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22.03.2010

La paz tiene como pilares la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad

Estas han sido algunas de las palabras pronunciadas por mons. Ricardo Blázquez en su homilía, en la eucaristía concelebrada, que ha presidido esta tarde, en la basílica de Begoña, con motivo del cincuenta aniversario de la muerte del lehendakari José Antonio Aguirre, y a la que han asistido, Idoia Mendia, en representación del actual lehendakari, Patxi López, de viaje oficial en Brasil, y sus tres antecesores, Carlos Garaikoetxea, Jose Antonio Ardanza y Juan José Ibarretxe, además de los diputados generales de los tres territorios históricos, entre otros. La basílica ha estado abarrotada y la Coral de Bilbao ha participado con sus voces. Reproducimos a continuación en su integridad el texto de la homilía del obispo:

Queridos hermanos presbíteros concelebrantes. Saludo con afecto a la familia de D. José Antonio Aguirre Lekube, cuya memoria honramos hoy particularmente, cuando se cumplen los cincuenta años de su muerte. Muestro mi respeto a los cuatro lehendakaris vivos; deseando la pronta recuperación de D. José Antonio Ardanza. Manifiesto mi aprecio a los representantes de las instituciones autonómicas, de los territorios históricos y de los ayuntamientos. Agradezco la invitación que me hizo hace algún tiempo el Presidente de la Fundación Sabino Arana como a obispo de la Diócesis de Bilbao para presidir esta celebración. Queridos hermanos y hermanas.
 El día 7 de octubre de 1936 tuvo lugar en Gernika el juramento del primer Lehendakari. Desde esta basílica, después de haber rezado a la Virgen de Begoña Patrona de Bizkaia, salió D. José Antonio hacia la Casa de Juntas. Ya se había roto dramáticamente la convivencia de nuestro pueblo, y estábamos inmersos en una terrible guerra fratricida. Fueron tiempos convulsos y penosos, de un ingente sufrimiento. El hecho de haber sido Aguirre el primer lehendakari -y primero significa no sólo el que comienza una serie sino también el que abre un camino- ayuda a comprender que se hayan sentido concernidas todas las instituciones constituidas democráticamente y que sus representantes se hayan congregado esta tarde, trascendiendo la adscripción política particular. D. José Antonio Aguirre fue lehendakari de todos. Los efectos de la guerra pesaron duramente también sobre él y su familia en largos años de exilio. Aquí, en presencia de la Amatxo de Begoña, queremos fortalecer nuestras actitudes de revisión sincera, de arrepentimiento, de purificación y de reconciliación. La paz ha ganado desde hace años ya nuestra sociedad y nuestras instituciones. ¡Que desaparezcan definitivamente toda amenaza de violencia, las asechanzas a la libertad y el peligro de perder injustamente la vida! Todos estamos convocados al trabajo por el bien común animado por la esperanza.
 1) La serpiente de bronce alzada sobre un mástil, de que nos ha hablado la primera lectura (Núm. 21,8), proporciona al Evangelio de San Juan un símbolo para expresar de una manera plástica la fuerza salvífica que se difunde sobre los creyentes a partir de Cristo levantado sobre la cruz (cf. Jn 3,14; 8,28; 12,32-33). “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-16). Jesús levantado en la cruz y glorificado por el Padre atrae a todos hacia sí. Como los israelitas que murmuraron de Dios en el desierto, también nosotros padecemos picaduras del mal, de serpientes venenosas. A veces tenemos emponzoñado el corazón y con ese veneno contaminamos nuestra vida y nuestro entorno. Si con fe y esperanza dirigimos nuestra mirada a Jesús pendiente en la cruz, pidiendo con el corazón y los labios compasión y perdón, podemos recibir el amor de Dios Padre, que es la raíz última del misterio redentor y salvífico de Jesús. Ahí radica el origen de una existencia nueva. ¡Que nuestra vida difunda esperanza y no desencanto, concordia y no cizaña, elevación moral y no degradación!
