24-12-2024 Martes, semana - adviento
Bizkeliza 5 Portada 5 Festividad de la familia en la catedral
25.12.2008

Festividad de la familia en la catedral

El obispo de Bilbao, mons. Ricardo Blázquez, ha hecho pública hoy la homilía que, con motivo de celebración de la Sagrada Familia, pronunciará en la misa que presidirá el próximo domingo 28, en la catedral de Bilbao, a las doce del mediodía. A continuación reproducimos el texto en su integridad.

Queridos hermanos y hermanas:

    En Navidad hemos celebrado el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. María dio a luz a su Hijo en un establo de Belén y lo recostó en un pesebre. La luz como realidad y como símbolo es un rasgo muy socorrido y elocuente en estas fiestas: desde el cielo en la noche de la historia la Luz eterna de Dios nos ha iluminado; nace cuando la luz del sol comienza a ascender venciendo la oscuridad de la noche más larga; el Hijo de Dios ha “encendido su carne como una lámpara” para revelarnos a Dios y su amor a los hombres (San Gregorio Nacianceno); como tenemos experiencia de oscuridades y confusiones en el corazón, también podemos tener vivencias de la luz que brilla en el espíritu. Las fiestas de Navidad tocan fibras muy íntimas en forma de recuerdo y nostalgia, en forma de gozo y de paz, en forma de esperanza y de amor. La bondad de Dios al enviarnos a su Hijo suscita en nosotros signos de bondad y ansias de hacer el bien.

1.- Jesús perdido y hallado en el templo

    En el marco litúrgico de la Navidad celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, que es modelo de toda familia cristiana. El Evangelio, que hemos escuchado, narra la visita de Jesús al templo de Jerusalén a los doce años, acompañado por sus padres. El punto esencial del episodio es la afirmación implícita en la pregunta de Jesús: “¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Jesús muestra una misteriosa vinculación con el Padre. La obediencia del Hijo a Dios trasciende los lazos del amor filial y del acatamiento a María y José. Si anteriormente habían mostrado la identidad de Jesús el ángel Gabriel, los pastores, Simeón y Ana, ahora Jesús manifiesta su verdadera personalidad, revela «a sus padres en qué consiste su relación con Dios, es decir, su condición de “Hijo”, obediente a la voluntad de su “Padre”» (Joseph A. Fitzmyer, El Evangelio según Lucas II, Madrid 1987, p. 274). “Ellos no comprendieron lo que les dijo” (v. 50). Pero María, mujer creyente y reflexiva, dio paso en sus sentimientos maternales a la misteriosa vinculación de su Hijo con el Padre Dios (cf. Lc 1, 51; 8, 19,21; 11, 27-28).

    Los padres de Jesús transparentan la religiosidad judía y la fidelidad a la ley al incorporar al niño Jesús al pueblo de Israel por la circuncisión (cf. Lc 2, 22-38) y ahora al acompañarlo ya adolescente para la celebración de la Pascua (cf. Lc 2, 42-49). Podemos decir que Jesús es iniciado por María y José en la vida religiosa de Israel. En el hogar de Nazaret aprendió a andar, a balbucir las palabras, a hablar, a rezar, a frecuentar la sinagoga, a tomar parte en la peregrinación al templo de Jerusalén. Después del asombro vivido en el templo, Jesús “bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 51-52). Jesús nació y creció en la familia de Nazaret. ¡Que María y José acompañen a los padres en la tarea ilusionada y a veces difícil de educar humana y religiosamente a los hijos! La educación prolonga el nacimiento de los hijos, que son un regalo de Dios y un encargo precioso confiado a vuestro cuidado y responsabilidad, queridos padres.

2.- Trascendencia de la familia

    Cuando hablamos de la familia no podemos atenernos sólo a los datos sociológicos, ya que cada uno de nosotros estamos íntimamente unidos a ella, formando parte de una familia. Si hoy la Iglesia celebra particularmente la fiesta de la Sagrada Familia, lo hace con la mirada puesta en nuestras familias para agradecerles su misión, para felicitarlas por su amor y fidelidad, para gozarse con sus alegrías y participar en sus dificultades, unas padecidas desde su interior y otras infligidas desde el ambiente cultural y desde algunas leyes. La situación actual de la familia es una realidad cercana que nos afecta profundamente, ya que todos conocemos amigos y familiares que sufren. Tenemos grabados sus nombres, sus rostros y su historia concreta. Estamos convencidos de que algo no va bien, de que la familia necesita una atención singular. A nadie queremos acusar, sino acercarnos atenta y amablemente a sus preocupaciones. Nos acercamos para escucharla, animarla, curar heridas, hacernos eco de sus necesidades, diagnosticar enfermedades y proponer a la luz de la fe cristiana vías de esperanza. Queremos unir al tratar estas cuestiones la luz de la razón, la gracia del Evangelio y el calor del corazón. Buscamos la verdad y el amor con respeto y misericordia.

