El retablo –explica Cembellín– es una magnífica obra barroca probablemente realizada por el escultor Francisco Martínez entre 1680 y 1684, y policromada inmediatamente por Pedro Bernales. Ambos eran cántabros, pues en esa época la presencia de artistas de esta procedencia era habitual en Bizkaia y muy especialmente en Las Encartaciones, que por entonces estaban integradas casi en su totalidad en la misma diócesis que Cantabria: la de Burgos.
Un retablo de casi 8 metros de altura por 6 de ancho, de un solo piso de tres calles y un ático. Recoge las formas habituales del barroco de esas fechas: columnas salomónicas, decoración de vides, hojarasca y grandes florones.
Y, por supuesto, las tallas, que son más modernas que la mazonería (la parte arquitectónica), más barrocas aún. La titular es una imagen “de vestir”; es decir, un maniquí que sólo tiene cabeza y manos, ya que el resto va cubierto por un vestido. Es una preciosa talla del XVIII, el mismo siglo al que corresponden San Andrés, San Jerónimo, San Bartolomé y el Ángel de la Guarda. El Cristo del ático, sin embargo, es mucho más antiguo: es obra tardogótica de hacia 1525. O sea que será el Cristo que la iglesia encargó cuando se inició su reforma.
El retablo había llegado hasta nuestros días con algunos problemas: suciedad acumulada durante siglos, efectos de las goteras que en alguna época ha habido y escombro acumulado en su parte trasera como consecuencia de obras en las bóvedas.
Además tanto la mazonería como las tallas había sido atacadas por insectos xilófagos, la madera de su estructura estaba debilitada en algunos puntos. Pero sobre todo tenía problemas de asentamiento. La calle izquierda se había hundido ligeramente, y amenazaba con desajustar toda la “máquina”, incluso con arrastrarla al suelo. Era preciso intervenir.
Y eso ha hecho la empresa Áurea. Su labor concienzuda ha permitido no sólo reajustar las diferentes partes del retablo, sino devolverle sus brillantes tonalidades iniciales. Limpieza, eliminación de repintes, purpurinas y barnices, reconstrucción de los volúmenes perdidos, repolicromía de las zonas “borradas”…
Por cierto, que al desmontar parte del retablo –explica el director del Museo de Arte Sacro-Eleiz Museoa- se han descubierto unas pinturas murales: una imitación de sillería entre la que aparecen algunos personajes. “Podrían datar de principios del siglo XVII. Son pinturas muy populares, de modesta calidad artística, pero son un importante testimonio histórico: nos dicen que la iglesia tuvo retablos pintados, algo que la documentación escrita rara vez refleja. Tras la gran inversión en el edificio tal vez no hubiera dinero para retablos de madera, pero el vecindario no quería que su nuevo templo quedara desnudo y encargaron a un modesto pintor que decorara las paredes. Un notable reflejo de su devoción”.