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07.11.2008

Iurreta despide a D. Carmelo Echenagusia

El pueblo natal de D. Carmelo Echenagusia le ha rendido un último homenaje este mediodía en la parroquia de San Miguel Arcángel, con una eucaristía concelebrada por quince sacerdotes y presidida por su sucesor, el actual obispo auxiliar de la diócesis mons, Mario Iceta, en la que ha dicho que “la vida y ministerio de Don Carmelo ha sido un don para todos nosotros y para nuestra Iglesia. Él ha pregonado incansablemente el anuncio de vida y esperanza que nos trae el Señor y lo ha celebrado en los sacramentos, principalmente en la Eucaristía”. En palabras de mons. Iceta, durante la celebración, que se encontraba abarrotada de fieles y en la que ha participado el coro del pueblo, se ha respirado un "gran ambiente de fe, oración y agradecimiento a D. Carmelo".

En su homilía, se ha referido también a la cuestión del sufrimiento humano, de nuestro propio sufrimiento y de la muerte, que siempre han constituido una de las grandes cuestiones de la humanidad y que la recoge San Pablo de manera concisa pero profunda  “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Para concluir, le ha dedicado estas cariñosas palabras “Dejamos a nuestro querido Don Carmelo en los brazos de Dios y de María, nuestra amatxo de Begoña, a quien tanto ha querido. Ella participó de modo eminente en la Pasión de su Hijo. Ella lo confortó y acompañó en sus sufrimientos, en su agonía y en su muerte. Estamos seguros de que también ha acompañado a Don Carmelo en esta culminación de su peregrinación hacia la casa del Padre, y que con Ella escuchará la invitación del Señor: “Siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor”. AMEN.”
A continuación, reproducimos la semblanza que el sacerdote diocesano Joaquín Perea, que mantuvo una estrecha y prolongada relación con Carmelo Echenagusía, escribió el mismo día de su fallecimiento:
Carmelo Echenagusía Uribe (1932-2008)

Carmelo Echenagusía Uribe, obispo auxiliar emérito de la diócesis de Bilbao, falleció ayer de madrugada tras una breve y dolorosa enfermedad. Carmelo Echenagusía fue nombrado auxiliar en 1955 al tiempo que Ricardo Blázquez era nombrado obispo residencial. Se indicó entonces que, dado que Monseñor Blázquez era castellano y no conocía el euskera, se acompañaba su designación con un obispo vizcaíno y decididamente euskaldún para suplir sus limitaciones. Presentó su dimisión el año 2007, al cumplir la edad preceptiva de 75 años, y pocos meses después fue aceptada por la Santa Sede que suplió su persona por la de Monseñor Mario Iceta.
 Carmelo Echenagusía nació en el municipio vizcaíno de Yurreta, lindante con la ciudad de Durango, el 24 de abril de 1932. Hizo sus estudios eclesiásticos en los Seminarios de Castillo-Elejabeitia (Vizcaya) y Vitoria y fue ordenado presbítero, con dispensa pontificia dada su juventud, el 29 de junio de 1955. Sus primeros años de presbítero transcurrieron en el Seminario Menor de Derio (Vizcaya) como profesor de latín y formador de los chicos de los tres primeros cursos. Durante esos cursos fue encargado de impartir clases de euskera en el Seminario Mayor. En ese ámbito realizó una gran labor, precisamente por las extraordinarias dificultades con que se encontraba todo lo referente al desarrollo de la lengua y cultura vasca. Tradujo el ordinario de la misa al euskera vizcaíno. Seguía el método de enseñar canciones en euskera, explicando su significado y sus valores literarios, porque, además de hacer más llevaderas las clases, este método tenía la ventaja de que los cantos perduran mucho más en la memoria y se suelen transmitir también a las generaciones siguientes. Insistía en la lectura directa de los grandes autores como lo más adecuado para que los alumnos se aficionaran y descubrieran ellos mismos que también en euskera es posible el cultivo literario en sus diversas formas. A falta de libros (muy escasos en aquella época), sacó a multicopia pequeños, amenos y sencillos cuentos que los alumnos leían con fruición. Recopiló obras de muchos autores en tres  antologías de prosistas en dialecto vizcaíno y guipuzcoano. Por esa misma época preparó también un florilegio de poesías, ordenadas por temas. Publicó una sucinta historia de la literatura vasca, escrita en euskera. Una extraordinaria proeza en aquellos tiempos de oscurantismo, no solo político, sino eclesial; téngase en cuenta que faltaban diez años para la implantación de las lenguas vernáculas en la liturgia como consecuencia de la reforma del Concilio Vaticano II.
El curso 1958-9 fue destinado a la Universidad de Comillas (Santander) a estudiar Derecho Canónico. En octubre de 1960 regresó de nuevo al Seminario de Derio, esta vez como formador de los seminaristas teólogos y Profesor de Derecho Público Eclesiástico. Se le siguieron encomendando algunas clases de euskera en el Seminario Mayor, a filósofos y teólogos.
El año 1961 pasó a compaginar esa tarea docente con el trabajo de canciller en la Curia diocesana. Fue aquí un ejemplo de laboriosidad, agudeza y finura en el trabajo jurídico que le competía. Al morir el obispo Pablo Gúrpide, hace prácticamente 20 años, en una situación diocesana muy compleja, con el clero dividido y la situación política extraordinariamente violenta, pasó a formar parte del equipo de gobierno de Monseñor Cirarda, fallecido este verano. Ahí realizó un trabajo callado pero importantísimo de asesoramiento jurídico, de cercanía al clero, de visita a los presos, de entrega a los más afectados por el sufrimiento y la violencia.
 