    El matrimonio para nosotros es sacramento e institución de la naturaleza y de la humanidad. Por la fe sabemos que el amor de los esposos cristianos es asumido en la alianza de Dios con la humanidad en Jesucristo; el amor entre los esposos es sellado por Dios que los acompañará fielmente. Los cónyuges son reflejo del amor fecundo, fiel y entregado de Jesucristo a su Iglesia y de la Iglesia al Señor. Posee el sacramento del matrimonio un calado tan sublime que lo convierte en una excelente vocación cristiana. Los esposos cristianos y sus familias son insustituibles en la misión de la Iglesia.

    Con todos los hombres, argumentando cada uno desde sus convicciones, podemos converger en lo que es y debe ser el matrimonio, como fundamento de la familia normal, a saber, la unión estable por amor de un varón y de una mujer para su mutua complementariedad y para la transmisión de la vida y la educación de los hijos. Matrimonio y familia son pilares insustituibles de la sociedad, de modo que se puede inferir desde la salud humana, social y moral de la familia la salud, el futuro y la esperanza de la sociedad. Sin el cimiento de la familia la persona, la sociedad y la Iglesia se agrietan y se oscurece el futuro. Merece la pena echar el resto y hacer todos los esfuerzos posibles para cuidar y promover estas realidades básicas en el presente y de cara al futuro.

    Quien dice niño dice futuro, dice esperanza. Quien dice vida en gestación dice esperanza, como recuerda la bella expresión acuñada por nuestra lengua: Una mujer encinta significa una mujer “en estado de buena esperanza”. “El origen de la vida humana tiene su auténtico contexto en el matrimonio y la familia, donde es generada por medio de un acto de amor entre el hombre y la mujer” (Instrucción Dignitas personae, 6 del día 8 de septiembre de 2008); la persona humana es engendrada, no fabricada. El matrimonio es el ámbito adecuado a la dignidad de la persona para ser concebida, ser gestada y recibida, ser criada, educada e iniciada en la vida. Por este motivo el futuro y la esperanza de la sociedad pasa por la familia. Siendo tan fundamental la familia, ¿no está aquejada de debilidades, desconciertos, inquietudes, sufrimientos, graves acosos, serios peligros? Hemos de reconocer que en los últimos tiempos, en nuestro país como en otros de nuestro entorno cultural, las preocupaciones sobre el matrimonio y la familia se han acrecentado mucho.

3.- Matrimonio y familia hoy

    En todas las cultura, en todos los pueblos y a lo largo de la historia el matrimonio es la unión del varón y de la mujer. Deseamos vivamente que podamos volver pronto en nuestro país a superar la desfiguración sustancial que significa llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo. ¿No es una pérdida lexicográfica y sobre todo humana el que en el Código hayan sido suprimidas las palabras “padre” y “madre”, o en euskera “aita” y “ama”?

    Es verdad que en nuestro ambiente resulta bastante costosa la perseverancia en los compromisos vitales, y a veces incluso se experimenta una renuencia a asumirlos, lo cual ha llevado entre otras consecuencias  a multiplicar las rupturas matrimoniales; pero a la vista del crecimiento muy preocupante del número de divorcios después de la aprobación de la ley del llamado “divorcio exprés” es fácil deducir que, inclinando más la pendiente inserta en nuestra cultura, dicha ley ha significado un duro golpe a la estabilidad del matrimonio. La unión perseverante de los esposos es un bien precioso que la educación, la cultura en general, los medios de comunicación, la legislación y el ambiente social deben favorecer. Las rupturas suponen un enorme sufrimiento de los esposos, de sus familias y particularmente de los hijos, por más que se intenten reducir sus efectos y paliar el déficit de los padres unidos. Si el sentido de este dinamismo no cambia, cada día habrá más víctimas y más preocupante será el futuro de la sociedad.