 Ante la próxima celebración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, somos invitados a reavivar la fe, respondiendo adecuadamente a la pregunta que hemos escuchado en el Evangelio formulada por los adversarios de Jesús: “¿Quién eres tú?” ¿Por quién te tienes? Siguiendo dócilmente la trayectoria de Jesús desde su manifestación histórica, pasando por la manera como acepta la pasión y muerte, podemos llegar al reconocimiento de su condición de Hijo de Dios y Salvador de la humanidad. Con humildad y gratitud podemos postrarnos, como el apóstol Tomás, ante el Resucitado diciendo: “¡Señor mío y Dios mío!” (cf. Jn 20,28). El que fue crucificado había sido enviado por Dios y retorna a la gloria del Padre; a la luz del origen y destino de Jesús, hallamos la respuesta a la pregunta por su identidad: “¿Quién eres tú?”
 La discusión entre Jesús y sus enemigos se va haciendo tan aguda y la confrontación tan áspera, que se presiente el desenlace, la ruptura y la condenación. A Jesús levantado en la cruz podemos contemplarlo pidiéndole que se acuerde de nosotros cuando llegue a su Reino (cf. Lc 23,42). El suplicio más cruel que ha inventado la humanidad (“crudelissimum omnium”) se convierte en oferta por parte de Dios Padre y de su Amor a fin de que todo el que se dirige a Jesús, mordido por la serpiente y envenenado por el pecado, pueda recibir la misericordia y el perdón.
 2) Dos veces, en circunstancias semejantes, he tenido la oportunidad de recordar al religioso agustino P. Polanco en relación con personas de nuestro pueblo. El P. Polanco fue obispo de Teruel y padeció el martirio poco antes de terminar la guerra. La primera vez fue en Buenavista de Valdavia (Palencia), su pueblo natal, donde agradecimos solemnemente a Dios su beatificación que tuvo lugar el 1 de octubre de 1995, cuando yo estaba a punto de venir a Bilbao como obispo. La segunda ocasión es hoy, cuando dentro de pocas semanas comenzaré el ministerio episcopal en Valladolid. D. Alberto Onaindía, nacido en Markina, nos proporciona la información en su libro Hombre de paz en guerra. D. Alberto fue canónigo en la catedral de Valladolid; allí había conocido a fray Anselmo Polanco, con quien se había confesado varias veces cuando dirigía el colegio famoso de los Agustinos Filipinos.
 Mons. Polanco y el M. Il. Sr. Onaindía se encontrarían de nuevo en una situación muy distinta. El Obispo de Teruel y su Vicario General, D. Felipe Ripoll mártir también y beatificado el mismo día, estaban presos en el antiguo convento de las Siervas de María, en Barcelona. Allí fue a visitar al P. Polanco D. Alberto, donde pudieron hablar “sin testigos” según la autorización recibida. Escribe todavía conmovido Onaindía: “Al verle, sentí una gran congoja y pena profunda. Nos conocíamos de Valladolid. El me agradeció vivamente la visita. Nos sentamos e iniciamos una conversación que duró dos horas y media” (A. Onaindía, Obras completas V, Bilbao 1980, p. 351).
 Lo que ahora me interesa recordar es que la esposa de D. José Antonio Aguirre, Dña. María del Carmen Zabala, proporcionó generosamente a través de D. Alberto al obispo Polanco unas prendas, compradas por ella misma, para cubrir necesidades elementales del ilustre preso: Un abrigo de invierno (era el día 13 de febrero de 1938), ropa interior, un jersey y unas zapatillas. Al final de esta segunda visita de D. Alberto, en que la conversación fue muy cordial, el P. Polanco le expresó el deseo de recibir la sagrada Comunión y, a ser posible, de celebrar la santa Misa. D. Alberto se comprometió a gestionar con el Vicario General de la Diócesis de Barcelona, Monseñor José Mª Torrent, la petición. D. Alberto fue acompañado en las visitas por D. Pedro de Basaldúa, secretario del lehendakari Aguirre. También habló varias veces con el P. Polanco el director de la prisión D. Julio Hernández, natural de Vitoria. El mismo obispo Polanco comunicó a D. Alberto que D. Julio “con frecuencia iba visitarle los atardeceres en su celda charlando juntos durante un buen rato” (ib p. 352. Cf. T. Aparicio, Anselmo Polanco al servicio de Dios y de la Iglesia, Madrid 1995, pp. 135-144). A todos recordamos hoy en la presencia de Dios.