Fue también miembro del equipo de gobierno de Monseñor Añoveros, el obispo sucesor de Cirarda. Tuvo que sufrir junto con el obispo las brutales tensiones derivadas del famoso “caso Añoveros”, en el que el gobierno de Franco estuvo a punto de expulsar de España a ese obispo. Fue viario episcopal territorial de la zona del Gran Bilbao.
Durante todos estos años y los posteriores realizó una tarea impagable como fundador y profesor de euskera para adultos en el reconocido y muchas veces premiado “Instituto Labayru”. Todos sus alumnos, que hoy son a su vez profesores de euskera en muchos centros docentes, reconocen su gran valía, no solo como lingüista, sino también como pedagogo. Se puede decir sin exageración que el panorama de la enseñanza del euskera hoy en Vizcaya no sería lo que es sin la actuación del Instituto Labayru y de Carmelo Echenagusía en el.
Posteriormente, tras un proceso de presentación por parte de la base diocesana, fue nombrado vicario general del nuevo obispo Luis Mª de Larrea. Colaborador fiel, alejado de todo relumbre, humilde y sencillo en su porte, en sus costumbres, en su trato, el obispo se apoyó decididamente en su trabajo y en sus criterios. Al terminar, según la norma diocesana, el período de su gestión, transcurrió un año sabático en Roma donde amplió sus estudios en Derecho Canónico en la Universidad “Angelicum”. A su vuelta a la diócesis, fue párroco del Santuario de Begoña, el corazón de los creyentes de Vizcaya, hasta su designación como obispo auxiliar en 1995.
Su tarea como auxiliar ha sido la de un hombre discreto, dedicado a suplir con efectividad lo que le fue encomendado, las posibles limitaciones del obispo residencial en los aspectos tocantes a la lengua y cultura vasca. Pero sobre todo supo servir de conexión de Monseñor Blázquez con la realidad concreta de la diócesis, ofreciéndole la información conveniente, acompañándole en los diversos lugares, planeando con él y realizando también personalmente las visitas pastorales. Desde ese punto de vista la información que el tenía de primera mano tras tantos años en puestos de responsabilidad fue vital para el obispo residencial. No podemos olvidar su participación en las tareas de la Conferencia Episcopal Española, en las Comisiones de Liturgia (por su intervención en las traducciones al euskera de los libros litúrgicos), de Migraciones (donde su dominio de varias lenguas le hizo una pieza importante), del Apostolado del Mar y del Tráfico en carretera. Son también dignos de destacar sus diversos viajes de visita pastoral a las diversas agrupaciones y colonias de emigrantes vascos en Estados Unidos (Nevada, Utah, etc.)
Sus trece años de ejercicio pastoral como obispo han puesto de relieve su gran humanidad, una bondad sin límites, una servicialidad manifestada en las cosas pequeñas y en las grandes. Gran amante de la montaña, donde practicaba el senderismo casi todos los sábados, cuando se lo permitían sus responsabilidades, se hacía encontradizo de todos, reía, comentaba los problemas personales y familiares de todos y cada uno. En su condición de miembro correspondiente de la Academia de la Lengua Vasca ha realizado también una gran labor, apreciada por todos los especialistas.
 
Tras una rápida enfermedad falleció ayer de madrugada, dejando el recuerdo sobre todo de un hombre bueno, transparencia de la bondad de Otro en quien creía y a quien amaba desde el fondo de su corazón.