    Es manifiesta la dificultad para conciliar profesión y familia, lo cual repercute en la salud de los esposos, en la vida matrimonial, en el cuidado personal y la educación de los hijos. Aunque se vayan adoptando algunas soluciones y los familiares echen una mano, no se puede dar por resuelto este importante problema, sentido particularmente por los hijos, ya que la presencia de los padres en estas edades es fundamental e insustituible. En ocasiones las familias sufren por estrecheces económicas, por enfermedades, por dificultades en la educación de los hijos; y actualmente la crisis económica golpea a los más débiles y vulnerables, como recordamos en el mensaje de Navidad. La pérdida del trabajo, que si es prolongada incide gravemente en la autoestima de las personas que sufren como una especie de apagón de la esperanza y oscurece el horizonte de la familia, debe suscitar en nosotros una solidaridad afectiva y real, movernos a adoptar un estilo de vida sencillo, sobrio y desprendido en consonancia con las fiestas de Navidad. La misma persona gana en calidad si se abre al clamor de los necesitados que le trae ecos del mismo Dios. Dado que la presencia de la familia es decisiva en los acontecimientos de fiesta y de aflicción, de enfermedad y de indigencia, de vida y de muerte, sería una irresponsabilidad debilitarla por escasez de ayudas y de apoyos, lo cual repercutiría negativamente para ofrecer su inestimable colaboración en situaciones de crisis.

    La tasa de natalidad es muy baja entre nosotros, de modo que nuestros países están envejeciendo no sólo por la expectativa de vida más alta, que es un logro saludable, sino particularmente por el escaso número de hijos. ¿Hay miedo a transmitir la vida? ¿Hay esperanza menguada en el futuro? ¿Hay resistencia a poner en riesgo el nivel de bienestar y de satisfacción alcanzado? ¿No advertimos que esto es un círculo vicioso, y cada vez más vicioso? Por esto son admirables testigos del amor a la vida y a las personas los matrimonios que adoptan niños, sacrificando su comodidad y arriesgando su futuro personal uniéndolo al de los hijos.

    Aunque por desgracia se repitan las noticias, no dejan de producir consternación los asesinatos de esposas por sus esposos, que con frecuencia a continuación se suicidan. ¿Cómo es posible que el ámbito del amor más íntimo se convierta en lugar de humillaciones, de sufrimientos indecibles, de vidas cerradas a la esperanza y a veces hasta de asesinatos? Bienvenidas las leyes y disposiciones razonables; pero en todas estas cuestiones existe un problema moral que sólo con motivaciones altas puede ser resuelto en la misma raíz.

    4.- De un corazón duro a un corazón compasivo

        Jesús en el Evangelio nos enseña dónde está el origen de las rupturas, a saber en la “dureza del corazón” (cf. Mc 10, 5), y por consiguiente en un corazón nuevo y compasivo está el origen de la unidad en el amor perseverante y fiel. Esto desearon los esposos el día de su matrimonio; y el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos es el amor de sus padres unidos. Se puede constatar cómo metidos los esposos en una espiral de acusaciones, desprecios, reproches y discusiones sin fin, es muy  difícil dar marcha atrás por la “dureza del corazón”, ya que nos aferramos al propio punto de vista siendo ciegos para tener en cuenta otras razones. Si no se adopta otra perspectiva, otras actitudes propias de un corazón compasivo es muy difícil frenar en la pendiente de la ruptura de la unidad y del agostamiento del amor. San Pablo nos recuerda en qué consiste el corazón compasivo que debe vencer al corazón endurecido: “Revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta” (Col 3, 12-14). En el camino del matrimonio y de la familia, como en todos los caminos, habrá pruebas y dificultades; las pruebas, si se aceptan con sabiduría y magnanimidad, purifican el amor, hacen madurar a las personas y fortalecen la unidad.

    Queridos amigos, en esta fiesta de la Sagrada Familia pidamos a Dios que cuide a nuestras familias. ¡Que descubramos todos la grandeza de su vocación y misión! ¡Que nunca se agote el amor, que es fuente de alegría, de sacrificio por las personas amadas, de paz y de esperanza! ¡Santa María, ven con nosotros al caminar! ¡San José, ruega por nosotros!

    Bilbao, 28 de diciembre de 2008. Fiesta de la Sagrada Familia.

Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao