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22.11.2023

Gogoeta. Ministerio ordenado y sinodalidad

El camino sinodal es una nueva oportunidad para que el ministerio ordenado descubra cuál es su lugar propio en la Iglesia. Algunos ministros ordenados, sin embargo, lo sienten como una amenaza.

Alguien ha escrito que, tal vez, ha quedado ya algo obsoleta la afirmación de Ortega y Gasset en la que decía que “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa” y, por ello, haya llegado el momento de decir que “lo que nos pasa es que nos sabemos quiénes somos aquellos a quienes nos pasa lo que nos pasa”. Si resulta que hay algo de verdad en este juicio, se puede decir que, especialmente, es aplicable a los ministros ordenados en el contexto de una iglesia sinodal.

Necesitamos comprender las razones de la resistencia a la sinodalidad de algunos de los ministros ordenados” recogía el informe de síntesis de la primera Asamblea General del Sínodo celebrada este pasado mes de octubre de 2023. Un año antes, la Congregación para el Clero daba una pista para entender esas resistencias cuando afirmaba que, entre algunos sacerdotes, puede surgir el temor consistente en preguntarse que “si se pone tanto énfasis en el sacerdocio común de los bautizados y en el sensus fidei ¿qué será de nuestro papel como líderes y de nuestra identidad específica como ministros ordenados?”.

La implicación de los ministros ordenados en el proceso de sinodalidad que se está desarrollando en la Iglesia es necesaria en la medida en que esa misma sinodalidad hace emerger, de una forma nueva, el carisma especial de los ministros ordenados para servir, santificar y animar al Pueblo de Dios. La Sinodalidad no es la disolución del ministerio ordenado si no que, como dimensión constitutiva de la Iglesia, es la que nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico (Papa Francisco).

Comunión, participación y misión son las tres palabras que el Papa Francisco ha ofrecido como palabras clave del camino sinodal. También estás tres palabras pueden resultar clave para que el ministerio ordenado pueda discernir cuál es su lugar propio en la Iglesia sinodal. Cada una de ellas se puede poner en relación, a su vez, con uno de estos tres verbos: servir, escuchar y animar.

Comunión- Servir.

Francisco nos ofrece la mejor de las imágenes para comprender el papel del ministerio ordenado en la perspectiva teológica de comunión que desarrolla la sinodalidad: la de una pirámide invertida en la que la cima se encuentra debajo de la base, por eso, quienes ejercen la autoridad se llaman “ministros”: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. No lo olvidemos. Para los discípulos de Jesús, ayer, hoy y siempre, la única autoridad es la autoridad del servicio, el único poder es el poder la cruz.

Por ello la actitud de quienes han recibido el don del ministerio ha de ser la de servicio al Pueblo de Dios a ellos encomendado y del también forman parte.

La Eucaristía, en cuyo contexto Jesús lavó los pies a sus discípulos, es el acontecimiento privilegiado de comunión en la Iglesia, «“Caminar juntos” solo es posible sobre la base de la escucha comunitaria de la Palabra y de la celebración de la Eucaristía” (Informe final de la Asamblea General del Sínodo); para que las palabras que pronunciamos en la consagración, “esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, no se conviertan en un puro teatro sino que signifiquen la verdad de lo que hacemos debemos entregar nuestras vidas en favor de nuestros hermanos. La comunión que nos constituye se realiza en la Eucaristía, necesita del sacerdote y que este se “entregue en servicio de sus hermanos y hermanas”, especialmente de los más pobres. No puede, en verdad, creerse que la pobreza de un trozo de pan y algo de vino se transforme verdaderamente en el Cuerpo y Sangre de Cristo si no somos capaces de servir a ese mismo Cristo que se nos muestra en la pobreza de tantos cuerpos dolientes y abandonados.

Participación – Escuchar.

Ser constituido como Pueblo de Dios es una llamada a tomarnos en serio lo que somos. De nuevo es el Papa Francisco quien nos ayuda, con palabras claras, a concretar esta realidad diciéndonos que todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia y recordando también a los pastores que, como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia no han de tener miedo a disponerse a la escucha de la grey a ellos confiada: la consulta al Pueblo de Dios no implica que se asuman dentro de la Iglesia los dinamismos de la democracia radicados en el principio de mayoría, porqué en la base de la participación en cada proceso sinodal está la pasión compartida por la común misión de evangelización y no la representación de intereses en conflicto”(Papa Francisco).

La narración de la polémica sobre cuál es el primer mandamiento de la Ley de Dios nos presenta a un Jesús que comienza diciendo: “Escucha, Israel”. Escuchar a Dios, su Palabra; escuchar al Pueblo de Dios, articulando o utilizando los medios de participación más convenientes; escuchar con atención las angustias de nuestros hermanos; escuchar a los matrimonios y sus problemas; a las familias con sus conflictos internos y sus dificultades para vivir la fe; escuchar a los enfermos y a los que nadie escucha; escuchar a nuestros hermanos en el ministerio ordenado; escuchar en el sacramento del perdón cuya celebración tantas veces hemos convertido en un acto en el que hablamos mucho y escuchamos poco o nada; escuchar siempre, escuchar sin prisas y sin descanso; escuchar, aunque para ello tengamos que dejar de lado tareas y preocupaciones que otros hacen mejor que nosotros. Escuchar, en definitiva, debería convertirse en nuestra primera obligación. Antes, incluso, que la de recordar a nuestros hermanos cuáles son los mandamientos más importantes.

Misión- Animar.
Es en Evangelii Gaudium donde Francisco nos dice “la comunidad evangelizadora (…) sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”.

“La Iglesia entera es misionera, la obra de la evangelización es un deber fundamental del Pueblo de Dios” proclama el Concilio Vaticano II. En esa llamada universal a la evangelización, los pastores han sido escogidos para “animar sin cesar a esta comunidad reunida en torno a Cristo siguiendo las líneas de su vocación más íntima” (Evangelii Nuntiandi). El ministerio ordenado está llamado a animar la acción misionera de la Iglesia, a imaginar nuevos métodos, nuevos lugares, nuevos horarios, aunque estos coincidan con nuestro tiempo de descanso, nuevos horizontes en los que anunciar que el Reino de Dios “está en medio de nosotros”. Deberíamos preguntarnos si somos animadores de la misión o, más bien, bajo el pretexto de que “eso ya se ha hecho aquí”, “esto no funcionará aquí” o “no es nuestra tradición” frenamos la iniciativa del Pueblo de Dios en su misión evangelizadora.

Entender que el ministerio ordenado tiene un papel propio en la Iglesia sinodal que se abre camino no es defender un estatus privilegiado sino todo lo contrario. Es defender al Pueblo de Dios convocado por el Señor y que, como pastores, se nos ha encomendado. No ser capaces de discernir quienes somos tendrá como consecuencia trágica también la falta de identidad del Pueblo de Dios y con ella su desorientación. El camino sinodal es imparable, el ministerio ordenado no puede quedarse al margen, hacerlo significaría quedarnos al margen de la iglesia, apartados de quienes tenemos que acompañar y esperan de nosotros, tal vez ahora más que nunca, que no los abandonemos.