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17.03.2009

Mensaje de los obispos de Bilbao

1. Hemos iniciado el año 2009 con la intención de dedicarlo de modo particular a la oración por el don de la vida. El lema elegido es: “bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42), palabras que dirige Santa Isabel a la Virgen María cuando ambas estaban gestando y que puede y debe ser dirigido a toda mujer encinta: el fruto que portas es un don precioso, un regalo de Dios para toda la humanidad, una promesa de vida, amor y comunión.

2. En efecto, toda vida humana es un don inmerecido de Dios para la humanidad, que debe ser acogida con amor y respeto. Desde el momento de la concepción, en el seno de la madre se inicia la apasionante aventura de la vida humana; un nuevo ser creado a imagen y semejanza de Dios; un ser irrepetible, llamado a la comunión con Dios y con todos los hombres, con una dignidad inherente que debe ser reconocida y tutelada.
3. La persona humana es siempre un bien. El grado de humanización y grandeza de una sociedad, de una cultura, de una civilización, se mide principalmente por su capacidad de acoger y cuidar a todo ser humano con independencia de sus cualidades, capacidades físicas, estadio vital de desarrollo o utilidad. Por eso, el servicio y tutela de la vida constituye una de las tareas principales de quienes deben ser garantes y promotores del bien común, de modo particular, de las diversas instituciones sociales y los poderes del Estado.
4. El progreso que ha experimentado nuestra civilización occidental, ha dado lugar a muchos avances en campos tan variados como las diversas ciencias, la organización política y social, la cultura y las artes, etc. Pero junto a estas luces, hemos de reconocer la persistencia y aparición de nuevas sombras que oprimen y humillan la dignidad de la persona: las situaciones de pobreza y exclusión, las nuevas formas de esclavitud, el terrorismo, la violencia doméstica, las guerras y hambrunas que asolan grandes extensiones del planeta, etc. Todas ellas evidencian la existencia de una cultura de la muerte que ensombrece el horizonte de la dignidad humana. En esta cultura de la muerte, hemos de señalar el aborto como uno de los aspectos que hiere de modo singular la dignidad de la persona y degrada a la sociedad que lo practica o que lo tolera. La vida humana, que constituye siempre un don inmenso y un bien, es expulsada de su dinámica propia, que es la del amor, el servicio y la acogida, y es sometida a la dinámica del poder, llegando incluso a eliminarla. En lugar de expresar al recién concebido: eres un regalo para nosotros, eres bien venido, te esperamos con alegría y esperanza; se encuentra con el muro del rechazo y el desamor: no eres bien recibido, tu venida constituye un problema, nos complica la vida, mejor que no vengas, no te queremos. La lógica del don y la gratuidad es sustituida por la lógica del poder, el dominio y el interés, que se encuentra siempre en la base de todas las agresiones más brutales a la dignidad humana.
5. El aborto constituye la eliminación deliberada de un ser humano débil e inocente, por lo que debe ser calificado como gravemente inmoral. El ser humano que acaba de ser concebido es siempre el gran olvidado en el debate sobre el aborto, debiendo más bien ser el protagonista principal. No se le da la oportunidad de continuar la apasionante aventura de la vida, sino que es eliminado con el soporte de una ley, que le deja injustamente desprotegido.
6. El aborto también constituye un mal para la mujer gestante que precisa ante todo de compañía, acogida, cariño y comprensión antes, durante y después del embarazo. En las situaciones difíciles y a veces dolorosas de un embarazo no deseado, existen muchas formas de ayudar y sostener a la mujer gestante sin que ello sea óbice para proteger y acoger la nueva vida. Estas formas de ayuda han sido insistentemente propuestas y llevadas a la práctica por instituciones eclesiales y civiles que se ocupan con esmero, realismo y eficacia de estas situaciones.
7. Recurrir al aborto nunca es la solución, ni puede considerarse como un derecho, pues el derecho fundamental, que sustenta todos los demás derechos, es precisamente el derecho a la vida. Constituye una enorme paradoja que una sociedad acogedora e integradora como la nuestra, con multitud de recursos humanos, materiales, económicos y sociales, sea incapaz de arbitrar mecanismos adecuados y respetuosos con la dignidad humana que acompañen a toda mujer gestante y, al mismo tiempo, tutelen la vida del nuevo ser. La anunciada reforma de la ley con respecto a la práctica del aborto, consiste principalmente en la ampliación de la facultad de abortar. Lejos de suponer un progreso, constituye un retroceso en humanidad y civilización.
8. El amor y la vida se iluminan recíprocamente: vivir es amar y el amor engendra siempre vida. Somos el Pueblo de la vida, llamados a anunciar el Evangelio de la vida y a tutelar y cuidar toda vida humana que constituye siempre un don precioso de Dios. En este año de oración por la vida, queremos animaros a intensificar la oración al Dueño y Creador de la vida, a trabajar con empeño para que nuestra sociedad sea un lugar de acogida y amor. Que crezca en ella la sensibilidad hacia el bien que supone toda vida humana y nos esmeremos en cuidarla, de modo particular la más débil y frágil como es la del aún no nacido. Oremos y trabajemos para que las reformas legislativas, se encaminen a proteger y ayudar tanto a la mujer gestante, como al nuevo ser que merece y necesita ser acogido. Es ésta una tarea fundamental de las instituciones sociales y de los organismos públicos. Actuando así, cada vez que esperamos la llegada de un nuevo ser al mundo, podremos exclamar con gozo y agradecimiento: “Bendito el fruto de tu vientre” y nuestra sociedad será el lugar de acogida donde habite una auténtica cultura de la vida y civilización del amor, una auténtica tierra nueva, único espacio digno para la humanidad.
+ Mons. Ricardo Blázquez, Obispo de Bilbao
+ Mons. Mario Iceta, Obispo Auxiliar