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16.10.2007

Carta Pastoral del obispo de Bilbao ante las beatificaciones del 28 de octubre

El Obispo de Bilbao ha escrito una carta pastoral con motivo de la beatificación de 498 mártires que murieron en el marco de la Guerra Civil. Entre ellos se encuentran 19 hombres y mujeres nacidos en nuestra diócesis, que pertenecieron a diversos institutos de vida consagrada y fueron muertos en los años 1936-37.

En su carta Monseñor Blázquez insiste en que “los mártires no son beatificados contra nadie ni para reabrir heridas”. En ese sentido, afirma que “no se busca, en absoluto, atizar resentimientos, sino glorificar la gracia de Dios que sacó fuerza de la debilidad de los hombres, conservar la memoria evangélica de unos hermanos y hermanas en la fe, y acoger la exhortación al amor, al respeto y a la paz que su vida y su muerte nos dirigen”.

Indica cómo se va a proceder en nuestra Diócesis ante estas beatificaciones: en primer lugar, a las parroquias de origen de los 19 nacidos en nuestra tierra se enviará un apoyo litúrgico para el domingo, día 28, que incluya una breve reseña de quien va a ser beatificado; y, en segundo lugar, el sábado, día 3 de noviembre, a las 7,30 de la tarde, se celebrará una eucaristía de acción de gracias en la catedral de Santiago.

A continuación se reproduce el contenido completo de la mencionada carta:

Carta Pastoral con motivo de la beatificación

de mártires del siglo XX

El próximo día 28 de octubre van a ser beatificados en Roma 498 mártires. Dieron testimonio de su fe durante su vida y en el momento en que les era arrebatada, en el marco de la lucha fratricida que asoló nuestro país. Muchos de ellos murieron perdonando a quienes les iban a matar.

Entre ellos se encuentran 19 hombres y mujeres nacidos en nuestra diócesis, que pertenecieron a diversos institutos de vida consagrada y fueron matados en los años 1936-37:

Antonio María Arriaga Anduiza, agustino, de Busturia, muerto a los 32 años en Madrid.

Santiago Arriaga Arrien, trinitario, de Rigoitia, muerto a los 32 años en Cuenca.

Manuela Arriola Uranga, adoratriz, de Ondárroa, muerta a los 44 años en Madrid.

Pedro Artolozaga Mellique, salesiano, de Erandio, muerto a los 23 años en la carretera de Madrid a Andalucía

Vicente Atxurra Gogenola, carmelita misionera, de Berriatúa, muerta a los 46 años en La Arrabassada (Barcelona).

José María Azurmendi Larrínaga, franciscano, de Durango, muerto a los 66 años en Azuaga, (Badajoz).

Los hermanos Félix y Luis Echevarría Gorostiaga, franciscanos de Zeanuri, muertos a los 43 y 41 años respectivamente años en Azuaga (Badajoz).

Luis Erdoiza Zamalloa, trinitario, de Amorebieta, muerto a los 45 años en Cuenca.

Prudencio Gerekiz Gezuraga, trinitario, de Rigoitia, muerto a los 53 años en Andújar.

María Dolores Hernández Santorcuato, religiosa adoratriz, de Bilbao, muerta a los 25 años en Madrid.

María Prima Ipiña Malzarraga, adoratriz, de Orozco, muerta a los 48 años en Madrid.

Miguel Iturrarán Lauzirika, agustino, de Markina, muerto a los 18 años en Paracuellos de Jarama.

Cristóbal Iturriaga-Etxebarria Irazola, dominico, de Abadiño, muerto a los 21 años en Langreo (Asturias).

Juan Mendibelzua Ocerin, dominico, de Bilbao, muerto a los 57 años en Paracuellos de Jarama (Madrid).

Gabino Olaso Zabala, agustino, de Abadiño, muerto a los 67 años en Fuente la Higuera (Valencia).

José Vicente Ormaetxea Apoitia, trinitario, de Nabarniz, muerto a los 56 años en Villanueva del Arzobispo.

Juan Otazua Madariaga, trinitario, de Rigoitia, muerto a los 42 años en Mancha Real (Jaén).

Miguel Zarragua Iturrizaga, franciscano de Yurreta, muerto a los 66 años en Azuaga (Badajoz).

     Estos testigos de la fe manifiestan también una situación en que floreció muy abundantemente entre nosotros la vocación a la vida consagrada, de modo que hubo posibilidad de servir en comunidades religiosas de otros lugares.

