La misionera laica vizcaína Isabel Matilla, ofrece una fotografía de la situación actual de Ecuador, donde hoy se vive con incertidumbre la contienda electoral. Define la realidad como «turbulenta» y es que, es un país cercado por la violencia, el 60% de la población piensa que el principal problema es la inseguridad. Al tiempo, la vida campesina sigue en su `continuum´. «Este fin de semana se terminará de recoger la cosecha de maíz, se secará y meterá en el silo recientemente comprado con el Proyecto de Fortalecimiento productivo financiado por Misiones Diocesanas Vascas; un ensilaje para esperar tiempos con mejores precios».
El sábado que viene, tras las elecciones que tendrán lugar hoy, «y sea cual sea el resultado» de las mismas, «celebraremos juntos la fiesta de la cosecha». Matilla matiza que, «en la cultura de la pobreza, como teoriza la Antropología, se busca la gratificación a través de lo inmediato, con la fiesta y el baile«. Pero, para esta misionera Licenciada en Ciencias Empresariales y Económicas y máster en Política y Gobernabilidad, se trata de «una pequeña respuesta racional a las condiciones objetivas de impotencia«.
Inseguridad y miedo en Ecuador
Matilla recalca que la sociología llevaba advirtiendo del «hartazgo infinito de la juventud con la clase política tradicional» en América Latina. Realiza una referencia explícita a la «penosa emigración» por la selva de Darien (Panamá) de grandes masas de empobrecidos sobre la que «apenas hay datos de la enorme sangría de jóvenes que está suponiendo este éxodo salvaje».
Isabel prosigue la reflexión escrita para Misiones Diocesanas Vascas, en torno a la conciencia de «non future«, no futuro, que gravita también en la juventud esmeraldeña, manabita y de los suburbios de Guayaquil. «La inseguridad y el miedo nos llevan invadiendo más de un año y la vorágine es tal, que apenas hay tiempo para elaborar una radiografía precisa de las causas». Prosigue diciendo que la ciudadanía «atónita», parece el figurante de un decorado donde sólo está «para sufrir las consecuencias«.
El país lleva más de un año viendo cómo se tiñen de sangre las cárceles y las calles de las zonas más desfavorecidas. Matilla resalta que, mientras, «los medios de comunicación nos hablaban de peleas entre bandas por territorio y la academia ha sido incapaz de interpretar los acontecimientos para dar claves a la clase política».
Polarización política
El relato de la misionera continúa apuntando algunas claves sobre la «corriente universal de polarización política» que lleva instalada en Ecuador desde hace más de seis años. Durante esta casi década, se ha producido el «desmantelamiento tenaz del Estado» y de toda legislación «garantista de derechos» incluidos los más básicos como sanidad, vivienda y educación.
Matilla matiza que «la inseguridad y el contexto delictivo se extendía, pero el caos no llegaba a las élites, así que todo era soportable antes de reconocer el desastre al que se estaba llevando al país».
Sobre la contienda electoral considera que ha llegado en un momento donde «gran parte de la sociedad ecuatoriana está armada y responde con violencia». A su modo de ver es «violencia social y no violencia política, si lo fuera, ya se la habría combatido con más medios».
Una economía en ruinas
La reflexión precisa y profunda que realiza Matilla pone el foco también en las desigualdades, en la falta de trabajo digno, en el precio bajo del maíz, en la cosecha de arroz «acaparada por mayoristas» etc.
Se refiere a «una economía en ruinas» donde los indicadores macroeconómicos están en rojo, «mientras las empresas de telefonía ven crecer como nunca sus activos financieros».
Y mientras tanto, el «campesinado empobrecido, sin nada que perder porque ya no tiene nada», no cuenta como interlocutor y «si cuenta, como el mundo indígena, es engañado en mesas de trabajo interminables con incluso la aquiescencia de la Conferencia Episcopal».
Sin certezas
La misionera tiene dudas para interpretar la tendencia ganadora de esta «elección emocional». Considera que la barbarie «nos ha dejado sin enojo y dóciles«.
Con todo, los campesinos proseguirán con su rutina diaria, muchos de ellos con la esperanza cristiana activa y positiva.