El funeral por J. Manuel Guadilla quien ha residido en el Hogar Sacerdotal de San Vicente durante los últimos años de su vida, se celebrará hoy.
El presbítero José Luis Beltrán de Otalora, ex director de la Casa, destaca de él su «sonrisa permanente y bondad». Celebraba la misa, hasta que la salud se lo permitió, en una residencia estudiantil de las Religiosas Trinitarias de Txurdinaga (Bilbao).
La experiencia como misionero en Uruguay fue uno de los hitos que marcó la vida de J. Manuel Guadilla. En una entrevista concedida a Radio María Uruguay recordaba aquéllos primeros compases en el país. « Yo llegué a Uruguay invitado por el obispo de Tacuarembó, que era Mons. Parteli. Estuve allí unos meses y coincidió con que en Tupambaé, en la diócesis de Melo, el cura que estaba allí se iba de vacaciones a España. Se ve que en una conversación entre Parteli y Cáceres decidieron que, ya que yo estaba sin destino en Tacuarembó, pues que fuera a Tupambaé a suplir la ausencia del párroco. Así hicimos. Después resultó una permanencia que duró nueve años. Iba para unos meses, pero yo me sentí como de allá y nadie me reclamó ni nada, y yo dije pues, aquí nos quedamos y así fue la cosa».
Desde Tupambaé a Melo
El obispo Cáceres, de quien fue Vicario General durante 14 años, le pidió ayuda para revitalizar un lugar donde comenzaron a construir un colegio para muchachos con necesidades, pero que quedó sin concluir por falta de recursos. Se trasladó a Treinta y Tres y consiguió dinero para transformar aquélla pensión estudiantil en una parroquia. Le pusieron de nombre El Salvador y se convirtió en una casa de acogida para reuniones, Ejercicios Espirituales y también para una comunidad de religiosas Carmelitas de Vedruna.
José Manuel Guadilla fue una persona inquieta. Veía las necesidades y buscaba soluciones. Por esa razón pidió al obispo que le trasladara a Cerro Chato, donde estaban a falta de párroco. «Allí mi salud se quebró – recuerda en la entrevista- y eso hizo también que mi permanencia fuera inestable». Su último destino antes de regresar a España fue Melo, en la parroquia de El Carmen.
En Melo, un feligrés que por aquél entonces tenía 15 años, Frederico Gianelli s.j. le reconoce como «un pilar para mi adolescencia«. En una época dura, Guadilla le escuchaba mucho «lo veía todo y con un sentido de humor que lo caracterizaba, decía lo que tenía que decir».
La familia de Gianelli vivía a la vuelta de la manzana de la parroquia. El padre Manuel le encargó el mantenimiento del reloj de la torre de la iglesia. «Hicimos varios arreglos – recuerda en el correo enviado a su sobrina Begoña-. El reloj ha seguido funcionando desde entonces. Cuando voy a Uruguay, le dedico unos días a darle mantenimiento», apostilla aquél joven a quien ayudó J. Manuel Guadilla y que actualmente es Jesuita en Berkeley (EEUU).
Austero y humilde
Begoña tenía siete años cuando su tío partió a Uruguay. Le recuerda con la sotana y a su abuela limpiándosela para quitarle los brillos. «Le decía que debía comprarse una nueva, pero no quería. Consideraba que era un gasto superfluo y prefería repartir ese dinero a quien tocara su puerta», señala subrayando su gran generosidad. Dicen que en Uruguay se desplazaba en burro o en bicicleta.
Cuando regresó de Uruguay se quitó la sotana y pasó a formar parte del clero secular. Sirvió durante 15 años como párroco en Santoña. Durante los últimos años de su vida ha vivido en el Hogar Sacerdotal de San Vicente (Bilbao).
Hoy tendrá lugar el funeral por su eterno descanso en la parroquia San Vicente Mártir de Abando, a las siete de la tarde.