“Hoy 28 de marzo es el cumpleaños de mi sobrina. Hace un año cumplía la mayoría de edad. Recuerdo que le mandé un mensaje para felicitarla en un cumple tan especial prometiéndola que más adelante, en unos meses le daría su regalo y lo celebraríamos.
Yo estaba pasando los efectos de mi quinta sesión de quimio y a punto de recibir la sexta de ocho. Mi cuerpo estaba muy justito, adoleciendo de múltiples síntomas secundarios desagradables que me limitaban muchas horas al sofá de mi sala. Mientras el mundo, mi mundo de hacía unos meses, seguía su rutina de prisa, de actividad, de corre, corre (no sé muy bien a dónde), yo vivía mi particular encierro.
En estas fechas mis fuerzas físicas estaban más limitadas, y las emocionales a veces un poco menguadas. Sorprendentemente desde esta fragilidad manifiesta que no había vivido nunca antes, fui conectando también con un plano más profundo de mí ser, de mi espiritualidad. Empecé a degustar el silencio, el externo y el interior. Desde el cultivo del silencio percibía de una manera distinta, nueva lo que sucedía a mí alrededor y lo que me estaba sucediendo en concreto a mí. No es que las cosas y las personas fueran distintas, es que yo podía percibirlas y percibirme desde otras claves de sentido, con otra clave de Presencia.
Empecé a sentir con fuerza y con verdad que, en el origen y fin de todo, incluida yo misma, está el Amor de Dios que crea la vida. Cuanto más vulnerable me sentía, si me dejaba respirar y escuchar, este amor se hacía más y más real. Podía percibir las muchas personas que rezaban y se acordaban con cariño de mí y de mi familia. Podía percibir la sintonía con mis seres queridos que habían formado parte de mi historia y que ya no vivían en este mundo. Podía percibir a Dios sosteniéndome, cuidándome, en los abrazos de mi hijo, en los cuidados de mi marido, de mi familia, en la música, (qué gran descubrimiento), en mi comunidad de Fe y Justicia, (siempre a mi lado desde el minuto uno), en las numerosas muestras de cariño que recibía cada día de compañeros de tarea, de amigos, de voluntarias….a través de mensajes de móvil.
Hoy justo un año después, en medio de esta vorágine del coronavirus me encuentro siendo yo la cuidadora. Ahora soy yo curiosamente la que manda los mensajes de aliento a personas confinadas en sus casas, la que junto con mis compañeros de equipo del SARE de Cruces escuchamos a personas que sufren, que están cansadas y que tienen miedo. Esta difícil incertidumbre está posibilitando que acompañemos la vida en toda su vulnerabilidad, esa vulnerabilidad que tiene el don de poder conectarnos no con lo que tenemos, sino con quién somos realmente, quitando las caretas de la falsa fuerza, del falso control que anhelamos para no sufrir a cambio de perdernos la VIDA.
En medio de este caos, busco el silencio de nuevo, como hace un año, y desde él, además de sufrimiento, mucho sufrimiento, sigo percibiendo un Dios VIVO, presente en toda la creación. Un Dios que sufre a nuestro lado y que no nos abandona nunca, aunque no le conozcamos, aunque no creamos en su existencia. En estos días decir “te recuerdo en mi oración”, no suena tan raro como en otros momentos para muchas personas del hospital que, sin ser creyentes, perciben en esa frase que estamos a su lado, que no están solas con sus límites, que permanecemos allí con humildad, con vocación de cuidar y sostener lo que podamos, aunque no sea mucho.
Hoy, un día para celebrar la vida en mi familia porque mi sobrina cumple años, doy gracias por seguir aquí después de un año, por todo lo que estoy pudiendo vivir, aunque a veces duela, porque a pesar del dolor y de la injusticia (mucha) mi corazón sigue esperanzado y confiado en un mundo que tiene la oportunidad de ser un mundo mejor para todas las criaturas que habitamos temporalmente en él».