 3) D. José Antonio unió la fe cristiana, la acción política y una honda preocupación social. Fue presidente de las Juventudes Católicas de Bizkaia. En esta evocación del primer Lehendakari me parece oportuno recordar algunos aspectos de la Doctrina Social de la Iglesia, teniendo en cuenta la última gran encíclica sobre estos temas; me refiero a Cáritas in veritate del Papa Benedicto XVI (29 de junio de 2009). La encíclica conmemora la Populorum progressio de Pablo VI (26 de marzo de 1967), aunque tuvo que esperar algún tiempo su publicación debido a la reflexión profunda que debió realizar ante la crisis financiera y económica que explotó justamente cuando estaba casi preparada.
 La encíclica de Benedicto XVI asume como contenido el progreso humano tratando las principales cuestiones éticas que presenta en la actualidad. Todos estamos concernidos por el progreso de la humanidad, de todo hombre y mujer, en todos los rincones del mundo; la humanidad es en medida creciente percibida como una sola familia, con unos lazos globales y una comunicación amplísima en tiempo real. El Papa, desde la perspectiva específica de la Iglesia, recoge dos “grandes verdades” de la encíclica de Pablo VI. La primera es ésta: “Toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia (el Evangelio), celebra (los Sacramentos) y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre”. La segunda verdad es la siguiente: “El auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones” (Cáritas in veritate 11). Queremos el desarrollo de todos los hombres y de todo el hombre. Si trabajamos por el progreso humano, es obvio que sólo teniendo en cuenta quién es el hombre y cómo es la naturaleza humana, sin recortes ni ideologizaciones, sino buscando incansablemente su verdad, podemos acertar con el desarrollo adecuado a la condición del hombre. ¿En qué dirección, con qué sentido, debe discurrir el desarrollo humano para hacer justicia a todas sus necesidades, materiales y espirituales, personales y sociales, presentes y futuras, ya que la persona humana es cuerpo, sentimientos y espíritu. ¿Cuál es la vocación del hombre como tal? Necesitamos el pan de cada día, el amor que alimente el corazón y la fuerza de la esperanza para que a pesar de las pruebas abra siempre nuevos horizontes. La luz de la esperanza ilumina y fortalece al hombre también cuando encuentre en su camino obstáculos arduos, e incluso ante el muro de la muerte.
 Casi al final de la encíclica, teniendo presentes los desafíos del medio ambiente y del cuidado de la creación, y otros desafíos relacionados con la vida y la familia, escribe el Papa: “El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne al ambiente como a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo integral del hombre” (n. 51). Forman parte del bien común, a cuyas condiciones todos queremos contribuir, la justicia y el amor, la libertad y la exclusión de amenazas, el respeto de las personas y la paz, la educación y la sabia ordenación de la sexualidad, el matrimonio y la familia, la defensa y el cuidado del ser humano desde el origen hasta el final, en todas las fases, edades y circunstancias. La atención a las personas más débiles, más vulnerables y vulneradas, más pobres y necesitados es un signo de la calidad ética de una sociedad. ¡Cuidemos el medio ambiente de la humanidad y el hábitat familiar de cada persona!
 La recíproca conexión entre verdad y libertad, justicia y amor, reconciliación y paz forman un “cosmos” social bien ordenado. La verdad hace libres y la libertad auténtica se asienta en la verdad de la persona. La paz tiene como pilares la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. La verdad se realiza en el amor, ya que el auténtico amor es verdadero y la verdad genuinamente humana está impregnada del amor. “Cáritas in veritate” es el título elegido intencionadamente por Benedicto XVI para su encíclica. Entre todos y para todos debemos construir la sociedad sobre sólidos cimientos.
 Queridos amigos, las presentes efemérides son una oportunidad preciosa para revisar lo que hicimos bien y mal, para aprender también de los fracasos, para fortalecer las instituciones democráticas y para caminar juntos por el camino de la paz.
 Bilbao, 23 de marzo de 2010

Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao