En el Retiro, se presentaron aspectos medulares de ambos temas:
El centro de la conversión es el amor de Dios. Dios es misericordioso y quiere perdonar al que peca para que viva. Pero Dios no violenta nuestra voluntad, ni nos impone su perdón. La conversión ha de ser una actitud permanente en la vida del creyente. Somos invitados e invitadas a ser siempre agentes de paz, a cultivar la espiritualidad del cuidado tanto físico como mental. La auténtica conversión debe traducirse en gestos concretos.
La reconciliación es un encuentro a-tres: Dios-sujeto penitente-la Iglesia. Perdonar es mucho más que olvidar una ofensa. Estamos llamados y llamadas a derribar muros que excluyen, dividen y marginan. En su lugar, ser constructores de puentes, que unen, suman y reconcilian. Per-donar es el don por excelencia. Un acto de amor.
Perdonar no es un “evento”, con fecha y hora de inicio y terminación; es, sobre todo, un “proceso”, un camino siempre abierto. Hay que respetar los tiempos de cada persona. Aunque difícil, el primer paso para la reconciliación lo tiene que dar el ofendido, no el que ha producido la ofensa.
Hubo espacio para la meditación personal y breve puesta en común.