación asidua de la Palabra en la comunión de la Iglesia lo ha constituido en testigo del Evangelio de Jesús, manifestado en su estilo de vida, en su predicación y en su abundante producción teológica. De palabra cálida y estilo sobrio, nos ha permitido descubrir el verdadero rostro de Dios, manifestado en Jesús, abriendo en nuestra mente y nuestro corazón un nuevo horizonte por donde trazar el camino que nos lleva a amar a Dios y a los hermanos, que nos capacita para es ser sal de la tierra y luz del mundo.
Ante las dificultades, las incomprensiones, las mezquindades y miserias, puedo afirmar que jamás he oído de su boca una queja, un reproche. Todo lo ha visto con los ojos de Dios y se ha asociado existencialmente al misterio de la Cruz. No en vano nos previno el Señor: “no es más el siervo que su Señor. Si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20). Ello demuestra de modo particular su grandeza de espíritu, que se trasluce en la sencillez, humildad y austeridad de vida.
“El Obispo, principio visible de unidad en su Iglesia, está llamado a edificar incesantemente la Iglesia particular en la comunión de todos sus miembros y de éstos con la Iglesia universal, vigilando para que los diversos dones y ministerios contribuyan a la común edificación de los creyentes y a la difusión del Evangelio” (Apostolorum successores, 8). El servicio a la comunión es uno de los más hermosos, pero también de los más delicados del ministerio episcopal. El ministerio de Don Ricardo ha prestado un servicio impagable a la comunión en nuestra Iglesia. Ha sido el Obispo de todos, fomentando los diversos carismas y ministerios que el Espíritu suscita en nuestra Iglesia, promoviendo las diversas sensibilidades, tendiendo puentes, reparando grietas, sosteniendo lo que estaba debilitado, alentando siempre el espíritu de comunión y fraternidad.
Esta unidad y comunión brotan del misterio Eucarístico, que es verdaderamente el sacramento de unidad y caridad. A pesar de la progresiva escasez del número de presbíteros de nuestra Diócesis, Don Ricardo ha procurado que las parroquias y comunidades estén atendidas del mejor modo posible, en la presidencia de la comunidad, la celebración de los sacramentos y el ministerio de la Palabra y la caridad. Ha querido atender siempre personalmente a sus presbíteros, mostrándoles entrañas de padre, hermano y amigo, atento con exquisita delicadeza y discreción a sus necesidades personales, materiales y espirituales. Ha cuidado del Seminario procurando una sólida formación en todos los aspectos a quienes han percibido la llamada del Señor al ministerio ordenado. Así mismo, ha instituido en la Diócesis el Diaconado Permanente, ha vivido en estrecha cercanía a los diversos carismas de la vida consagrada y ha seguido impulsando la corresponsabilidad de los seglares en el servicio de la Iglesia.
Atento siempre a las necesidades de nuestra sociedad y del mundo, de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y enfermos, ha promovido la acción sociocaritativa de la Iglesia en todos los ámbitos donde se han detectado carencias, desde una identidad netamente cristiana y, al mismo tiempo, desde la leal colaboración con las instituciones que se preocupan de la atención a los más necesitados. Esta atención integral a toda persona ha traspasado los confines de la Diócesis para hacerse presente en aquellas Iglesias hermanas de latitudes muy lejanas donde nuestro servicio misionero quiere continuar con fuerza y empeño renovados.
La promoción de la paz en nuestro pueblo, los continuos llamamientos a la erradicación del terrorismo y a la edificación de la verdad, la justicia, la fraternidad y la reconciliación en una sociedad tan compleja como la nuestra, así como la cercanía y atención esmerada a las víctimas, han sido aspectos fundamentales en su ministerio. Este trabajo infatigable a favor de la paz y la reconciliación, muchas veces no suficientemente conocido en su profundidad y por ello en algunas ocasiones malinterpretado, no ha estado exento de sacrificios y sufrimientos.
“Sed pastores del rebaño de Dios a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad, no como dominadores sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelo del rebaño.” (1 Pe 5, 2-3). Con estas palabras, San Pedro exhortaba a los ministros de las primeras comunidades. De ello hemos sido nosotros testigos en la vida de Don Ricardo. Continúa el apóstol afirmando: “Y cuando aparezca el Supremo Pastor recibiréis la corona de gloria que no se marchita” (1 Pe 5,4). Estamos seguros, querido Don Ricardo, que el Señor recompensará tu entrega abnegada y generosa. Nuestra Iglesia y todos nosotros te llevaremos siempre en lo profundo de nuestro corazón acompañado de nuestro agradecimiento. Cuenta siempre con nosotros. Desde la lejanía física que no del corazón, seguirás pidiendo al Padre por todos nosotros. Aquí tendrás siempre tu casa, abierta y dispuesta a acogerte, como Marta María y Lázaro acogían al Señor para ser su descanso. Bihotz bihotzez, Don Ricardo, gure Artzain On, eskerrik asko.