En la primera sesión, llevada a cabo ayer, se contó con la intervención de Raúl Flores, Enrique Lluch e Ignacio Urquizu, que realizaron un primer acercamiento a la realidad, partiendo de la toma de conciencia de la enorme complejidad del fenómeno. Los ponentes describieron las riquezas del mundo rural: fuente de los recursos alimenticios y las materias primas; espacio de conservación del medio natural y su paisaje; que requiere una gran interdependencia de las personas con la consecuente implicación y compromiso con la vida social; ofrece una identidad y enraizamiento fuertes; genera una cultura propia en la que la conexión -vínculo sagrado- con la naturaleza ocupa un papel central; así como las pobrezas del mundo rural: despoblación, envejecimiento, masculinización, brecha digital, falta de servicios, pobreza económica y exclusión social, que llevan todas ellas a una gran «desesperanza».
En la sesión también se expusieron los tres grandes factores que más influyen en la configuración de esta realidad: las políticas públicas (los problemas actuales del medio rural proceden en gran parte de las políticas públicas erróneas de los años sesenta en comunicaciones e industrialización); el paradigma economicista de la sociedad (que busca la maximización del beneficio económico como criterio primero y casi exclusivo) y la mentalidad de las personas (apuesta por el tener frente a ser; búsqueda de la comodidad material; valoración del éxito social, el activismo y la eficacia; privatización…).
Para finalizar, explican que, en este contexto, a la Iglesia le corresponde el enorme reto de reconocer la diversidad y peculiaridad del mundo rural; asumir la aceleración temporal de los cambios y analizar críticamente los criterios de su presencia/ausencia (muchas veces, por desgracia, son los mismos que los de la sociedad, abandonando la atención y acompañamiento de comunidades pequeñas, pobres, alejadas… porque no es rentable, no merece la pena…)