     De entre los nuevos beatos el único que padeció martirio en Bilbao es el salesiano Antonio Cid, nacido en Galicia, y recién llegado acá huyendo de la persecución de Santander.

     ¿Quién es un mártir cristiano? La Iglesia beatificará, es decir, declarará con su autoridad apostólica que son mártires quienes por amor a Jesucristo padecieron la muerte infligida por perseguidores de la fe cristiana. Son testigos magníficos del Señor, que con su muerte sellaron definitivamente su vida, configurándola con la de Cristo. Al igual que El, entregaron sin resistencia la vida a quienes se la arrancaban violentamente, confiando que la ponían en manos de Dios, origen y meta de su existencia. Por eso, desde los comienzos de la Iglesia, los mártires han suscitado la alabanza a Dios y la admiración de creyentes y no creyentes. También hoy estos 498 mártires, particularmente los nacidos en nuestra Iglesia diocesana, son para nosotros motivo de gozo y agradecimiento.

     No se excluye que otros discípulos de Jesús, muertos en situaciones semejantes, puedan ser beatificados en el futuro. De éstos 498 hace mucho tiempo se incoó el proceso, que después de indagaciones concienzudas realizadas en cada caso, ha concluido con la solemne celebración del día 28.

     No se deben confundir los mártires “con los soldados, caídos en los campos de batalla, porque luchaban unos contra otros, ni con las víctimas de la represión política, que fue implacable en la retaguardia” (V. Cárcel Ortí). Todos los muertos merecen nuestro respeto.

     Los mártires, situados ante la alternativa, no buscada ni provocada por ellos, de renegar de la fe cristiana y así salvar la vida o mantener la adhesión personal a Jesucristo y así perderla, eligieron con una grandeza moral admirable ofrecer su vida a Dios. Como dice el Evangelio, perdieron la vida temporal y recibieron la eterna (cf. Mc 8,35). Los mártires manifiestan la fuerza de Dios en la debilidad humana. Son ejemplo elocuente de la importancia que tiene la fe y el amor a Dios (cf. Jn 15,13). No renegaron de sus convicciones más hondas ni siquiera para continuar viviendo; esta firmeza no fue por terquedad sino por fidelidad a Dios. Su muerte fue como un crisol que mostró fehacientemente lo que realmente había en su corazón.

     Estos mártires, tan cercanos a nosotros, son un aldabonazo fuerte para que descubramos la trascendencia de Dios en la existencia y para que vivamos valientemente la fe, aunque las condiciones sean a veces duras. Al considerar cómo hermanos nuestros han seguido a Jesucristo hasta el límite, hasta derramar su sangre, debemos despertar del sopor en que a veces dormitamos y sacudir los acomodos fáciles que nos debilitan y oscurecen el testimonio del Evangelio. La sangre de los mártires que ha regado nuestras raíces no puede dejar de ser fecunda en nuestras Iglesias. Los mártires, que murieron perdonando, nos invitan a buscar los caminos de la reconciliación por el amor y el perdón. La curación del corazón no viene por el deseo de venganza sino por la gracia de la misericordia. La sangre de Jesús derramada desde la cruz pidió perdón para quienes lo habían condenado, hablando así mejor que la sangre de Abel, que clamaba venganza (cf. Heb 12,24). Los mártires no son beatificados contra nadie ni para reabrir heridas. No se busca, en absoluto, atizar resentimientos, sino glorificar la gracia de Dios que sacó fuerza de la debilidad de los hombres, conservar la memoria evangélica de unos hermanos y hermanas en la fe, y acoger la exhortación al amor, al respeto y a la paz que su vida y su muerte nos dirigen.

Ante las próximas beatificaciones procederemos en nuestra diócesis de la manera siguiente:

•     La presencia en la ceremonia de beatificación en Roma está siendo coordinada por las congregaciones religiosas arriba citadas. El Consejo Diocesano de Religiosos se encarga de ofrecer la información necesaria para contactar con ellas.

•     A las parroquias de origen de los 19 citados anteriormente se enviará un apoyo litúrgico para el domingo, día 28, que incluya una breve biografía de quien va a ser beatificado.

•     El sábado, día 3 de noviembre, a las 7,30 de la tarde, se celebrará una eucaristía de acción de gracias en la catedral de Santiago.

Os invito a todos a orar a Dios con el corazón agradecido por quienes han pagado con su vida el testimonio de su fe. Pidámosle la curación de las heridas propias y ajenas; que el sentirnos sanados nos lleve a sanar; que Él nos haga instrumentos de su paz.

Bilbao, 1 de octubre de 2007