La primera homilía del año del obispo de Bilbao se centró en el testimonio de una madre a la que el ISIS decapitó a su hijo y que tras perdonar a sus asesinos acompaña a niños y niñas refugiados. Un recuerdo al papa emérito Benedicto XVI y a la mujer asesinada por su pareja, en Bilbao, fueron otras menciones que realizó el prelado. Comenzó su reflexión agradeciendo a la Amatxu de Begoña.
Recogemos aquí sus palabras:
«Nos reunimos para celebrar en comunidad el año nuevo en este hogar que es nuestro, porque la Amatxu de Begoña lo hace abierto a todos. Esa Amatxu de Begoña que hoy veneramos como madre de Dios. Este sí que es un título a la vez maravilloso y a la vez increíble. Estoy contento de poder compartir con vosotros esta celebración de inicio de año. Recordamos también a todos los que desde sus hogares participan en la Eucaristía a través de la televisión y de otros medios.
Entramos cada año todavía con la memoria fresca de lo que hemos vivido en el año anterior. Permitidme compartir con vosotros algo que escuché recientemente. Una historia de hace ya algún tiempo, pero que tuve ocasión de conocer hace solo unos días. En 2016, tras uno de los episodios más duros de la guerra de Irak, que se prolonga ya varias décadas, un sacerdote llegó a Mosul, donde los yihadistas radicales había proclamado dos años antes, en 2014, el califato islámico.
Una historia de vida creyente en Mosul
Su intención era visitar un campo de refugiados establecido y sostenido por la Iglesia Católica. Hogar forzoso para mucha gente que se había quedado sin casa y sin referencias para poder retomar su vida. Así, en el campo, gracias a Dios, parece que la cosa en esos momentos estaba limpia, ordenada y, por aquellas fechas ya parecía ser un hogar seguro y pacífico. En un momento de aquella visita, el director del campamento le dijo al sacerdote: Me gustaría que conozcas a una mujer especial. Llegaron donde vivía ésta mujer allí en el campo, que en realidad era un remolque viejo. Los visitantes entraron en el remolque- vivienda y allí se encontraron a una señora vestida de negro. El director del campamento le pidió que enseñara al visitante unas fotos. La mujer sacó tres fotos de un cofre.
La primera, era de una mujer joven con un niño en brazos. El sacerdote tuvo la impresión de que se trataba de la misma mujer unos años antes. La segunda, representaba a un joven de aproximadamente 25 años que estaba vestido de uniforme militar. Finamente, en la tercera aparecía un cuerpo cubierto con una sábana ensangrentada. El sacerdote le preguntó a la mujer ¿Puedes explicar quiénes son estas personas que aparecen en las fotos? Ella respondió que las tres fotos eran de la misma persona: de su hijo. En la primera foto le tengo en brazos el día de su bautismo. La segunda, está tomada hace unos ocho meses, con su uniforme militar del ejército del Kurdistán. En la tercera, mi hijo está muerto después de que los yihadistas del Isis le cortaran la cabeza.
El director del campo le dijo entonces ¿quieres contarle el resto de la historia a nuestro visitante? Ella accedió y le contó que residía en Mosul en un momento en el que había una terrible guerra en torno a la ciudad. Su hijo llegó un día para intentar sacarla, pero los militares islámicos le descubrieron. Le detuvieron y delante de su madre le decapitaron. Tras acabar con su vida de esta forma, los mismos que habían acabado con la vida de su hijo, preguntaron a su madre desconsolada: oye tú crees en Jesús, ¿verdad? pues ahora tienes que perdonarnos, porque Jesús dijo: perdona a tus enemigos. La madre dirigiéndose al sacerdote visitante le dijo, pues sí. Me ha costado, pero les he podido perdonar porque me he dado cuenta de que el rencor y la violencia son absurdos y solo sirven para alimentar más rencor y más violencia. Tenía que perdonarles.
Una mujer, ejemplo en un campo de refugiados
Esta mujer, héroe de aquella guerra, cuya historia representa la de muchas mujeres y a la de muchos hijos afectados entonces por guerras pasadas y hoy por guerras presentes, no solo perdonó, sino que recondujo la fuerza de su amor maternal y, en vez de encerrarse en su dolor, fue capaz de convertirse en una especie de matriarca en aquel campo de refugiados, en una líder espiritual, porque asumió, bajo su responsabilidad, el cuidado de los niños que habían perdido a sus padres en la guerra. Ella perdió un hijo, pero fue madre de muchos. Cuidaba de los niños católicos, de los niños ortodoxos y, por qué no también de los niños musulmanes.
Una madre que ve morir a sus hijos, una muerte que es fuente de perdón y de reconciliación. Seguro que esto os recuerda también a alguna otra historia, porque en este 1 de enero, además de celebrar a la madre de Dios, también celebramos el día de la Jornada Mundial por la paz. Y, por cierto, no lo he dicho, ¿Cuál era el nombre de aquella mujer iraquí? Casualmente se llamaba María. Recordemos aquellas tres fotos y enseguida nos vienen a la imaginación otras tres imágenes de esta otra María que nos convoca hoy aquí; María en el portal de Belén, contenta con su hijo en brazos, recién nacido. María, acompañando a Jesús en su vida pública y María en el descendimiento, ayudando a envolver el cuerpo de Cristo en una sábana sangrante para llevarlo a enterrar.
Recuerdo a la mujer asesinada en Bilbao
En este 1 de enero, pedimos una paz anunciada por los pastores de Belén, qué difícil es lograrla y mantenerla aquí en este mundo como lo demuestran las innumerables e interminables guerras y conflictos de todo tipo que hacen sufrir a tantas madres, a tantas familias, a tanto hijos e hijas. Qué fácil es que la paz de nuestros hogares se rompa, a veces con resultados trágicos como el caso de esta mujer asesinada recientemente, hace dos días por su pareja, aquí en Bilbao.
El niño en brazos de la Amatxu de Begoña nos anima a perdonar, a sanar corazones afligidos y a trabajar por la paz. Como aquella otra María en el campo de refugiados se preocupa por las víctimas, María, la Madre de Dios que celebramos hoy, se preocupa por todos los que seguimos luchando en esta vida y es que para demasiadas personas y demasiadas veces todavía esta existencia sigue siendo un valle de lágrimas. Cristo, príncipe de la paz y María, reina de la paz, hoy nos acogemos a vuestra protección con confianza. Todos los aquí presentes y todas aquellas personas que nos siguen los medios de comunicación, que María nos dé un Año Nuevo bendecido».